Las cosas perdidas
En 1988, cuando la Fuerza Aérea Argentina estaba a punto de probar el misil Cóndor II en Trelew, se apareció una expedición internacional de ornitólogos que buscaba especímenes perdidos de chorlitos patagónicos.
Existen, ciertamente, muchos chorlitos en la Argentina.
Sin embargo, dos de ellos son particularmente raros de ver: el magallánico y el esquimal.
Y ambos anidan en la Patagonia.
Y esa expedición, como ya dije, andaba en su búsqueda.
El Programa Cóndor II, por otro lado, era un secreto de Estado.
Secretísimo.
Consistía, básicamente, en el desarrollo de un misil balístico con extraordinario potencial bélico e incluso espacial. Es más, era tanto su potencial que hasta el mismo Gadafi mostró interés en él.
La expedición de ornitólogos, al final, no encontró ninguno de los chorlitos. Sin embargo, sí llegó a divisar el trazado parabólico de aquel secreto explosivo y lesivo.
Alguien podría imaginar fabulosas intrigas, conjuras y espionajes.
Secuestros.
Rescates.
Pero no ocurrió nada de eso.
A diferencia del cuento de Ernesto Cardenal sobre un sueco que cae preso mientras busca iguánidos descendientes de los dinosaurios, los buscadores de chorlitos patagónicos, apenas, se llevaron el chisme de que cierto país en los confines del mundo tenía la capacidad de lanzar misiles.
No era un chisme menor, desde luego.
Pero era un chisme al fin de cuentas.
Así como el conocimiento existe a partir de lo que se olvida, el mundo es mundo, precisamente, por sus pérdidas. La tierra misma es, en efecto, una amalgama de pérdidas y seguramente el universo entero también lo es. Su ontología (si cabe tal apreciación) depende de aquello que se ha perdido, que es casi lo mismo que decir: depende del azar.
El motor de la historia, así, no es la lucha de clases ni la lucha por el reconocimiento ni la lucha de los grandes hombres. El motor de la historia es, sin más, la búsqueda, acaso fatua, de las cosas perdidas
Los que salieron de Asia buscando un bisonte perdido y, finalmente, cruzaron Beringia y poblaron América.
Los que, siglos después, se lanzaron en naos y carabelas para buscar una ruta perdida y se toparon con un continente en medio.
Los que emprendieron revoluciones para recuperar el confort diezmado.
Un hombre que busca el control del televisor bajo los cojines del sofá, de cierto modo, está construyendo el futuro, porque el futuro reside justo allí donde todo se nos pierde.
FABIÁN COTO CHAVES
@fabicocha