Sobre la crítica literaria y artística
ADRIANO CORRALES ARIAS
La crítica, como la mayoría sabemos, es la opinión o el juicio ponderado, que un individuo dispone acerca de una situación, persona, obra artística, entre otras cuestiones. La crítica artística es una actividad valorativa, explicativa y crítica sobre el quehacer artístico de una época o acerca de la obra de un autor en particular. En el caso de la literatura, se conoce como crítica literaria a la disciplina o actividad que se ocupa de analizar y luego de valorar, ya sea positiva o negativamente, a una producción literaria. Se trata de la interpretación evaluativa de un texto por parte de un “crítico literario” que se expresa a través de un medio de comunicación escrito u oral, valorando y opinando sobre las características de una producción literaria determinada. Como consecuencia de su presentación en público para que se las adquiera o consuma, las producciones artísticas y literarias son casi siempre objeto de la atención de aquellos profesionales que se dedican, justamente, a verter sus críticas tras la apreciación de una obra, ya sea de teatro, de música, de cine, de un libro, una exposición pictórica o escultórica, o hasta de un programa de televisión o cable, entre otros.
El profesional que se dedica a la realización de estas valoraciones y análisis sobre las piezas artístico/literarias debe y puede contar con estudios profesionales sobre la materia que crítica: estar graduado en la carrera de filología y letras, bellas artes, artes visuales o escénicas. También es habitual que personas que disponen de una larga trayectoria en la materia literaria o artística se dediquen a la elaboración de la crítica, es el caso de muchos escritores y artistas que se dedican al análisis de las producciones de sus colegas contemporáneos o pasados; incluso se atreven a analizar su propia obra. El problema es que no existen estudios superiores específicos para los críticos; los hay para artistas y especialistas, sin embargo, no hay escuelas de o para críticos, lo cual provoca constantes interrogaciones sobre la calificación y competencia de estos y sus recensiones.
La crítica, por su carácter distanciado y por la búsqueda de rigor objetivo en cuanto al análisis y la valoración, es una de las actividades más problematizadas en el amplio proceso del quehacer artístico en general. Muchas veces, los artistas y escritores que pasan por el ojo de la crítica suelen demonizar y desconocer a la misma, sobre todo cuando esta no es superficial, aduladora o condescendiente con la obra analizada. A pesar de ello, debe insistirse en la crítica artística y literaria como una caja de herramientas necesaria para desvelar la existencia o no del rigor metodológico presente en determinadas producciones de arte. Ahora bien, la valoración personal, que está más presente en los artículos periodísticos, puede ser tomada o dejada de lado, pero no por ello debe despreciarse, minimizarse o ensalzarse una obra por lo que se diga de ella. El otro tipo de crítica, la denominada profesional, formal o “académica”, ofrece mayor profundidad metodológica y conceptual, pero carece de la inmediatez pública del acontecer periodístico o de otros medios de difusión de la misma. Por otra parte, es una crítica que se dedica con mayor confianza al canon establecido y casi no arriesga con producciones contemporáneas o novedosas. Ya volveremos sobre ello.
La actividad critica y el efecto de razonar ante un artefacto artístico es parte de lo que conocemos como pensamiento crítico. El adjetivo crítico hace referencia a los juicios u opiniones que son la consecuencia de un análisis detallado de un determinado objeto de estudio. De esta manera, el pensamiento crítico hace alusión al hecho de pensar a través de un conjunto de juicios que provienen de un análisis exhaustivo. El pensamiento crítico presupone que la actividad racional que se genera se hace desde la imparcialidad. En otras palabras, pensar críticamente es salirse del asunto que se analiza para reflexionar desde otras perspectivas con el fin de encontrar una solución a la cuestión o al problema en estudio. En este tipo de elaboración de razonamientos lo difícil no es tanto el acto de pensar y analizar, como el hallazgo de una posición de imparcialidad intelectual. El pensamiento crítico es una estrategia intelectual por la cual el individuo llega a sus propias conclusiones sin necesidad de adaptarse a un modelo preestablecido. De esta manera, pensar críticamente implica no aceptar de entrada la verdad sobre algo sino dudar acerca de esa certeza y buscar las aristas y posibilidades que revelen o avalen, de una forma u otra, aquella “verdad”.
