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Nosotros, los niños, nunca fuimos buenos con él. Le poníamos apodos para que se enojara y nosotros nos riéramos.
Durante muchos años, ser mujer y escribir era un desprestigio, una vergüenza.
La tumba de Althusser tuvo desde entonces y por varios días una distinción. Una distinción respetuosa.
Los labios delineados con delicadeza servían de contención a la pintura rojo carmín; un brochazo de color en medio de aquel mundo de lodo y agua sucia.
El relato, que quiere ser un drama de brujería y del juego mujer/hombre con la muerte, introduce el elemento fantástico desde el principio,
Haters y no-haters ¡bienvenidos!
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