Que alguien le haga una película al Gato Félix
Qué significa robar un banco comparado con fundarlo. Algo así decía Brecht. Eran los años 30 y la gente, especialmente la gente comunista, decía ese tipo de cosas. La crisis del 29 había provocado la quiebra de numerosos bancos, y bueno, ya se sabe, los banqueros nunca pierden... Por eso por cada banco quebrado había miles de trabajadores que perdieron sus ahorros y varias decenas de directivos en fuga o, en el mejor de los casos, a punto del suicidio.
Era la época de Baby Face Nelson y John Dillinger (ese bandido interpretado por Johnny Depp en Enemigos públicos). Era la época en la que Dashiell Hammett, acaso como San Juan en el Libro de las Revelaciones, relataba crímenes y sórdidas intrigas como quien se presume cronista del capitalismo periclitado.
Está claro que un bandido, sea ladrón de bancos o de gallinas, no puede existir fuera de los órdenes socioeconómicos y políticos a los que desafía. Se trata de un asunto de poder: el bandido se resiste a obedecer aquellas reglas que impone determinada forma de organización social. Brecht, por supuesto, hablaba desde una época en la que los bandidos se volvían ideológicos. Así había sido durante mucho tiempo. Por ejemplo, el general Artigas, antes de convertirse en El Libertador de Oriente, solía saltar la cerca de las estancias a fin de diezmar hatos y cabañas.
En Costa Rica no hemos tenido bandidos heroicos. O al menos eso creo. Es cierto que existieron personajes muy mediáticos como Los hijos del diablo, Tres pelos, Arnoldillo, Bam-bam o Erlyn Hurtado. Sin embargo, me atrevería a decir que el único bandido heroico de nuestra historia fue retratado por Eduardo Oconitrillo en Memorias de un telegrafista: Carlos Soto, un chileno que en 1915 asaltó la Joyería Siebe y el Almacén Khor y que, luego de una fuga extraordinaria y una amplia cobertura periodística, acabó convertido en ícono popular.
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El Gato Félix cometió su primera fechoría a inicios del gobierno de Oduber. Es decir, fue condenado (aunque no fue a prisión sino hasta 1977) cuando aún existía La Peni, cuando el mundo era un Kalashnikov y una conjura de la CIA, cuando, en el país, agrónomos graves como tractores esparcían pesticidas a fin de abolir el imperio de los jogotos. Experto en cajas fuertes, siguió delinquiendo durante más de 40 años, en sintonía con la circularidad de la crisis: de la debacle de Carazo a la del PAC.
Hoy, cuando nos dicen que el régimen de pensiones es casi un esquema Ponzi con garantía del Estado, vale recordar que, con 79 años, el Gato Félix se ha dedicado a infringir la ley por más tiempo de lo que han cotizado muchos jubilados privilegiados. Es decir, en un orden socioeconómico donde no estuvieran tipificados los delitos contra la propiedad privada y donde la jubilación fuera proporcional a los años laborados, el Gato Félix tendría más “derecho” a una pensión que, digamos, el presidente Alvarado y algunos exdiplomáticos.
Nunca dio un gran golpe. Nunca robó un banco. Es más, es probable que nunca haya sido un gran bandido: siempre lo agarraban y lo procesaban. Tampoco fue beneficiario de ese irresistible atractivo que caracterizó a los cangaceiros y a los bandoleros sociales, robinhoodescos, de Cerdeña. Sin embargo estoy convencido de que el Gato Félix merece una película. Aunque sea una de Hernán Gómez o Miguel Jiménez.
Fabián Coto
@fabicocha