Jesús de Nazaret
Breve mirada a alguien que optó, exclusivamente, por la pobreza
A Héctor Osorio III a manera de bienvenida: que la vida te sea leve, que los caminos se despejen para ti, mi tesoro.
Al nacer en un establo en Belén, como que no se sabía bien a bien a qué venía Jesús, quién era, etcétera, mas durante sus 33 años en la tierra dejó clara constancia de sus propósitos. Dígalo si no este recuento de su (¿soberano o humilde?, ¿espectacular o sencillo?) paso por estos lugares.
Aquel que, para quienes le tienen depositada su fe, es Dios mismo, puso el sello de su presencia en la tierra apareciendo como hoy lo sería un migrante: errando en busca de lugar. Sus padres no tenían dónde pasar la noche y su parto era inminente; anduvieron tocando puertas buscando acomodo, mas nadie se lo brindaba. Sobra decir que el cunero más famoso de la historia no estaba engalanado por todo lo alto de luces, faroles ni esplendor. De seguro reinaba la oscuridad, pues al ganado no se le tiene a deshoras a toda luz. Ese fue su palacio; nada del más exclusivo mármol, encortinado, confortable, arropado. Eso quiso. Lo otro no lo quiso.
Ya grandecito, cuando sus padres lo buscaban porque ¡se les perdió!, la Virgen al encontrarlo le reclama su irresponsabilidad: «‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando’. Él les dijo: ‘¿Y por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?’».
En la adultez, vuelve a presentarse el tema de a quién él se debe cuando «Le anunciaron: ‘Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte’. Pero respondió: ‘Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’».
Pese a ser aparentemente rebelde con su madre, bien que la complació en las bodas de Caná porque, a pedido suyo, convirtió el agua en vino sorprendiendo a los invitados con ofrecer del mejor al final, ya entrada en copas la concurrencia ¡Vaya manera de desperdiciar (tanto milagros… como vino)!
Sabio y todo, clarividente, como que previó el muy posterior ultraje de la pederastia, anclado precisamente en su propio mensaje, y mejor aclaró: «El que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el escándalo!»
Descalificó pues, o puso en su lugar —como gusten—, a los falsos ministros suyos que habían de sobrevenir a su muerte: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan, pues, y observen todo lo que les digan; pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas».
Por su parte, a los pobres ricos de plano les fue mal con él. Son palabras suyas que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos.
Sin embargo, les da la opción, siempre y cuando hagan la voluntad de Dios. Este punto lo cubría bien el joven rico que se le presentó ávido de seguirlo, por lo que el autor bíblico registra que Jesucristo «lo miró y lo amó».1 Pero, ¡oh desilusión!, como siguiente punto el maestro le plantea vender todo lo que tiene, repartirlo a los pobres, y entonces seguirlo. Ante ese precio el joven rico desistió, pues tenía muchos bienes.
En cuanto a su ingreso triunfal en Jerusalén, no pudo ser más impropio de un rey, pues su carruaje fue una asna (así traduce la Biblia de Jerusalén) por todo vehículo majestuoso, del que se valió para que se cumpliera la Escritura. Quiere decir que de venir ahorita a esta tierra no podemos imaginar que escogiera un Mercedes. Eso no lo quiso.
Y respecto a la entronización de Jesucristo, es decir que si es un rey dónde está su trono, los cristianos han sostenido que la cruz, tosca y afrentosa, es ese trono reinante, como tosco y afrentoso era aquel pesebre de Belén.
«Mille cherubini in coro»
En el arte plástica de todos los tiempos, Jesús ha sido tema central, tanto en su nacimiento como en su muerte, mientras que, para la música, lo ha sido mucho más solo la muerte… Ahí están las grandes «pasiones» y misas que hasta nuestros días frecuentan los compositores.
Con todo, destaca Mille cherubini in coro que Alois Melichar recreó en lengua italiana con base en una canción de cuna de Schubert y asignándole una letra cuyo autor se desconoce.
Como contrariando a aquellos que creen que lo suyo es la potencia y no la dulzura, Pavarotti nos dejó una emotiva versión que, con justicia, es considerada la número uno:
Nota
1 Este es uno de los contados pasajes que recoge emociones de él; otro es donde, todo enojado, corrió a los comerciantes del templo y uno más es aquel donde llora al enterarse que su amigo Lázaro ha muerto. Pero ninguno como ese en que, ante su sufrimiento inminente, su «cáliz», le plantea a su Padre que, si fuera posible no asumirlo, que «pasara»; mas corrige de inmediato: que se haga la voluntad de Dios (una fórmula que 21 siglos después seguimos pronunciando cuando al ver venir la muerte concluimos que es irremediable).