El gesto de la muerte

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Desde hace años, más que en democracia, vivimos en una suerte de comunicocracia. No se gobierna, se comunica. No se gestiona, se comunica. No se toman decisiones, se comunica. No se hace nada, se comunica todo. Quizás por eso, el análisis respecto al desempeño de un gobierno, regularmente, se queda en los ambiguos marcos de la comunicación. Barbaridades como la reciente creación de otra unidad de espionaje, sin más, se reducen a “problemas de comunicación”. Es decir, desde ese punto de vista,  el problema no es de fondo. No importa que un presidente haya firmado y declarado de interés nacional un decreto que violenta garantías individuales fundamentales. No importa que nos quieran hacer creer que el gobierno no tenía malas intenciones. No importa que nos digan que todo se puede explicar, que ya derogaron el decreto, que la idea era hacer más amigables los datos del INEC. Lo que importa es que no se comunicó correctamente…  

Si se me permite llevar esto hasta la caricaturización más absurdamente macabra imaginemos a Rudolf Hoess y a Göring planteándose algo tipo: “Uy, mae, tal vez, todo esto fue un error de comunicación, debimos comunicar mejor el tema de la Solución Final”. O imaginemos a Videla preocupándose de decir  algo más potable, algo mejor elaborado desde el punto de vista de la comunicación política que aquella tristemente célebre definición de un desaparecido: “Es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”

No quiero sugerir, bajo ninguna circunstancia, que esta nueva aberración del PAC es equiparable a tan reprochables episodios. Mi punto tiene que ver con esa trampa tan común en estos tiempos: reducir el ejercicio de la política a un asunto de gesto. Luis Guillermo izando una bandera. Luis Guillermo disfrazado de bombero. Luis Guillermo blandiendo un legajo de dudoosas denuncias. Luis Guillermo tocando piano… En fin, Luis Guillermo…

Hasta hace un tiempo los gobernantes buscaban, predominantemente, asesores con mucha experiencia en temas de economía, negociación política, infraestructura y administración pública… Hoy, sin embargo, lo que sobran son asesores en comunicación política a quienes recién quitaron el tratamiento de ortodoncia: los eruditos del like y los sociócratas. Y de repente, al menos en esta parte del mundo, todo se explica porque a nuestro presidente, a Carlos Alvarado, no le preocupaba gobernar sino ganar las elecciones. 

Las hordas de neoglostoras ahora mismo se devanan los sesos y tratan de urdir sus narrativas exculpatorias. Como en este caso, al menos por lo pronto, cuesta mucho echarle la culpa al PLN, entonces, la culpa obedece a la infinita ignorancia de los salvajes que habitamos este país. Que en los países desarrollados siempre se usan datos para desarrollar políticas públicas; que comparar esto con espionaje totalitario es una muestra de incultura; que hay que estar adentro para comprender; que ninguno de nosotros conoce cómo se hace la política en el siglo XXI…. Y por supuesto, mi favorita: “Mae, pero si ya usted le da toda su información personal a Facebook, ¿de qué se preocupa?”. No voy a detenerme en este asunto. Se pueden esgrimir múltiples argumentaciones  respecto a frases tan peregrinas como esas. Solo voy a decir que si verdaderamente el objetivo era desarrollar política pública a partir de datos, en definitiva, debieron decretar un fortalecimiento de las instituciones especializadas en esa materia y no esconder una agencia controlada por la presidencia con potestad de recabar datos confidenciales. 

Jean Cocteau retoma una narración tremenda en la que un jardinero, preso del horror y la congoja, se dirige a un noble persa y le cuenta que acaba de ver a La Muerte en el jardín. “Me hizo un gesto de amenaza”, dice el jardinero, “esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán”. El noble, reconocido por su bondad y generosidad,  le presta sus mejores caballos y el jardinero emprende el viaje, convencido de que está huyendo del fatal hado. Por la tarde, mientras el noble camina por el jardín, se topa con La Muerte. La emplaza. La increpa. Y le pregunta por qué hizo a su jardinero ese gesto de amenaza. 

— No fue un gesto de amenaza —le responde—  sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán. 

Son las 18:11 de un domingo 23 de febrero y aún no sabemos si Costa Rica va para Ispahán o sigue en el jardín. 

FABIÁN COTO CHAVES

@fabicocha