Pedro y el ornitorrinco
JURGEN UREÑA
Todo comenzó hace apenas algunos días, el 9 de agosto, con la publicación del cartel oficial de Madres Paralelas: el largometraje dirigido por Pedro Almodóvar que inaugurará el Festival de Cine de Venecia. En palabras del propio Almodóvar, Madres Paralelas “gira alrededor de la vida de dos mujeres que dan a luz el mismo día”. De manera coherente con ese resumen, el cartel de la película muestra un pezón del que mana una gota de leche. Además, sugiere la imagen de un ojo que llora.
Al día siguiente de su publicación, el cartel diseñado por Javier Jaén fue eliminado de las plataformas de Facebook e Instagram por considerar que la imagen del pezón femenino violaba sus políticas de imagen. Las críticas que señalaban la desigualdad de género implícita en esas políticas aparecieron de inmediato. En nuestro país, el diseñador gráfico José Alberto Hernández publicó en su página de Instagram un cartel paródico titulado, con el humor y la agudeza que lo caracterizan, Desmadres paralelos.
Finalmente, cuando las críticas habían alcanzado las dimensiones de una avalancha, los jerarcas de Instagram emitieron un comunicado en el que afirmaban: “Inicialmente eliminamos varias muestras de esta imagen por romper nuestras reglas contra la desnudez. Sin embargo, hacemos excepciones para permitir la desnudez en determinadas circunstancias, que incluyen la existencia de un contexto artístico claro. Por lo tanto, hemos restaurado las publicaciones que comparten el póster de la película de Almodóvar en Instagram y lamentamos mucho la confusión causada.”
Pocas horas después, Almodóvar celebró la victoria mediante la publicación de un texto que lo mostraba entusiasmado: "Muchas gracias a todos los que habéis debatido sobre la necesidad de un poco de cordura ante la visión de un pezón femenino. Habéis conseguido que las mentes que hay detrás del algoritmo que decide qué es o no es obsceno y ofensivo hayan dado marcha atrás (…) Hay que estar alerta antes de que las máquinas decidan qué podemos hacer y qué no podemos hacer. Siempre he confiado en la amabilidad de los desconocidos, pero siempre que sean humanos y un algoritmo no es humano…”, razonaba el cineasta.
Lo primero que llama la atención del comunicado de Instagram es que sus jerarcas han decidido hacer una excepción, considerando que Almodóvar es Almodóvar. En otras palabras, las mentes que están detrás del algoritmo están todavía muy lejos de redefinir sus políticas de imagen. Las preguntas que surgen a partir de esta situación no son pocas. ¿Es posible el debate cuando enfrentamos a los gigantes tecnológicos de nuestro tiempo? ¿Hay que estar alerta ante las decisiones de las máquinas? ¿Debería importarnos si Instagram censura alguna imagen? Como afirma un personaje de Volver (2006), uno de los filmes emblemáticos de Almodóvar: “Lo dijo antes Jack el Destripador: vamos por partes.”
Desmadres paralelos
En octubre del año pasado, la comediante australiana Celeste Barber publicó en Instragram la parodia de una sesión fotográfica de Victoria’s Secret, en la que la modelo Candice Swanepoel posaba desnuda mientras tapaba su pecho con la mano. La plataforma retiró la imagen de Barber porque violaba “las reglas de la comunidad sobre desnudez”, a pesar de que la imagen de Swanepoel permaneció intacta.
¿Censura Instragram el desnudo femenino o más bien el desnudo femenino que no cumple con el canon estético de nuestra época? Barber pidió a Instagram que modificara sus “estándares de vergüenza corporal”, en una publicación que compartió con sus 8 millones de seguidores. El diario The Guardian publicó un artículo en el que mostraba ambas imágenes, bajo un título largo y provocador: “Instagram censuró una de estas fotografías, pero no la otra. Debemos preguntarnos por qué.” Poco después, la plataforma emitió un comunicado en el que se disculpaba por lo ocurrido.
Con frecuencia pensamos que las redes sociales son una herramienta, o incluso un derecho. En cambio, esas redes funcionan como un inmenso club que escribe sus reglas con letra pequeña, en párrafos que son ilegibles por su extensión. De acuerdo con el portal alemán de estadística en línea Statista, más de 1.000 millones de usuarios de Instagram se conectan cada mes a esa plataforma y más de 500 millones la utilizan diariamente. Más del 70% de esos usuarios tienen menos de 35 años. En otras palabras, las plataformas como Instagram filtran nuestra visión con sesgos retrógrados. Ver o no ver el mundo con ojos amplios. Ese es el dilema.
Un pezón es un pezón es un pezón
En 2013, la cineasta estadounidense Lina Esco creó el movimiento Free the nipple (Liberen el pezón), justo en el momento en que Instragram comenzó a eliminar las fotografías en las que aparecían pezones femeninos. El pezón es uno de nuestros primeros contactos con la vida. El criterio que lo señala como obsceno es tan sexista como ridículo. Un pezón es un pezón es un pezón, diría la escritora Gertrude Stein si regresara de la tumba. Después volvería a enterrarse.
La cuenta de Instagram Genderless Nipples (Pezones sin género) muestra una amplia serie de pezones fotografiados en un primerísimo primer plano, lo que hace que resulte imposible determinar si pertenecen a cuerpos masculinos o femeninos. De todos modos, ¿qué importancia tiene ese tipo de identificación? Esa es una de las preguntas que parece plantear Genderless Nipples, que cuenta con 152 publicaciones y más de 74.000 seguidores. ¿No es esto suficiente para que Instagram modifique sus políticas sexistas? Evidentemente no.
“Quienes desarrollan los algoritmos de las principales empresas tecnológicas no solo son hombres blancos de clase media o alta, sino que además estudian en las mismas universidades y a menudo viven cerca los unos de los otros. Se conocen entre ellos, piensan igual. Y si su visión del mundo está sesgada, los algoritmos también lo estarán”, explica Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial de España, en un artículo publicado en junio de este año en el diario El País. Un par de líneas más adelante, López concluye: “Es absolutamente imposible que las máquinas no tengan sesgos porque nosotros los tenemos. El problema somos nosotros, no los algoritmos.”
Con el respeto inmenso que merece el señor Almodóvar -Pedrito, para los amigos- las máquinas no deciden qué podemos y qué no podemos hacer, sino un grupo homogéneo de personas, que no se caracteriza, precisamente, por su interés en el diálogo. Así lo confirman Instagram y su largo historial de movimientos erráticos y polémicos en relación con sus parámetros de censura.
¿Y si los 500 millones de personas que utilizan diariamente esa plataforma dedican sus publicaciones a temas pertinentes y urgentes para todos? ¿El cambio climático, por ejemplo? De momento, el rumbo de Instragram es otro. Incluso, es posible pensar que pronto reemplazarán las fotos omniscientes de gatitos por las de los ornitorrincos: esos mamíferos carnívoros, nocturnos, que ponen huevos, alimentan a sus crías a través de los poros de la piel y no tienen pezones. El ornitorrinco es un mamífero muy singular. Insólito. Casi tanto como censurar un pezón en pleno siglo XXI.
JURGEN UREÑA
Cineasta