Se puede decir que una persona con pensamiento crítico es quien no se limita a seguir las instrucciones de un programa, sino que genera su propia programación y producción de ideas. Esto es un problema no menor, puesto que en la mayoría de los sistemas educativos no se fomenta el pensamiento crítico. De hecho, los estudiantes, incluso de artes y literatura, asumen que ciertas verdades son válidas porque las expone un libro de texto o las avala una cátedra, entonces cuestionarlas supondría un esfuerzo inútil. Este esquema imperante en los sistemas educativos, incluidos los universitarios, se aplica posteriormente al conjunto de la realidad social y, en consecuencia, los individuos se limitan a aceptar las verdades oficiales. He allí otra razón por la cual una crítica imparcial y rigurosa encuentra tantos obstáculos y detractores.
Si una persona estudiosa apuesta por un pensamiento crítico y alternativo, su planteamiento intelectual se basará en tres elementos: pensar de manera autónoma, cuestionar la verdad oficial y adoptar una posición de inconformismo vital. Así, el pensamiento crítico no es una corriente intelectual novedosa pues forma parte de la historia de la humanidad y de su pensamiento. Gracias a él, por ejemplo, los filósofos de la antigüedad griega sustituyeron las explicaciones mitológicas por la racionalidad, y los científicos del Renacimiento aportaron nuevas visiones sobre el universo. Hoy, los avances de la física y las matemáticas, de la ciencia en general, nos colocan frente a pluriversos cada vez más asombrosos, complejos y amplios, mismos que solicitan un pensamiento abierto y versátil en consonancia con los nuevos conocimientos.
De tal modo que el pensamiento crítico es subversivo y radical porque supone desestabilizar los planteamientos oficiales de cualquier disciplina o área del conocimiento, e ir a las raíces de los mismos para encontrar nuevas posibilidades interpretativas. Tal vez por ello en la actualidad se discute tanto acerca de la crisis de la crítica en todos sus aspectos. Pareciera que la industria cultural y el mercado artístico no toleran este tipo de pensamiento crítico puesto que deslegitiman obras que se reconocen más por su valor de intercambio (la plusvalía) que por sus condiciones de posibilidad estética o ética. Ello se complica debido al escaso discurso teórico sobre la crítica literaria y artística dentro del periodismo que se ha construido en torno a la denominada “retórica de la crisis”. Algunos estudiosos ven esta crisis como un problema de legitimación, puesto que la estrecha relación de la crítica periodística con la industria cultural la hace vulnerable a las constricciones del mercado. Por otro lado, la crítica, que es una institución prescriptiva, reguladora pero escasamente regulada, ha cometido y comete, ciertamente, algunos excesos. La aparición constante de nuevas tecnologías y el contexto estético/filosófico dominante también parecen poner en entredicho la autoridad del crítico de arte en tanto casi todos nos creemos o “somos críticos”. Por eso debe insistirse en la necesidad de reformular la vigencia y la función de la crítica artístico/literaria, atendiendo a la multiplicación de los sujetos, así como a la reconsideración de la base de su legitimidad teórico/metodológica.
Lo anterior supone retomar el concepto de la esfera pública (Habermas; una esfera ubicada entre el estado absolutista y la sociedad burguesa), que ofreció la base para la institucionalización de la crítica literaria moderna, puesto que constituía un espacio para el diálogo sobre la literatura y las artes, así como para el debate político. Se trata de saber si esa esfera se ha roto por las nuevas imposiciones de un estado corporativo neoliberal y global y asistimos más bien a una “semioesfera” (Lotman) donde todo es posible y entonces, como parece ser, los discursos críticos se subsumen en la ambigua trivialidad de la red donde muchas veces predominan las falsas noticias, las adulteraciones, los simulacros e imposiciones.
