El burócrata
Muchos años después, frente al teclado de su computadora, el burócrata recordó la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el cine. San José era entonces el lugar más lejano al que era posible llegar. La última frontera. Un entramado de calles y edificios que desembocaban siempre en un pequeño parque simétrico, desbordado alrededor de un kiosco que escondía una biblioteca en su interior. En ese refugio, a la edad de siete años, el burócrata se encontró rodeado de aquello que no existía en su casa: libros y niños.
Una vez al mes, los padres del burócrata viajaban a San José desde alguno de los muchos barrios del sur de la capital, para hacer las compras en el mercado o cortarse el pelo en la barbería o el salón de belleza. Estos eran pretextos que disfrazaban el verdadero propósito de sus viajes: abandonar, fugazmente, sus vidas burocráticas. El niño se quedaba entonces en la biblioteca, que era una ciudad sumergida debajo de la ciudad. La Atlántida como habrían querido conocerla los tripulantes del Nautilus. La Lemuria originaria de Madame Blavatsky.
Un día el viaje a San José fue distinto. Era un sábado de verano, tal vez de marzo o abril, de 1981. El padre pudo haber dicho “Vamos al cine”, ahorrando al máximo las palabras, pero también pudo no haber dicho nada. El silencio del padre que camina aparece con nitidez en la memoria del burócrata, unido a la imagen del niño que intenta alcanzar sus largas zancadas, como un juego secreto, a través de los dos kilómetros que separan la parada del bus del oblicuo Cine Universal.
Esa tarde proyectaban Flash Gordon. La experiencia de ver esa película fantástica y colorida en una sala oscura se reduce entre los recuerdos difusos del burócrata a tres elementos: la temible bestia de los bosques, la música extraterrestre de Queen y el descubrimiento de Ornella Muti. Como todos sabemos, cualquier evento memorable puede reducirse a una triada. Las tres leyes de Newton. Los tres reyes magos. Los Panchos.
La bestia de los bosques es un escorpión letal, verde y gelatinoso, que vive en las profundidades de un troco cubierto de orificios. Es una criatura sin rostro capaz de olfatear el miedo, como los sabuesos y las impresoras. No existe una representación más retorcida y oscura de una prueba de valentía. O bien, como se decía en el lenguaje de 1981, una prueba de hombría.
Flash Gordon viaja sin proponérselo al planeta Mongo y descubre allí que debe salvar a la Tierra del aburrimiento y las perversiones cósmicas del despiadado emperador Ming. Antes debe vencer a la muerte con la ayuda de Ornella Muti, que interpreta en la película a la seductora princesa Aura y no es otra, por supuesto, que la hija del emperador. Antes debe probar su valentía al introducir su mano en una de las fauces tenebrosas de la bestia de los bosques.
El burócrata extiende su mano delante del teclado de su computadora e imagina que se trata de la mano extendida de Flash Gordon, tras superar la prueba. Piensa que la bestia de los bosques no es solamente el escorpión verde que vive dentro de un tronco fangoso. Es también el intrincado sistema de túneles y canales que conforma el interior el tronco, la densa vegetación que lo rodea y el complejo ecosistema que, por comodidad, llamamos bosque. La bestia de los bosques es un mecanismo que habita en el corazón del planeta Mongo y reproduce sus crípticas y múltiples relaciones. En una palabra, es la burocracia.
Con la mano todavía extendida, abierta y tranquila como un signo alternativo de la victoria, el burócrata se pregunta qué es la valentía y se responde fácilmente: es el superpoder de quienes no tienen superpoderes. Como Flash Gordon. Como los millones de oficinistas que se enfrentan diariamente a la amenaza de una computadora cargada de tareas pendientes, datos que digitalizar, hojas que imprimir y agendas que rellenar. Como él. Como sus padres.
Entonces piensa en Kafka y en su capacidad para describir la burocracia a partir de procesos intrincados y de absurdos callejones sin salida, pero sin el retrato de quienes la padecen diariamente. Kafka nos mostró a la bestia pero no al héroe, piensa el burócrata. Si Peter Handke escribió sobre el miedo del portero ante el penalti, alguien debería escribir sobre el miedo del burócrata ante la computadora. Nos lo merecemos, razona este aprendiz avanzado de Flash Gordon, con un orgullo que se revela en una mínima sonrisa. Entonces coloca la mano sobre el teclado, corrige su postura frente al escritorio y comienza a trabajar.
JURGEN UREÑA
@jurgenurena