Solo una mañana...

Un avión que horada perezosamente las espesas nubes. Una paloma morada, un pechoamarillo, un zanate y otros pájaros desconocidos que lanzan, también, amenazas y señales de auxilio. El bisbiseo avisposo que emite la nevera comprada poco antes de casarnos. El mueble que alcanza el límite de algún aposento vecino. La gaveta que se cierra bruscamente. El juego de mesa que mis papás nos regalaron y que nuestra gata, Piñata, tiraniza a diario. Una añosa bitácora de viaje donde se lee “Nakamuraya Café, 3 p. m.”. El control remoto abandonado en el sofá. Varias pestañas de Chrome. Una canción de Silvio, prudentemente, reproducida a volumen de murmullo.

Arriba, mi esposa interpretando la docta voz de un médico gringo que intenta esclarecer la diabetes de una señora guatemalteca. Mi esposa, allá arriba, encerrada en su oficina, inaugurando una rara alquimia que convierte el severo diagnóstico en amabilidad.

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Está muy claro: Saturno, permanentemente, devora a sus hijos. O dicho de otro modo, Saturno devora cualquier tentativa de apresar el presente. Todo lo demás es ruina y rastro. Saturno devora a sus hijos porque, al igual que los babyboomers, teme que ellos, sus hijos, hagan lo que él hizo con su padre Urano: robarle el poder.

Saturno es todo eso, pero, claro, las cabronas son las abortistas ticas que le piden al gobierno que firme, de una vez por todas, la norma técnica.

Para Frabrizio del Dongo, el protagonista de La cartuja de Parma, la Batalla de Waterloo era solamente un campo de tierra desnuda donde se estrellaban los obuses, y el Gran Corso, apenas, una figura diminuta que montaba a caballo. No existe una conciencia subjetiva individual, corporal, de la Historia. Y Stendhal lo supo antes que todos.

Que si Rocío Aguilar, que si las calificadoras de riesgos, que si el desempleo, que si la debacle económica…. Para mí, acá en Cartago, en este momento que casi todos presumen crucial, la Historia se rinde ante la contundencia de una mañana absolutamente irrelevante en el devenir de la humanidad. Por eso me importa más la suerte de los pájaros que la de los eurobonos.

Leo noticias que hablan del retorno de los nacionalismos y recuerdo que la única vez que estuve en Ámsterdam pasé por la casa de Anna Frank. Había una fila nivel "Estanco en 1981" y yo tenía muchas ganas de orinar. Por todas partes había bulliciosos angloamericanos con una promesa de goma dibujada en el rostro.

Obviamente no entré.

Fabián Coto

@fabicocha