Síndrome de “Marxismo Occidental”
ALLAN ORTIZ MORALES
A los consejeros secretos que susurran al oído.
El término “marxismo occidental”, se popularizó como categoría en la historia del pensamiento cuando el eminente historiador y ensayista británico Perry Anderson, en 1976, describió una tendencia en la evolución de la teoría marxista presente durante el periodo que va de la “estalinización” del movimiento comunista internacional a las protestas globales de 1968 y los años siguientes. De acuerdo con Anderson, la característica principal del “marxismo occidental” es su completo repliegue sobre sí mismo, una teoría que no articuló ninguna clase de praxis transformadora de la realidad. Si bien es cierto, Anderson no dudaba de la superioridad intelectual de ese marxismo de occidente y sus notables aportes a la estética y a la epistemología, veía en el trotskismo de los años 70 la verdadera unión entre la teoría y praxis, y por supuesto, la vuelta al análisis de la realidad y la construcción de una estrategia socialista (ilusiones por supuesto defraudadas, como aceptaba Anderson en un libro de la década siguiente encargado de actualizar su diagnóstico sobre el mundo intelectual marxista y su injerencia en la política). En una demoledora crítica a la supuesta superioridad intelectual del “marxismo occidental” asumida por Anderson, el filósofo italiano Domenico Losurdo observó algunos vacíos del marxismo occidental disimulados, o tibiamente resaltados por el historiador y ensayista británico: resulta no sólo que el marxismo, y los marxistas, occidentales rompieron el vínculo entre teoría y práctica, sino que el propio contenido de su teoría hacía imposible tal vínculo, pues está se encontraba atravesada por un desencanto melancólico ante la cosificación del mundo: todo era reificación. Pero no sólo eso, más grave aún, un colonialismo casi racista, y un elitismo pedante eran parte de la teoría que se refugiaba en una esperanza mesiánica, que esperaba la realización mágica de la utopía de una sociedad sin clases, un mundo que era, como observó Maurice Merleau-Ponty un “Otro absoluto”. El mundo real, por desgracia, estaba contaminado por masas irracionales de barbaros y su tendencia al “totalitarismo”.
La lista de intelectuales que perteneciendo a esta tendencia, dejan explicito este particular contenido de su teoría, es amplio. Walter Benjamin corre a refugiarse en la esperanza del regreso del mesías, el mundo es la realización de la catástrofe. Adorno y Horkheimer fustigan a la Unión Soviética por industrializarse y burocratizarse (mientras se defendía de la latente amenaza del exterminio nazi) en vez de llevar a cabo el ideal de extinción del Estado y la construcción de un paraíso en la tierra; con argumentos similares, apoyaban la agresión estadounidense contra Vietnam, que era catalogado como un país bárbaro y “totalitario”. Althusser vituperaba contra el humanismo por ser una ideología burguesa, cuando los pueblos del tercer mundo buscaban el reconocimiento de su humanidad en trágicas y desesperadas luchas anticoloniales. El mismo desprecio por el tercer mundo mostraba la escuela de Della Volpe y Colleti, este último que, sin dudarlo, se pasaría de orilla y denunciaría como amenazante para la civilización cualquier elemento derivado del pensamiento de Marx, recuperando todos los lugares comunes del conservadurismo de Guerra Fría. Omito varios casos para evitar la reiteración, espero el punto haya sido aclarado: los pueblos coloniales, humillados y violentados, eran barbaros propensos al “totalitarismo”. El marxismo de occidente, imaginando la utopía, condenaba al salvaje “oriente”: ¡Las víctimas del colonialismo –que es inherente al capitalismo- eran sentadas en el banquillo de los acusados! ¡Poco brillante resulta ese aspecto de la celebrada teoría del “marxismo occidental”!
Evidentemente ninguna variante del pensamiento marxista es popular en Costa Rica, pero el síndrome de desconexión con la realidad y la mirada desdeñosa desde la torre de marfil se ha hecho presente en los días que pasan. La sacrosanta democracia-liberal-procedimental parece puesta en tela de dudas por protestas múltiples, en el marco de una aguda conflictividad social. La “polarización” -siempre enemiga del consenso e indeseable mal según el discurso imperante- está al tope. Y ahí lo tenemos, un partido descalificado desde diferentes sectores como “progresista” -un término que puede significar cualquier cosa, pero que a menudo hace referencia a una curiosa mezcla de parcial defensa de derechos humanos en el marco de reformas económicas que superan cualquier delirio de los neoliberales de la década del 90- no duda en reprimir. Elitismo, y en el caso de las comunidades indígenas, un franco colonialismo, construyen un panorama intelectual que apunta hacia la utopía de un país desarrollado, defensor, de nuevo hago énfasis: parcial, de los derechos humanos, pero incapaz de observar la evidente miseria de los mundanos, salvajes, tentados hoy por cualquier consigna debido a su olvido y ostracismo por parte de la buena sociedad. Son los síndromes del marxismo occidental, pero sin marxismo, porque la lucha de clases es abyecta y nauseabunda. Y por si no lo sabían, Marx lleva muerto mucho tiempo en la utopía (¿no lleva más bien el prefijo “dis”?) liberal.
De nuevo, las aspiraciones al mejor de los mundos miran con desprecio a nuestro valle de lágrimas. Los salvajes atentan contra la República Utópica. Digámoslo está vez con Marx: nada más aburrido y estéril que el lugar común. Los síntomas de “marxismo occidental”, son más que evidentes (aunque esta vez sin ningún aporte claro a la teoría crítica). El pensamiento que se autodenomina “crítico” mira con asco hacia abajo.
ALLAN ORTIZ MORALES
Estudiante de Historia Universidad de Costa Rica