A propósito de Ludwig Von Mises
ALLAN ORTIZ MORALES
A los ilustres pensadores y políticos liberales: señores Feinzaig y Guevara. Y a sus acólitos, los Estudiantes Liberales UCR.
Para el historiador(a) retrospectivo, o para quien se interese por la historia del pensamiento liberal del siglo XX, Omnipotencia Gubernamental (publicado en 1944) es un texto clave en la configuración de un canon, un punto de referencia para determinada imaginación histórica: es la reflexión de un autor liberal sobre los orígenes de la catástrofe del siglo XX, sobre los horrores de la primera mitad del siglo en Europa. Como no podría ser de otra manera, es el régimen nazi, calificado de “totalitario”, el que obliga a una reflexión sobre la trayectoria histórica de Europa, y de Alemania en particular, que sentencia a muerte al liberalismo en las garras de un Estado centralizado y militarista. Explicar el triunfo de la catástrofe, es explicar la muerte de la razón (que Von Mises identifica con el liberalismo). Pero las premisas de la historia que Von Mises quiere narrar -su imaginación histórica, esto es: los recursos explicativos de la trayectoria histórica que reconstruye- son problemáticas, difícilmente sostenibles al confrontarlas con la historia concreta, con lo que ocurrió en realidad; y absolutamente contradictorias con los principios de su propia doctrina. Por ello quizá conviene realizar una lectura atenta de esas premisas, en la cual sean visibles estos puntos de tensión dentro del propio texto (esas antinomias irresolubles en el liberalismo como ejercicio de imaginación histórica), al mismo tiempo que este se contraponga con la historia concreta: no con la prístina idea de libertad, sino con la historia real de las sociedades humanas sobre las que hace referencia.
Para realizar dicho ejercicio –que podríamos calificar como un breve ensayo sobre la historia del pensamiento liberal-, nos atenemos al método histórico tal como este es practicado por quienes se dedican a la historia profesionalmente. Se ha evitado proponer una “deconstrucción” del texto, o una historia de conceptos: aquí el texto no es reducible a él mismo, pero tampoco expresa de manera mecánica una realidad externa. Se estudia como un determinado conjunto de ideas históricamente situado, contradictorio en sí mismo, y dialéctico en relación al mundo externo a él. No conviene desarrollar aquí un discurso del método, pero debe tomarse en cuenta la sentencia de un viejo comunista francés: no hay lecturas inocentes. Está por supuesto es una lectura culpable: culpable de escepticismo.
I
Es un lugar común ampliamente difundido -algo que podríamos llamar una imaginación histórica estandarizada- asimilar a los regímenes de la Alemania nazi y el comunismo soviético, en tanto que ambos son experiencias históricas “totalitarias”. Miles de páginas llenan una historiografía interminable de denuncias sobre la similitud de ambos regímenes, condenando al oprobio dichos procesos históricos, asimilándolos como idénticos, e incluso, derivando la catástrofe alemana de los hechos ocurridos a raíz de la Revolución rusa. Pero condenar no implica comprender y, evidentemente, comprender no implica absolver. Seguir el argumento de Von Mises en detalle -que se apega a esta asimilación o causalidad entre regímenes “totalitarios”-, su esfuerzo por realizar una genealogía del nazismo y la crisis histórica del liberalismo en la primera mitad del siglo XX, implica contraponer sus ideas principales con dichos procesos históricos tales como hoy se comprenden, con el fin de observar sus lagunas, que indudablemente son al mismo tiempo epistemológicas e ideológicas; además de esclarecer el significado del liberalismo, que antepone como deseable al “totalitarismo”.
