¿Por qué leer mujeres?
MARIAMALIA BLANCO
Hoy por la tarde me sorprendió la casualidad de que había tres mujeres en mi mesa de lectura. Flannery O’ Connor, Marosa di Giorgio y Rafaela Contreras Cañas. Siglos XX y XIX respectivamente. El cenicero no es decorativo, pero también estaba ahí.
De pronto, me percaté de que normalmente prefiero leer autoras mujeres. No sé si esto lo hice conscientemente; pienso que, como la mayoría de objetos que he acumulado en la vida, estas lecturas también las fui acumulando sin proponérmelo, una tras otra, sin darme cuenta.
Si lo hice o no a propósito me parece irrelevante. Lo que sí sé es que cuando me entero de alguna escritora talentosa, una emoción única me recorre por dentro. Como quien se va de viaje para encontrarse consigo misma; como quien sabe que su mejor amiga le espera al otro lado del vacío, eso es lo que siento cuando leo una mujer.
Claro que también he leído autores hombres. Pero hay algo en la escritura femenina que siempre me ha interesado, quizá sea esa forma tan peculiar de enfocarse en el cómo y no tanto en el qué. Quizá sea esa atención al detalle que atraviesa nuestras historias. O quizá, simplemente, la emoción de que quien escribe se parece a mí. Y entiende cosas que solo yo entiendo.
Durante muchos años, ser mujer y escribir era un desprestigio, una vergüenza. Muchas lo hicieron a escondidas o bajo seudónimos. Teníamos tanto que decir, pero el mundo no estaba listo. Durante los años anteriores al siglo XVIII, escribir para una mujer era impensable. La escritura era un espacio reservado para los hombres, ellos sí tenían acceso a la educación, a las tertulias, a expresarse de forma crítica sobre los temas de actualidad.
Incluso en el siglo XIX, cuando la mujer de clase media empezó a escribir, eran privilegiadas las que podían hacerlo. No cualquiera podía escapar de sus labores de esposa y madre para sentarse a escribir. Había que tener muchos privilegios.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado.
Quizá lo que más me emociona de leer mujeres es saber que detrás de cada texto, independientemente de cualquier otra circunstancia, hay una historia de autenticidad, la historia de alguien que se atrevió a pronunciar palabra y compartir su propia visión. Muchos pasan por la vida sin hacerlo nunca. Nadie mejor que las mujeres sabe lo difícil que es hacer esto.
Hoy por la tarde, veo tres cuentistas mujeres en mi mesa de lectura y se forma un pensamiento: Qué gran pluma tienen las mujeres. Nuestra pluma es sutil: sugestiva y precisa a la vez; te atraviesa con sus dudas como un rayo, te abraza con su mirada única del mundo, te apunta directo a los dolores, a las incertidumbres, y entonces ya no sos la misma.
Habrá quienes piensen que el hecho de que la autora sea mujer no tiene la menor importancia. Personalmente, pienso todo lo contario. Ser mujer es mucho más que nacer como una sino que, tal como dijo Simone de Beauvoir, se llega a serlo. Y la escritura se nutre de todas las cosas que hemos llegado a ser.
MARIAMALIA BLANCO
Filóloga