Corra, brinque o nade, pero nada de protestas

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Nada de arrodillarse en los Juegos Olímpicos. Tampoco levantar el puño en señal de nada. Ningún gesto que tenga significado político será tolerado. Así lo ha establecido el Comité Olímpico Internacional (COI) en sus lineamientos para los Juegos de Tokio 2020, aduciendo el supuesto principio fundamental de que “el deporte es neutral y debe estar separado de la interferencia política, religiosa o de cualquier otro tipo”. 

Y, sin embargo, habrá deportistas que encuentren la forma de protestar en ese escenario global y magnífico que son las Olimpiadas. Y harán bien. No solo harán bien, sino que serán parte de una larga tradición que, contrario a los argumentos del COI, han mostrado una y otra vez que el deporte – como el arte – nunca está separado de la política y, mucho menos, de la protesta por situaciones de injusticia o discriminación que se vivan en algún lugar del mundo. Si algo puede lograr el COI con estos lineamientos, será más bien enaltecer y dar visibilidad a cualquier acto de protesta que ocurra en Tokio 2020, como ha ocurrido muchas veces ya a lo largo de la historia del deporte, aunque el COI pretenda no entenderlo. 

Con el puño en alto

Tal vez el ejemplo más icónico que perdura en las memorias de muchos de nosotros ocurrió en México, en los Juegos Olímpicos de 1968. Hasta el día de hoy seguimos recordando con admiración los puños levantados por los velocistas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, al recibir las medallas de oro y bronce en la premiación de la carrera de 200 metros planos. Los dos atletas, junto con el australiano Peter Norman, medalla de plata y quien expresó su simpatía con los ideales de Smith y Carlos, llevaban insignias del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. La imagen poderosa de esta protesta – denostada por muchos – dio la vuelta al mundo y fue inmortalizado en el propio Museo Olímpico de Lausana donde se exhibe un tributo al gesto político de los atletas. En el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana del Instituto Smithsonian sobresale una estatua que representa a estos atletas levantando los puños enguantados durante la ceremonia de premiación olímpica. ¿Alguien osaría decir hoy que hicieron mal al protestar?Pero no ha sido el único caso. En los Juegos de Río 2016, el etíope Feyisa Lilesa, quien cruzó los brazos sobre su cabeza al llegar en segundo lugar a la meta del maratón, en señal de protesta contra la opresión de su minoría, los oromo.  El año pasado, y como reviviendo los eventos de Tokio 1968, la lanzadora de martillo estadounidense, Gwen Berry, levantó su puño cerrado durante la ceremonia en que se le entregó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos realizados en Lima; en esos mismos juegos, el esgrimista estadounidense Race Imboden se arrodilló, replicando la imagen de Colin Kaepernick en los juegos de la NFL en los Estados Unidos, como protesta contra el racismo y en apoyo al movimiento #BlackLivesMatter. Kaepernick ha sufrido las consecuencias en su propio país, siendo censurado por el propio Trump – lo que más bien es un honor – y boicoteado por los dueños de los equipos de fútbol americano. Al día de hoy, sigue sin poder jugar profesionalmente. En la misma línea de. #BlackLivesMatter, varios jugadores de la NBA – como  LeBron James, Kyrie Irving, Jarret Jack y Kevin Garnett usaron camisetas con la leyenda “No puedo respirar” en referencia a las últimas palabras de Eric Garner, un hombre negro desarmado que murió después de un oficial de policía le aplicó un estrangulamiento. 

Las protestas contra el racismo en el deporte han ocurrido en muchos países, como puede atestiguar Súper Mario, el fogoso Mario Balotelli, quien lanzó con violencia la bola hacia las tribunas y amenazó con abandonar la cancha luego de sufrir insultos racistas en la visita de Brescia al Hellas Verona, en un partido de la Liga Italiana. 

Una vieja y reiterada tradición: mezclar la política y el deporte

Esta reiterada relación entre los deportes y las protestas políticas no es nueva, sino que va muy atrás, tan atrás como el año 532, en Constantinopla, cuando el emperador Justiniano rechazó la petición de los conductores de dos equipos rivales, para que perdonara a la vida a varios de sus seguidores que habían sido condenados a muerte. Esto condujo a la revuelta de Nika, que duró seis semanas y provocó unos 30.000 muertos.

