Covid-19 mon amour
Es marzo del 2020 y mucha gente evoca La peste de Camus. Según dicen, las ventas han aumentado montones. Leí ese libro por primera vez hace mucho tiempo. En el 99, mi primer año de U. Mientras viajo en un bus de Lumaca, me froto las manos con alcohol en gel y recuerdo una escena tremenda de La peste: una vez suspendidos los rituales fúnebres, los familiares de los muertos suben a los riscos y lanzan flores a las formaciones de tren que se llevan los cadáveres.
Los buses en los que yo viajo a diario, desde un punto de vista epidemiológico, son probablemente más riesgosos que alguno de esos bulliciosos cafés de la Orán de La peste. Y nadie, pese a que tenemos mucho de cadáver, nos lanza flores desde Ochomogo o desde los puentes peatonales de la Florencio del Castillo.
Leo que el Covid-19 no será tan mortal como la Gripe Española, pero, tampoco, tan inofensivo como la AH1N1. Puede llegar a ser, según dicen, como la Gripe Asiática del 57.
Mi amigo Manuel me escribe: “Mae, ¿dónde estás? Cada vez que tengo programa en la radio me veo con él y almorzamos en un restaurancito árabe de Chepe centro. “Voy por Pinares”, le respondo. Y sigo leyendo sobre un niño, hijo de anarquistas, que le regala un sapo, una culebrilla y un montón de mariquitas a una niña, hija de católicos, en la Italia de la posguerra.
Calculo que la temperatura ronda los 25 o 27 grados, y sin embargo, salvo una señora y yo, nadie abre las ventanas del bus. Un pasajero tose. Otro estornuda. Y al fondo, de manera inconfundible, reverbera el sonido de unos senos paranasales inflamados y la moquienta industria de la desidia.
Interrumpo la lectura y me figuro escuadrones de la muerte que tiranizan y asesinan a los resfriados de la Tierra. Campos de concentración para asmáticos y riñíticos. Fusilamientos aleatorios en los pabellones de neumología.
Recuerdo, entonces, otro libro sobre epidemias apocalípticas, uno anterior al de Camus, y si se quiere, más aterrador: La peste escarlata de Jack London. Pienso en la fragilidad de la civilización y pienso que, aun cuando el mundo haya sido aniquilado, el hombre seguirá siendo el mismo: un embutido de ángel y bestia, como dijo Parra, aunque más bestia que ángel, según mi entender....
El protagonista de La peste escarlata, el único sobreviviente a 70 años de la pandemia, es un anciano que cuenta la historia del colapso del mundo frente a unos niños. El viejo recuerda que la plaga no contagió a un hombre, un chofer, y lo define como un bruto, un perfecto bruto, violento y aborrecible. Y añade: “Parecería, a pesar de nuestras viejas nociones metafísicas sobre la justicia absoluta, que no hay justicia en el universo”.
Las crisis son especialmente dolorosas porque, entre otras cosas, nos echan en cara que la justicia no existe más que como anhelo. Por eso las nociones humanistas no tienen asidero en contextos críticos. Y quizás por eso, cada vez que uno de los pasajeros de Lumaca estornuda, tose o jala mocos, en definitiva, deseo fusilarlo.
Hay un libro fascinante de Arlette Farge y Jacques Revel que habla del pánico que se suscitó en la París de 1750, a propósito de un rumor sobre secuestros infantiles. La multitud con miedo. La multitud cosechando violencia. Según las fuentes que consultan Farge y Revel, el asunto no pasó de ser más que eso, un rumor. Y sin embargo, hubo disturbios, desmanes, revueltas, caos… Para los autores, en el fondo, opera la trama del gran juego social en el que cada uno de los actores improvisa su rol, “envuelto en los ropajes antiguos, pero donde poco a poco va descubriendo el nuevo significado de sus acciones”. O dicho de otro modo, además de los rumores del secuestro de los niños, en la muchedumbre se esparce una sospecha, acaso intuitiva, todavía más crucial: el pueblo ya no ama más a sus reyes.
El Covid-19 ha fortalecido en todo el mundo el músculo de la razón diabólica y las conspiraciones. Se habla de que la CIA, de que los chinos, de que las farmacéuticas… Y nuestro país no es ajeno a esos brotes conspirativistas. En medio de la peor crisis de gobernabilidad y confianza del siglo no es casual que surjan tantísimas noticias y rumores (algunos verdaderos, por supuesto) que aluden a secuestros de niños y mujeres.
Son los indicios del colapso, como las revueltas que precedieron a la caída del Ancien régime.
La gente ha vuelto a leer La peste de Camus. Tal vez porque, como decía Lukács, la novela es la épica de un mundo sin dioses. Llama la atención que ni siquiera nos acordemos del hecho, la verdad fáctica, de que el gran Apollinaire, con su cráneo trepanado, sobrevivió a la Gran Guerra y pereció por la Gripe Española.
FABIÁN COTO CHAVES
@fabicocha