Medio siglo con Borges
JUAN RAMÓN ROJAS
Bajo el título Medio siglo con Borges, Mario Vargas Llosa ha reunido, en un volumen, diversos ensayos y entrevistas con el célebre escritor Jorge Luis Borges (1899-1986), realizadas en las últimas décadas. El libro ofrece un recorrido que permite adentrarse en la vida y la obra del autor argentino, que tanta influencia ha tenido en las letras hispanas, visto por uno de los escritores más prolíficos y más galardonados en Latinoamérica como es Vargas Llosa (Perú, 1936), premio Nobel de Literatura 2010. Un premio que se le negó a Borges y del que fue candidato repetidamente. Aunque es uno más de los tantos textos que se han escrito sobre Borges, rescata ángulos que siempre resultan novedosos. Desde su primera entrevista, en París, en 1963, cuando el narrador, ensayista y poeta bonaerense, ya en su edad madura y casi ciego, empezaba cobrar la fama que injustamente se le había negado, hasta artículos posteriores a su muerte.
En el prólogo, que es seguido por la entrevista Preguntas a Borges, el autor muestra su admiración por el maestro que empezó a leer, ensayos y cuentos, en la Lima de los años cincuenta: “Ha sido (…) para mí una fuente inagotable de placer intelectual,” aunque jamás le ha tentado la literatura fantástica que, con tanto acierto y predilección, cultivó el argentino. “Muchas veces lo he releído y –confiesa-, a diferencia de lo que me ocurre con otros escritores que marcaron mi adolescencia, nunca me decepcionó; al contrario, cada nueva lectura renueva mi entusiasmo y felicidad, revelándome nuevos secretos y sutilezas”.
Junto al valor que pueda tener una obra sobre Borges en la pluma de uno de los más fecundos creadores latinoamericanos, con una vastísima obra de ficción y ensayística y único sobreviviente del boom, Medio siglo con Borges no deja de ofrecer novedades sobre la vida del escritor argentino, superando el riesgo de ser repetitiva por haber sido tema de las tantas biografías y motivo también de seminarios y conferencias alrededor del mundo.
El volumen recoge dos entrevistas y seis ensayos, en los que explora igual número de facetas del autor de Las ruinas circulares: Las ficciones de Borges (octubre de 1987), Borges en París (mayo de 1999), Borges Político (octubre 1999), Onetti y Borges (2018), Borges entre señoras (agosto de 2011), El viaje en globo (septiembre de 2014). No omite la contradicción que supone que un convencido antifascista como fue Borges llegara a estrechar relaciones con sangrientas dictaduras militares como la argentina (1976-1984) y la chilena (1973-1980). No puede haber justificación alguna, aunque si ensayar una explicación: su escepticismo por la política e, incluso, por la democracia.
La austeridad en que vive sorprende a Vargas Llosa. Para la segunda entrevista, realizada en Buenos Aires, en junio de 1981, el escritor peruano lo visita en su casa. Ya Borges anciano y famoso, lleva una existencia muy modesta, con una vida sentimental que ha sido un “desastre”, pese a que se ha convertido en una de las grandes figuras de las letras hispanas, ha sido traducido a numerosos idiomas, ha viajado por el mundo, ha recibido numerosos doctorados honoris causa y ha impartido clases y seminarios en las más prestigiosas universidades del planeta.
“¿Vive usted como un monje, su casa es de una enorme austeridad, su dormitorio parece la celda de un trapense?”, le interroga, a lo que Borges responde: “El lujo me parece una vulgaridad”. Le cuestiona si le ha interesado el dinero, y admite que, desde luego, “es mejor la prosperidad, superior a la indigencia, sobre todo en una zona pobre, donde estás obligado a pensar en dinero todo el tiempo”. Más adelante precisa: “En qué puede pensar un mendigo sino en el dinero y la comida. Si usted es muy pobre tiene que pensar en el dinero. Una persona rica puede pensar en otra cosa, pero un pobre, no. De igual modo que un enfermo solo piensa puede pensar en la salud. Uno piensa en lo que le falta, en lo que no tiene. Cuando yo tenía vista no pensaba que fuera un privilegio, en cambio daría cualquier cosa por recobrar mi vista.”
