Cuando nuestra alma ya no la quiere comprar ni el diablo
MARÍA MATARRITA
Giovanni Papini (1881-1956) expresaba: “la desgracia del hombre actual no es que comercialice o entregue su alma al demonio, sino que ya ni siquiera el demonio se preocupa por adquirirla”. Estamos ante una realidad perturbadora, puesto que ni el diablo ni el aislamiento ni la destrucción ni la muerte proporcionan una respuesta sólida a la interrogante sobre el significado o el sentido de la existencia, lo cual conduce al ser humano a descubrirse en un espacio abstracto, sin salidas ni opciones para enfrentarse a las dificultades de la actualidad.
En nuestra época, las opiniones sobre la esencia y la trascendencia del hombre son cada vez más imprecisas e inciertas. Al cabo de unos años de historia, es en nuestra época en la que el ser humano se ha convertido en un ente “problemático”, puesto que ya no sabe lo que es.
Tan pronto comenzado el tercer milenio, cualquier persona puede asomarse por la ventana y contemplar el mundo que le rodea, esa creación que se visualiza mediante los medios de comunicación. Y con mucha suerte, descubrir que, tanto lejos como cerca de su hogar, hay muchas situaciones descubiertas, demasiadas heridas sin sanar y muchas cicatrices agrietadas, motivadas y producidas por nuestros iguales. Donde se tiene entorpecida la mente, inmóvil, paralizada, individuos que se obsesionan con sus juicios particulares, procurando ajustarlos como la verdad absoluta, sin antes considerar la libre razón y creencia de cada persona. Gente que desfigura la idea de vida de acuerdo con su utilidad particular, personas que no contemplan que cada ser humano nace con la libertad de crecer y evolucionar de distintas maneras.
Aristóteles (- 384 a – 322) aseguraba que la mente humana es como una página en blanco, sin cualidades innatas y que se va edificando con el tiempo, de modo que todas las habilidades y conocimientos de cada persona son únicamente fruto del aprendizaje que adquiere a través de las experiencias y percepciones, pero… ¿Qué sucede con esa información adquirida del medio ambiente? ¿Qué pasa con ese empirismo de la experiencia? Pues nos preocupa el "nihilismo" de tal o cual aspecto de nuestra cultura y cuando perdemos el sentido de significado, nos deprimimos.
Todas las personas nacen equipadas de una serie interminable de estímulos, sentimientos y sensaciones, mecanismos que le permiten cambiar de forma constante para interactuar más rápido y eficazmente con el mundo, sin embargo, existe un desfase en cuanto a valores y la información adquirida del medio, muchas veces, carece de ello. Porque actualmente están edificados por una jerarquía bastante particular, en la cual lo vital (lo importante e incondicional que va mucho más allá de la carne y de cualquier tipo de figura terrenal) se encuentra muy por debajo de lo material, un orden fundamentado exclusivamente por la riqueza y placeres individuales, cuya vigencia degrada de manera excesiva a la persona.
Lo anterior se sintetiza de la siguiente manera: el ser humano ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas utilizables, creyendo (en su individualismo) que las personas son boletos de lotería, que existen nada más para permitirle hacer realidad sus ilusiones, placeres y satisfacciones absurdas.
Emmanuel Mounier (1905-1950) afirmaba que el individuo es la propagación de la persona en la materia, en el placer y en la codicia. Aseguraba que el hombre no progresa si no se purifica del “individuo” que alberga en sí mismo, pues solamente logra realizarse como esencia si se convierte en un ente social y relacional, dicho de otro modo: comunitario.
El hombre se ha convertido en un ser aislado de la esperanza, el cual libremente se dona al consumo momentáneo como búsqueda de placer, de gozo y de satisfacción, en donde se atenúan las creencias y el deslumbramiento por el futuro (que se torna inseguro y agobiado), y donde el foco principal de interés está en el encanto del uso y del desecho. Fascinados, prácticamente hechizados por el egoísmo, se ennoblece el poseer más que el ser y el hacer, se abandonan y se descuidan los ideales del deseo de una evolución en conjunto, de la unión, del apoyo y del compromiso que se debe tener con el entorno.
La persona es una corriente que se va más allá de su singularidad, de su “yo”, del ego, que muchas veces no le permite comunicarse con la experiencia de la valorización y de la comunión, porque el hombre, al relacionarse, al comunicarse, progresa, se eleva y evoluciona. En el sufrimiento, en el amor de cada día, en los valores de bondad, de respeto y de caridad, dependen exclusivamente del ser humano, de su trascendencia y de su conciencia social.
Entonces: ¿al diablo ya no le interesa nuestra alma? Posiblemente, no, porque ya no le funciona. Se tiene la crisis de valores que se exterioriza en todos los ámbitos que conforman la vida humana, desde el modo de relacionarse, hasta la forma de expresarse, y lo que describe mejor esta pérdida es la manera en que se anhela, y se ansia retener y botar cuando ya no se necesita.
¿Nuestra vida carece de significado? No, si se es consciente de que el propósito de la actualidad es sobrepasar e ir más allá del encuadre unitario, de los sistemas que van en contra de la libertad y del derecho, además del mundo vacío, mercante y excesivo que va en decadencia día con día. Que no sea capaz de omitir o de desechar la heterogeneidad. En donde se espere que todo crecimiento material sea el apoyo y el escenario, donde se respete al otro y no se le utilice, porque nunca, de ninguna forma, esos aspectos serán la condición capaz de generar una vida más humana, tampoco la vía para edificarse en la plenitud o en la abundancia.
MARÍA MATARRITA
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