Picasso… ¿aún sorprende?
KENNETH CALDERÓN
El malagueño regresó al país con la exposición “Picasso, aún sorprendo”. Gracias a un esfuerzo interinstitucional, y como parte de las actividades de celebración del Bicentenario, tenemos la presencia de cuarenta obras gráficas del artista. Por suerte, el bicentenario trajo algo más que drones.
La exhibición, que se encuentra en el Museo Calderón Guardia, consta de tres series: “Les Bleus de Barcelona” (1963), “Los bailarines” (1940) y dibujos de la colección “Geneviéve Laporte” (1974); además de dos reproducciones facsimilares de "Les femmes d’Alger”. La muestra es temporalmente variada, lo cual nos permite revisar diferentes inquietudes estéticas que exploró el autor a lo largo de su prolífica carrera. En ella podemos observar desde sus primeras incursiones en la vanguardia parisina, pasando por algunos de sus dibujos intimistas, hasta llegar a breves acercamientos de su deconstrucción cubista. También, por ser una exhibición de “obras menores”, apreciamos ciertos aspectos desconocidos para la mayoría del público.
Pablo se transmuta y se multiplica en la exhibición, de ahí el interés de anotar algunas ideas de los Picassos que nos visitan.
El Picasso Clásico
Las personas que visiten el museo se encontrarán, primeramente, con el Picasso clásico. Pablo Picasso fue un clásico, tanto en el abordaje, como en la representación y reflexión de las formas: solo quien conoce la estructura y los cánones clásicos, puede deconstruir y experimentar con la imagen, como él lo hizo. Sabemos que la pretensión cubista picassiana fue total: analizar y representar el movimiento y el comportamiento de la forma desde todas las perspectivas posibles. Su propuesta fue la búsqueda de “aprehender la móvil sucesión de todo”, como lo denominó el crítico Salazar Bondy, un camino que, como es sabido, Cézanne preparó cual “voz que clama en el desierto”. Esa audaz operación solo la podía proponer aquél que tuviera el entrenamiento quirúrgico en el lenguaje y los recursos técnicos y visuales de la representación: un clásico.
El dominio que tenía Picasso de estos estándares se aprecia en la serie “Los bailarines”. Esta colección consta de catorce grabados realizados en cuero, y está “emparentada” con la Suite Vollard (1930-1937), que tuvimos la oportunidad de comentar el año pasado. Con “emparentada” me refiero a las similitudes en el abordaje formal y estilístico; por otra parte, son evidentes las diferencias en los soportes de los grabados y en los temas representados, por mencionar algunos. Me interesa recalcar que en las dos hay un trabajo extraordinario de síntesis de las formas, de economía de los recursos visuales y una maravillosa conjunción entre fluidez y solidez de la línea que recorre las piezas de ambas producciones. En “Los bailarines”, le basta a Picasso unos cuantos trazos para perfilar un rostro, representar un cuerpo en movimiento o crear la ilusión de espacio y perspectiva. Nos encontramos frente a un dibujante de oficio, un disciplinado fondista de caballete y taller.
La colección de “Geneviéve Laporte” también nos permite apreciar sus condiciones clásicas. Por un lado, vemos retratado el cuerpo de Geneviéve reposando boca abajo. El gesto del dibujante eterniza un sutil escorzo que crea la ilusión de volumen y espacialidad. En otro de los desnudos, donde el cuerpo de la modelo descansa de lado e interpela al espectador, la representación del mismo es resuelto con unas pocas líneas, sin superponer trazos que generen la ilusión de volumen, diferente al primer dibujo. Además, la composición nos recuerda a la “Maja desnuda” de Goya, a la “Odalisca” de Ingres, o a la “Olympia" de Manet: Picasso establece un diálogo con los maestros y los temas de la Historia del Arte.
Tanto la síntesis de “Los Bailarines”, como los desnudos de Geneviéve, son producto de la misma mano clásica: plantea dos formas de reflexionar y abordar el problema de la imagen, y en ambas propone una manera de resolver el eterno conflicto de la representación.
El Picasso de la Vie de Bohème
“París era una fiesta”, ¡Por supuesto!, que lo diga el Picasso de “Les Bleus de Barcelona”. Esta colección, impresa en 1963, consta de once reproducciones litográficas de acuarelas y pasteles hechas por el artista a finales del siglo XIX e inicios del XX. Por una parte, en esta serie aparece el recuerdo de los años de bohemia (“Le Poète Décadent”), la vida nocturna (“Le Divan”) y de espectáculo (“La Diseuse”). Ahora bien, los temas son pretextos para explorar las posibilidades formales: las manchas, gestos, trazos y texturas se despliegan con gran libertad, convirtiéndose en la verdadera preocupación del artista. Nos encontramos en los inicios de Picasso en los movimientos de vanguardia.
En esta serie destacan los gestos coloristas de cierto pre-fauvismo picassiano, rastros del posimpresionismo, observable en “Le peintre Sebastian Juner Vidal”, o en la “Femme Devant Le Miroir” .En ambas la paleta se abstrae, se satura y vibra en el movimiento y la gestualidad de la mancha que predomina en la composición. También referenciamos las piezas más acorde al denominado periodo azul: “Mère Et Enfant Au Fichu” o “Femme À La Mèche”, ambas originalmente hechas en el año 1903.
Otra de las peculiaridades de estas litografías, es el influjo de la fotografía en los pintores de la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX, fenómeno observado, al menos, desde Manet. Esto lo apreciamos en las composiciones de “Les Amants Dans La Rue” y "Le Divan”.
El Picasso Cubista
Como anoté, la exhibición cierra con dos reproducciones facsimilares de unos dibujos de la serie de “Les Femmes d’Alger” (1955). En estas piezas apreciamos atisbos de los trabajos previos, los bocetos, que corresponden al ejercicio de composición y estructura que realiza cualquier creador. Su valor radica ahí: tan importante es el proceso como la obra terminada. Estos apuntes desmitifican la noción del genio romántico, ejercicio que agradecemos y reivindicamos, ya que la obra siempre es construida e intencional.
Estas piezas también nos invitan a pensar en el arte que reflexiona sobre el arte mismo. Como sabemos, Picasso realiza esta serie en homenaje-diálogo con “Femmes d’Alger dans leur appartement”, de Eugéne Delacroix. Nuevamente, Pablo se inserta en la Historia del Arte a través de estos ejercicios de diálogo-reflexión, que en este caso también lo llevan a vincularse con Cézanne y Matisse, por las recordadas “Bañistas” de ambos artistas.
Al final del recorrido debemos aceptar que, en realidad, el malagueño no sorprende tanto, demuestra la genialidad que ya le conocemos: la gracia de aquél que nació condenado a la gloria. Dejémonos, pues, seducir por estos Picassos que nos visitan, introduciéndonos en su mundillo itinerante de líneas, color y formas y disfrutemos de la exhibición, porque al final, todo se trata de eso… Ars gratia artis.
KENNETH CALDERÓN
Estudiante de Filología y diseñador gráfico
k.calderonespinoza@gmail.com