Su indiferencia por la actividad política, con una existencia al margen de los partidos políticos, contrasta con la beligerancia del peruano, tanto como articulista y como activista, que no duda en subirse a una tribuna a defender con pasión sus puntos de vista. Borges se define como un “viejo anarquista spenceriano”, que cree que el Estado “es un mal, pero en este momento es un mal necesario.” En alguna ocasión leí que se definía como un “anarquista conservador”, cuya actividad política se limitaba a vivirla –y padecerla, digo yo- como un simple observador. También se podría conjeturar que es otra forma de vivir la política. Toda su vida fue un convencido antiperonista. “Si yo fuera un dictador –dice- renunciaría a mi cargo y volvería a mi modestísima literatura, porque no tengo ninguna solución que ofrecer. Soy una persona desconcertada, descorazonada, como todos mis paisanos”.
En uno de los ensayos, Vargas Llosa resalta que, aunque Borges no fue un hombre de acción en la vida real, su universo literario está poblado, como compensación, de desplantes, matonerías, desafíos, duelos “y otras brutalidades” y fascinado por la mitología y los estereotipos del malevo del arrabal o el cuchillero (cursivas en el texto) de la pampa, “esos hombres físicos, de bestialidad inocente e instintos sueltos, que eran sus antípodas”. “Con ellos pobló muchos de sus relatos, confiriéndoles una dignidad borgiana, es decir estética e intelectual,” opina.
“Es evidente que todos esos matones, hombres de mano y asesinos truculentos que inventó, son tan literarios –tan irreales- como sus personajes fantásticos. Que lleven poncho a veces, o hablen de un modo que finge ser el de los compadritos criollos o el de los gauchos de provincia, no los hace más realistas que los heresiarcas, los magos, los inmortales y los eruditos de todos los confines del mundo de hoy o del remoto pasado que protagonizan sus historias”.
En su último ensayo, El viaje en globo, entra en un tema que puede resultar controversial y hasta incluso puede parecer “chismografía”, como lo califica el mismo autor de Conversación en la Catedral, pero no deja de ser una faceta fundamental en la vida de una persona por más que alguien, con un tufillo moralista, pretenda someterlo a la censura por considerarlo una banalidad y evitarlo. Y es la vida amorosa de Borges, ausente en su narrativa, con excepción de un cuento, Ulrica, una fantasía incluida en su colección El libro de arena (1975), aunque con más presencia en la poesía. Vivió pegado a las faldas de su madre, la longeva Leonor Acevedo (1876-1975), a quien diariamente debía rendir cuentas de sus movimientos, relatan otras biografías.
La vida sentimental de Borges “fue un puro desastre, una frustración tras otra”, sentencia Vargas Llosa, respaldado en múltiples biografías, algunas de brillantes mujeres que estuvieron muy cerca del ilustre argentino. “Se enamoraba por lo general de mujeres cultas e inteligentes (…), que lo aceptaban como amigo, pero, apenas descubrían su amor, lo mantenían a la distancia y, más pronto o más tarde, lo largaban. Solo Estela Canto estuvo dispuesta a llevar las cosas a una intimidad mayor, pero, en este caso, fue Borges el que escurrió el bulto”.
Testimonios que los conocieron, dicen otra cosa: Estela Canto (1916-1994), su bella musa por casi una década, a quien Borges le dedicó El Aleph, uno de sus cuentos más célebres y le regaló el manuscrito, ha declarado que Borges le era “sexualmente indiferente”. Lo admiraba, pero nunca lo llegó a amar. Canto, una escritora notable, escribió una biografía del escritor: Borges a contraluz y vendió el manuscrito de El Aleph en 25.760 dólares, en 1985, cuando aún el poeta estaba con vida. Hoy está en la Biblioteca Nacional de Madrid. En el ocaso de su vida, al parecer Borges encontró el amor que se le había negado en María Kodama (Argentina, 1937), su asistente y lazarillo, con quien se casó un mes antes de su fallecimiento en Ginebra, en 1986, donde reposan sus restos. (Pero esto es otra historia).
JUAN RAMÓN ROJAS
Periodista