Fabián Coto
Escritor, caminante y fanático de la radio. Tiene una gata llamada Piñata y vive en Cartago, una ciudad que, como tantas otras, fue declarada muy noble y leal tan solo porque le celebró el cumpleaños a Felipe VII. Ha publicado El país de las certezas (Euned, 2015), Largo adiós sin carta (Germinal, 2016), Días de proletarización (Germinal, 2017), El conejo de la quebrada (2019, Encino) y Bajo continuo (2021, Encino).
@fabicocha
After-Mae
Javier Ceballos decía, a propósito de la cetrería, que la relación entre humanos y rapaces tiene un punto de partida muy específico: cuando el ave escoge al humano.
Si un muelle no es más que un puente inconcluso, existir se parece a un muelle
La revolución y la tragedia iban a llegar de todos modos.
Así era Bueni, una gata buena, una gata dulce.
El prójimo es, por antonomasia, lo abominable, lo repugnante
El motor de la historia es, sin más, la búsqueda, acaso fatua, de las cosas perdidas
La venganza hamletiana hoy no solo carece de pretexto, sino que, de cierto modo, resulta insustancial en tanto todos somos Claudio y el Príncipe Hamlet a la vez
Una percepción que, por cierto, justificó buena parte de la destrucción del planeta
La población flotante es, también, las víctimas de la virtualidad y la Reforma Fiscal que no pudieron ser jefes de sí mismos, sino desechos vergonzantes de sí mismos
Durante décadas, la noción de futuro, justamente, fue eso: el ámbito donde se aglutinaban temores y anhelos endebles
Tal vez porque, como en el siglo XIX, padecemos una orfandad de napoleones.
Quienes hoy pretenden regular el odio no son muy distintos a quienes pretendían regular el amor
Lo cierto es que, sin duda, ese es el límite de nuestra potencialidad romántica: la humedad no nos permite ir más allá.
Hoy probablemente sentimos más respeto por un perfil de redes sociales que por un mausoleo.
prefiero un funcionario aburrido en un escritorio antes que un cretino hiperactivo y ambicioso impartiendo lecciones de vida en un auditorio.
mal que nos pese, la belleza de un árbol es su soledad
Cada vez que los cartagos salimos a la calle, echamos un vistazo al volcán