Ya en el siglo XX, destaca la gesta del atleta irlandés Peter O’Connor en los Juegos de 1906 en Atenas, a quien no le permitieron participar en representación de su país, sino que tuvo que competir a nombre de Gran Bretaña. Connor ganó la medalla de plata en salto largo y en la ceremonia de premiación, cuando subieron la bandera británica por su triunfo, él escaló el asta y, en la cima, desplegó la bandera irlandesa verde que había introducido de contrabando con la leyenda “Erin Go Bragh” – Irlanda por siempre. 

Pocos años después se vivió una protesta dramática – que vimos reproducida en la película de Las Sufragistas – protagonizada por Emily Davison, quien entró en la pista de carreras de caballos durante el Derby en Epsom y se dejó golpear por el caballo del rey, muriendo a causa de los golpes. Emily luchaba por el derecho de las mujeres a obtener el voto en Gran Bretaña, lo que se logró cinco años después.

¿Y qué decir del impacto provocado cuando aquel joven Cassius Clay, transformado en el maravilloso Muhammad Ali, se negó a alistarse para ir a la Guerra de Vietnam en 1967? Ali ya era campeón mundial de boxeo, pero era mucho más que eso, era “the greatest” y ejercía un enorme y atractivo liderazgo en la población afroamericana. Por su protesta, Ali fue arrestado, declarado culpable de evadir el reclutamiento, despojado de sus títulos y de su licencia de combate. Ali estuvo fuera del ring durante tres años hasta que su condena fue revocada en 1971. Y volvió a ser el más grande. 

Y hay más y más y más ejemplos, como cuando Cathy Freeman celebró sus victorias en los sprints de 200 y 400 metros de los Juegos de la Commonwealth de 1994 llevando tanto la bandera australiana como la bandera aborigen durante sus vueltas de victoria para celebrar su herencia indígena. O en 2003, cundo Toni Smith, del equipo de baloncesto femenino de Manhattanville College, le dio la espalda a la bandera de los Estados Unidos durante el himno para protestar por la participación de los Estados Unidos en la guerra en Irak. O cuando Carlos Delgado, de los Blue Jays se quedó sentado mientras se cantaba “God Bless America” en el intermedio de la sétima entrada de los juegos de béisbol, diciendo: “No me paro porque no creo en la guerra”. 

Hasta los Estados entienden la importancia política del deporte

Para muchos países, el deporte – y los juegos olímpicos en particular – siempre han tenido un significado político que va más allá del deporte. Esto ha llevado a algunos a fomentar la práctica deportiva, a apoyar y promover a sus atletas, buscando más triunfos y medallas para su país, algo que fue característico durante la guerra fría y que llevó incluso a prácticas antideportivas y deleznables como el doping y el fraude. 

Esa estrecha relación entre el deporte y la política había sido evidente ya en los Juegos de Berlín de 1936, que Hitler pretendía utilizar para propagandizar la causa aria del nazismo. Algunos atletas, como el velocista Milton Green, el esgrimista Albert Wolff de Francia y los jugadores de baloncesto de Estados Unidos, decidieron no participar; otros, como los afroamericanos Jesse Owens y Mack Robinson eligieron competir para desmentir los preceptos racistas de Hitler en su propia cara. Para consternación de Hitler, Owens ganó cuatro medallas de oro y Robinson terminó segundo en los 200 metros detrás de Owens. 

Y recordemos que, en 1980, el presidente Carter llamó a boicotear las Olimpiadas de Moscú como represalia a que Rusia no hubiera retirado a sus soldados de Afganistán, logrando que Canadá, Alemania Occidental y Japón se sumaran al boicot de los Estados Unidos. En represalia, cuatro años más tarde, fue Rusia la que boicoteó los juegos olímpicos de Los Ángeles. Son estas prácticas de los gobiernos las que debieran preocupar al COI, no las protestas de los atletas. 

Lo que nos espera en Tokio 2020, lo que esperamos de Tokio 

Pero hoy, el COI dice que no. Nada de arrodillarse, levantar puños, enarbolar banderas o pancartas, nada de nada. “El deporte debe ser neutral” – proclamen, sin darse cuenta que, como bien decía Desmond Tutu, ser neutral en situaciones de injusticia no es más que tomar partido por el opresor. Por eso el deporte nunca ha sido neutral, no debe serlo, no puede serlo.  

Por mi parte, esperaré con ansias el ingenio y la valentía de alguna o algún deportista que nos sorprenda con su protesta en estos próximos juegos, porque también para eso es el deporte.

LEONARDO GARNIER

@leogarnier