Como consecuencia de la desintegración de la esfera pública (según el modelo ideal de Habermas), la discusión racional sobre temas culturales y artísticos ha cedido el lugar al mero consumo cultural; es decir, se pasa de una situación en la que la cultura era, supuestamente, ajena al mercado, a la de una sociedad corporativa donde la cultura se convierte en objeto de consumo y los receptores de cultura dejan de ser individuos privados que discuten racionalmente sobre ella para convertirse en consumidores de una mercancía. Así, a diferencia de la crítica literaria de las revistas del siglo XVIII o XIX, por ejemplo, en el capitalismo globalizado el discurso racional sigue teniendo lugar en los medios de masas (en revistas y suplementos de diarios, electrónicos hoy casi todos), pero es el mismo medio el que se ha convertido en mercancía, de forma que la crítica no puede ser sino un modo de promoción o divulgación, mercadotecnia pura. La prensa ha dejado de ser un medio público para crear opinión y se ha convertido en un objeto comercial que obedece a los intereses de los anunciantes y dueños de las corporaciones. Por tanto, ante la desaparición del medio público que posibilitaba la mediación entre el arte y su receptor (la esfera pública), la crítica ha perdido su base institucional, según Habermas.
La crítica, que ya no puede basar su legitimidad en la esfera pública, entonces busca cobijo en las universidades y en la prensa alternativa, de modo que debe renunciar a públicos amplios o ceder a los intereses de la industria cultural. He allí la encrucijada contemporánea en que se encuentra sumida la crítica artística y literaria. Se trata de la antinomia entre la sociedad de masas y la inmanencia artística, es decir el “aura” (Benjamin) o la pureza de la convención estética (lo bello, lo sublime) y, entonces la crítica, como durante el Romanticismo hasta gran parte del siglo XX, debería salvaguardar esa inmanencia. Sin embargo, para ese otro gran pensador del Círculo de Frankfurt, Walter Benjamin, la época de la crítica formaría parte del pasado pues exige una perspectiva particular y el capitalismo imposibilita dicha diversidad de visiones (Benjamin, 1987). Si a lo anterior se le agrega la crisis pandémica global, así como la crisis civilizatoria del capitalismo, el panorama se nos presenta aun más complicado.
Los problemas de la crítica en general y de la periodística en particular, deben comprenderse entonces en un marco más amplio porque gran parte de la problemática de la crítica se debe al contexto filosófico y estético hegemónico que tiende a aumentar la desconfianza respecto de la autoridad cultural. La discusión consiste en saber si la estética y la crítica deben enseñar “el gusto verdadero y correcto”, o si deben emitir juicios de autoridad sobre las obras, puesto que hoy se considera el juicio del gusto como una apreciación puramente subjetiva y personal. En esa discusión el sujeto crítico no puede explicar racionalmente sus elecciones de gusto, pues la razón solo puede explicar aspectos objetivables y no el “Hábitus”, según el concepto de Pierre Bourdieu. Se trata de defender o impugnar la inapelabilidad del juicio estético.
Así, considerar el gusto como categoría psicológica más allá de la autoridad cultural, vuelve a cuestionar la legitimidad de la crítica, puesto que iguala el gusto de cualquier receptor y entonces el debate crítico se torna imposible. Es complicado contrastar argumentos sobre la valoración de una obra si se carece de argumentos estéticos y filosóficos, por lo que el debate crítico deviene en un dialogo de sordos, en un absurdo. Al convertir el gusto y la respuesta individual en los principales criterios de valoración, la autoridad cultural (y dentro de ella, la crítica) se coloca en entredicho. Según algunos estudiosos, en la actualidad el énfasis recae en la “experiencia” única e intransferible vivida por cada quien al consumir una producción cultural y, cuando esa experiencia se convierte en autoridad, su juicio tiene el mismo valor que el del experto cultural o el profesional (Hutcheon, 2009: 7).
Finalmente, las dificultades por las que atraviesa la crítica no han provocado su desaparición vaticinada casi desde su aparición en público. Existen, más bien, indicios que contradicen esos augurios pesimistas: la proliferación de críticas y reseñas en Internet y en las redes sociales o el abanico de producciones culturales cada vez más amplio que abarca la crítica, muestran que aun cuando se cuestiona la autoridad cultural y la labor de la crítica “profesional”, la crítica periodística sigue siendo requerida por buena parte de lectores. Las investigaciones empíricas muestran que las nuevas formas de crítica conviven con las tradicionales formas de autoridad cultural, pues aunque, ciertamente, las jerarquías culturales se han difuminado, también se generan nuevas formas de clasificación y jerarquización. Por todo ello, se debe concluir que la crisis de la legitimidad de la crítica no conllevará a su desaparición, sino que nos plantea el reto de reformular su vigencia y sus funciones, así como la reconsideración de la base de su legitimidad.
ADRIANO CORRALES ARIAS
Escritor