Un bicentenario que no llega

LUIS MORA RODRÍGUEZ

Las fechas patrias siempre se prestan para festejos y balances. Sin embargo, a dos años del bicentenario, las expectativas que se generaron al inicio de la administración Alvarado y tras una intensa y desgastante campaña, parecen haberse evaporado. En este artículo trataré de subrayar algunos aspectos del problema desde la perspectiva que enfrenta el gobierno actual.

En efecto, la situación del país luce hoy incluso mucho más caótica que luego de abril de 2018. La utopía de una celebración jubilatoria, de una hermandad costarricense festejando septiembre del 2021 pertenece quizás a un relato de ficción.

Tres son los elementos que destacan en el contexto actual y que merecen toda nuestra atención. En primer lugar, un desgaste político sin precedentes de la figura de Alvarado, en segundo lugar, un panorama sombrío en la dinámica económica, y por supuesto, una difusa y variopinta contestación social.

El desgaste de Alvarado está relacionado con los otros dos elementos, pero tiene características propias que es importante entender. Me atrevería a afirmar que existe una distorsión profunda entre la autopercepción del mandatario y su entorno, y la imagen generalizada que de él tiene la población, la cual se refleja en la más reciente encuesta del CIEP. En efecto, el equipo de comunicación de Alvarado se ha encargado de proyectar en redes a un mandatario presente en las comunidades, al tanto del pulso nacional y sobre todo, con un horizonte fijo de trabajo que gira en torno a la descarbonización, la modernización del Estado y la entrada a la OCDE. Basta por ejemplo observar la cobertura de la gira a Naciones Unidas y el mercadeo alrededor de la marca país. Luego de turbulentos meses de protesta, huelgas intermitentes y la caída de uno de sus ministros más insignes, el premio recibido por Costa Rica y la presencia del mandatario en Nueva York, han reposicionado la imagen de Alvarado, al menos en términos simbólicos.

Es cierto, frente a los urgentes problemas locales, esta acción podría parecer banal e incluso desplazada. Sin embargo, se trata de una estrategia que ha probado tener buenos resultados. Estrategia de presencia y seguimiento de temas cuya agenda futura no se debe menospreciar. En este sentido, se puede afirmar que Alvarado tiene claro ese núcleo duro que lo llevó al poder y para quiénes -profesionales urbanos, estudiantes de universidades públicas, cierta parte del empresariado- la apuesta por un "progresismo blando" será siempre mejor que la amenaza populista fundamentalista.

Sin embargo, dicha narrativa se enfrenta a dos obstáculos mayores. Por un lado, lo que podríamos calificar como una clara deriva a la derecha en lo económico. Deriva que tiene dos aspectos centrales. Primero, una serie de políticas de restricción que obedecen el abecedario de la austeridad y que nos conducen al borde de la crisis. Y segundo, la profundización de políticas que buscan homogeneizar por lo bajo los salarios (ley de empleo público), a la vez que generan obstáculos al derecho a huelga. Pareciera que el sacrificio de todos sobre el que se construyó la narrativa de la reforma fiscal, resultó ser la salvación de algunos cuantos.

Esta situación explica entonces el tercer obstáculo que emerge en el horizonte del bicentenario y amenaza con nublar el paisaje de la celebración. Estamos frente a una fuerte polarización social, con actores múltiples, reivindicaciones dispares, pero unificada en un mismo malestar.

Se encuentran ahí, desde líderes cuyo solo propósito es escapar a los procesos judiciales que los aquejan (y que podrían, eventualmente conducirles a prisión), hasta trabajadoras y trabajadores que entienden la amenaza que pesa sobre su futuro como asalariados. Se encuentran también estudiantes con reivindicaciones concretas, esperanzas de un cambio en sus condiciones materiales cotidianas, hasta aprendices de brujo, neo-fundamentalistas que navegan sobre la indignación y el engaño.

Pésimo cálculo haría Alvarado en menospreciar este heterodoxo conjunto social. Pero también, pésimo sería ceder sin miramientos a cualquier desplante.

La visión de los próximos dos años parece turbia. Alvarado ha apostado a figuras de colmillo político y pasado ajetreado - como Victor Morales Mora- para sostener el barco, tanto frente a la Asamblea, como frente a los actores sociales. Sin embargo, las tensiones hacia fuera del Gobierno (empresarios, movimientos sociales, entidades financieras internacionales), como a lo interno (matrimonio PAC-PUSC) auguran un futuro cercano lleno de incertidumbre.

La posibilidad de un bicentenario que se pueda celebrar radica, quizás, en algunas estrategias como las que postulaba Maquiavelo. El equilibrio entre los intereses del pueblo y los intereses de los "grandes" estaba en la medida y la acción introducida por el Príncipe. Así, bien haría Alvarado en aflojar la cuerda de la austeridad, en traducir la política de la lucha contra el cambio climático en términos de bienestar cotidiano para las grandes mayorías, y sobre todo, en desactivar las bombas sociales que dejaron los cambios estructurales en Limón.

Todo esto, sin olvidar las promesas de una política cultural progresista, que permita darle sentido a un voto pasado y abrir el abanico de opciones, a futuro.

Luis Mora Rodríguez

@lucaskranach