Hiperutopía

FABIÁN COTO

Ya en otro momento mencioné que este ominoso 2020, lejos de parecerme una distopía, me resulta muy semejante a una hiperutopía moderna. Quiero decir: una utopía en extremo positivista. 

Debo reconocer que, a menudo, me siento en una versión Wish de La Nueva Atlántida de Francis Bacon: ese maravilloso relato sobre Bensalem, la isla mítica donde la totalidad de la vida se rige por criterios científicos. De hecho, si un historiador del futuro leyera acríticamente La Nación o, lo que es igual, las intervenciones del presidente, inevitablemente, terminaría concluyendo que la Costa Rica de la pandemia es un punto de vista, si se quiere austero, municipal, del fascinante delirio baconiano.

También he recordado Walden Dos: la utopía conductista de B.F. Skinner en la que se prefigura una sociedad científicamente construida y organizada. Y digo que la he recordado por un elemento que va más allá de las obviedades: en Walden Dos, hasta donde me alcanza la memoria, los científicos reciben la misma remuneración que los administradores burocráticos. 

Hay, sin embargo, un libro que se me antoja más propicio para estos tiempos aciagos. No se trata de una utopía ni mucho menos. Pero su sátira y humor, en momentos en los que reírse es casi pecado secular, deviene crucial: Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. Hablo, específicamente, del viaje a Laputa y Balnibarbi. 

Una isla voladora en la que se veneran las matemáticas. 

Algo así es Laputa. 

Allí, por ejemplo, las casas son absolutamente desastrosas, pues las instrucciones giradas a los obreros son tan abstractas y tan complejas que resultan incomprensibles para ellos. Los laputenses en algún momento intentan confeccionar un traje para Gulliver mediante abstrusos modelos matemáticos. Y al final, como cabe suponer, el traje termina siendo inútil. 

Una tierra infelizmente cultivada, subyugada por Laputa, donde existe una ciudad llamada Lagado y donde la gente posee un rostro de miseria. 

Algo así es Balnibarbi

Allí está la Academia de Ciencias de Lagado, un sitio donde los científicos se empeñan en tareas tan absurdas como desopilantes. Extraer luz de los pepinos. Reconvertir excrementos humanos en alimento. Ablandar el mármol para la fabricación de almohadas. 

Cosas de ese tipo. 

Es importante dejar claro que Swift distaba de ser un antiilustrado o un misoneísta. Era, digámoslo así, un mae difícil de tramar. El mismo Isaac Asimov aseguró que muchas de las investigaciones de la Academia de Lagado, en efecto, no son más que parodias de investigaciones que se llevaban a cabo en la Royal Society. 

La ciencia, decía Manuel Sacristán, no es neutral, sino ambigua. Y hoy, más que nunca, es ideología.

FABIÁN COTO CHAVES

@fabicocha