Llama la atención que en el argumento de Von Mises la peculiaridad del nazismo no se encuentra en la intervención del Estado en ámbitos de la sociedad civil, en la naturaleza de su aparato represivo, en el militarismo, o en el nacionalismo. De acuerdo a su argumento, todos estos elementos son característicos de las potencias europeas principios del siglo XX; sin embargo, observa que el “punto esencial en los planes del partido Obrero Nacional-Socialista es la conquista del Lebensraum para los alemanes”, el proyecto por el cual la raza aria dispondría “de un territorio lo bastante extenso y rico en recursos naturales para que puedan vivir bastándose económicamente y en un nivel no más bajo que el de ninguna otra nación”, lo cual supone necesariamente un enfrentamiento con las “demás naciones” debido a la tentativa nazi de establecer una “hegemonía mundial alemana.” Conviene detenernos en este punto: aquí el argumento presenta una contradicción que no resuelve, o al menos una continuidad histórica que se sugiere pero que no se explicita. Distintos historiadores contemporáneos han observado que la historia de la modernidad es la historia del expansionismo europeo, tradicionalmente asociado con la pureza de racial de occidente, la superioridad de su civilización y su corolario el progreso. Particularmente el siglo XIX, representa una expansión sin precedentes, que autores como Mike Davis o Jürgen Osterhammel han planteado como un siglo de catástrofes a escala global: mientras el Congreso de Viena asegura en Europa una -relativa- paz de cien años, la globalización del imperialismo implica en el resto del mundo millones de muertos entre campañas de exterminio, hambrunas, enfermedades y revueltas, todos estos factores vinculados al imperialismo europeo y su dinámica colonial. El expansionismo, la búsqueda de la “hegemonía mundial”, asociada a una cultura que se pretende superior y busca un espacio vital (“Lebensraum”) en el cual pueda conseguir materias primas para su prosperidad avasallando a las razas inferiores no sería una particularidad del nazismo, sino una matriz del colonialismo occidental en su fase imperialista. Por ello, “el punto esencial” del nazismo, pareciera no ser tan esencial al nazismo como Von Mises subraya. El espacio vital se reclama también en la expansión hacia el oeste de las excolonias británicas, que darían origen a los Estados Unidos; y superioridad racial es encasillada como determinación histórica -White Men´s Bourden, como describió Kipling para el caso del colonialismo británico en La India. Estaríamos tan sólo ante una radicalización del colonialismo, que ahora, con las características propias del proceso histórico alemán, se cierne sobre Europa misma.
Una conclusión no muy distinta podría obtenerse de la lectura de otra referente del pensamiento liberal. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, obra publicada en alemán por primera vez en 1951, parece argumentar de manera similar: antes de un capítulo en el cual observa como totalitarismo gemelos la Alemania Nazi y la Unión Soviética, su genealogía apunta hacia el antisemitismo (una especie de racismo laico) y el imperialismo, estudiando el trasfondo ideológico de la expansión del colonialismo occidental, donde el caso de la Gran Bretaña liberal se convierte en paradigma, por sus masacres, su supuesta superioridad racial y las pretensiones de dominio mundial. ¿Es esta una intención no declarada de asimilación entre el colonialismo y el nazismo? El mismo Von Mises sugiere esta genealogía, al dedicar un apartado de su texto a una reflexión sobre el “Imperialismo colonial”.
Siguiendo su argumento, “el modelo del moderno poder colonial era Inglaterra”, un caso ejemplar de liberalismo constructivo. Apologéticamente, observa que la tradición liberal, en relación con la situación colonial, “ha modificado el significado del imperialismo británico concediendo la autonomía –condición de dominion- a los colonos ingleses y administrando la india y las demás colonias de la corona bajo principios librecambistas.” Y aquí es como se retrata más claramente el liberalismo al cual Von Mises elogia en contraposición al “totalitarismo” (nazi, soviético o de cualquier otro régimen que no siga al pie de la letra su liberalismo utópico), pues, aunque paginas atrás afirmara de manera jactanciosa que “en un mundo de libre cambio y democracia no hay incentivos para la guerra y la conquista”, esos principios librecambistas, que nacen de la expansión colonial, no evitaban el hecho de que a “las maravillas logradas por la administración inglesa en la India les hacía sombra la vana arrogancia y el estúpido orgullo de raza del blanco”; aunque según él, este juicio debe matizarse, pues de no existir la situación colonial, de acuerdo con Von Mises, ¡“no existiría hoy una India, sino un conglomerado de principaditos tiránicos y mal gobernados que pelearían unos con otros por varios pretextos; no habría más que anarquía, hambre y epidemias”!
Es en estos pasajes donde podemos observar que cuando Von Mises habla de “liberalismo” en contraposición al “totalitarismo”, no habla de la libertad del sujeto en un sentido multidimensional. Libertad debe entenderse como una restringida competencia económica: es el libre cambio, todas las otras dimensiones que se le puedan añadir a la libertad no vienen al caso. Su liberalismo es tal en tanto considera al Homo œconomicus, no al homo politicus. El sometimiento colonial y el racismo, aunque reconocidos como “vana arrogancia” y “estúpido orgullo de raza del blanco”, no constituyen elementos centrales la distinción entre el totalitarismo y el liberalismo. Es el elemento estrictamente económico el que marca el abismal distanciamiento. Así, la imaginación histórica de Von Mises, traza un cuadro conceptual problemático: el liberalismo implica solamente libre cambio, y puede existir aún en el marco del colonialismo más opresor. Por otra parte, aunque reconoce la vinculación entre el colonialismo occidental y el nazismo, lo que caracteriza como “totalitario” al último es la planificación económica, pues, como argumenta ad nauseam “el socialismo” –que Von Mises desde su economicismo reduccionista identifica con planificación económica-, “y la democracia son incompatibles.”
