Los pájaros de la Pequeña Rusia
La Pequeña Rusia frente a la Gran Rusia. La minúscula, campesina, con sus demonios y sus santos locos. Frente a esa Rusia mayor cosmopolita, occidental y, a un mismo tiempo, oriental.
El primer gran escritor ruso, curiosamente, era ucraniano. O mejor dicho, era de la Pequeña Rusia. Y la primera novela rusa, una novela sobre un macabro caballero que recorre los campos de la Pequeña Rusia comprando almas muertas.
Gogol publicó sus Veladas en el caserío cerca de Didanka en 1831 y así, hablando desde la Pequeña Rusia, estableció los parámetros de eso que se conocería luego como el alma rusa: desde Dostoievsky a Pilniak, pasando por el melancólico Chejov.
Dicho de otro modo, el alma rusa surge en un mediodía brillante ucraniano donde no hay ni una nube y donde, apenas, se observa el trazo puntual de una alondra.
No le atañen los caprichos amatorios de Nicolás I ni las intrigas de Hadji Murat.
No le atañen los códigos de honor de los oficiales ni los húsares ni los duelos ni las damas cortesanas que tocan a cuatro manos con Franz Liszt.
Se inaugura, sencillamente, con una codorniz cantando en la estepa, una carreta tirada por perezosos bueyes y un reguero de sol incendiando pintorescos montones de hojas.
Quizás por esa razón el músico ciego que imaginó Korolenko se maravilla con los sonidos de una flauta de la Pequeña Rusia y abomina el piano vienés, el piano petersburgués. Se trata, pues, de una flauta pueril fabricada por un campesino despechado que conjura paisajes musicales implicados de ríos y ramas temblorosas.
No es casual, por otro lado, que la forma de renovación estética del alma rusa siempre haya echado mano de la tradición folclórica. Esto es particularmente evidente en la música: mientras en Alemania el sinfonismo se desarrolló de forma lógica, orgánica, en Rusia apareció una música llena de bríos que compensaba ciertas limitaciones técnicas con la exaltación del canto popular.
El canto popular de la Pequeña Rusia.
Axel Munthe alguna vez se preguntó por la suerte de los pájaros durante la ocupación nazi de Ucrania. Y Malaparte le respondió que había un sinfín de pájaros preciosos, que se posaban sobre las abundantes espigas de trigo de la Pequeña Rusia y que cantaban sin descanso en medio de los cañonazos y las ametralladoras. Le dijo además que cantaban cuando se posaban en los cañones de los tanques y sobre los zapatos de los soldados muertos y que volaban sin miedo a Hitler sobre los campos de batalla del Dniéster, del Dniéper y del Don. Alex Munthe, entonces, sonrió y se ajustó los anteojos y dijo “Menos mal que los alemanes no matan a los pájaros”.
Ochenta años después vemos videos donde los pájaros de Kiev huyen despavoridos por los bombardeos. Es difícil asegurar que los rusos matan pájaros. Pero dudo que ahora mismo, en este instante, haya muchos pájaros cantando y cruzando los campos sin miedo a Putin.
FABIÁN COTO CHAVES
@fabicocha