Pero, quizá conviene preguntar: ¿son el liberalismo y el colonialismo incompatibles? La apología al colonialismo inglés oscurece la cuestión. Una y otra vez las antinomias de su argumento se reproducen. Por una parte “las demandas de libertad y de autodeterminación por parte de los países asiáticos son resultado de su occidentalización. Los indígenas luchan contra los europeos con ideologías adquiridas de ellos”. Por otra, “los pueblos asiáticos no tienen razón al reprochar a los invasores las atrocidades cometidas en años anteriores”, pues “desde el punto de vista de las normas y principios liberales, no fueron nada extraordinarios si se les mide con costumbres y hábitos orientales.” De lo anterior se deduce que el horizonte epistemológico de Von Mises traza una particular forma de liberalismo economicista y colonial. La riqueza y los señores blancos tienen la licencia de sacrificar en el altar de la libertad los infames “hábitos orientales”; y aunque intuye una continuidad entre la experiencia colonial (y los horrores y “atrocidades” que Europa reservó al mundo a través de ella) y el Lebensraum nazi, el primer eje de la denuncia debe ser el carácter “totalitario” y “socialista” de dicho régimen, que los demás países de occidente y sus sectores “progresistas” no dudan en asimilar a través de la planificación económica.
Sin duda esta es una curiosa forma de acomodar el libre cambio como mesías de la historia, relegando a un segundo plano los horrores del colonialismo que en múltiples ocasiones habló en su nombre. Primicia de la libertad traída por hombre blanco, aunque ella implique muerte y miseria. Por obvias razones “los indígenas” del mundo no europeo deben estar agradecidos.
II
Aunque -quizá de manera inconsciente- Von Mises explícita la continuidad entre el colonialismo y el Lebensraum nazi, su argumento principal es denunciar la naturaleza del “totalitarismo”, entendido como una específica configuración social en la cual “todos los asuntos humanos” llegan a ser “dirigidos por los gobiernos”, hasta el punto en el cual esa “idolatría estatal”, dirige incluso el “ocio regulado” de la humanidad. Según el economista austriaco, a este resultado se llega tras un período histórico de doscientos años en los que es posible “discernir dos tendencias ideológicas claramente diferenciadas”: durante la primera etapa, “el individualismo trajo como resultado la caída del régimen autocrático, el establecimiento de la democracia, la evolución del capitalismo, los progresos técnicos y una elevación sin precedentes del nivel de vida”. Por el contrario, en una segunda etapa, “el individualismo abrió paso a otra tendencia, a la tendencia hacia la omnipotencia estatal. La humanidad pareció poner empeño en investir al gobierno con todas las facultades, es decir, en el apartado de la compulsión y la coerción social.” La trayectoria del liberalismo configuraría una dialéctica de la libertad a la esclavitud, un desarrollo histórico de signo negativo en el que las tempranas promesas de libertad individual características de la modernidad se ahogan en las de cadenas de acero de los Estados totalitarios. La amenaza del totalitarismo como telos apocalíptico de la historia radica en su carácter expansivo. Por ejemplo, “el régimen soviético es, por el hecho de su fundación, no un régimen nacional, sino un régimen universal al cual unas condiciones desdichadas le impiden temporalmente el ejercicio del poder en todos los países”. Pero el régimen de la Unión Soviética no es único o excepcional, en Alemania los "paladines literarios entienden que el único gobierno legítimo es el Reich, y sus dirigentes políticos aspiran abiertamente a la hegemonía mundial". Incluso en el lejano, en Japón, sus líderes (“imbuidos del espíritu del estatismo en la universidades europeas”) no han dudado en reclamar que su emperador, el Hijo del Cielo, “tiene un perfecto derecho de gobernar todos los pueblos”, al igual que el Duce en Italia y los falangistas en España “charlatanean” sobre sus ambiciones imperialistas reforzadas por una lejana historia imperial.
Más explícitamente, Von Mises incluye al nazismo y al bolchevismo en una misma categoría, a pesar de que las apariencias los planten como antagonistas: “los paladines nazis insisten en que el marxismo y el bolchevismo son la quintaesencia del espíritu judío, y que la gran misión histórica del nazismo consiste en extirpar de raíz esa peste”, pero, a pesar de ello, “esa actitud no impidió a los nacionalistas alemanes colaborar con los comunistas alemanes para minar la República de Weimar.” Y a pesar de reconocer que el trasfondo político ha sido el de una “opinión pública” en la cual se plantea que el nazismo y el bolchevismo son ideologías “implacablemente enemigas”, y que el mundo se ha alineado políticamente entre los partidos “antifascistas, es decir, los amigos de Rusia”, y “los anticomunistas, es decir, los amigos de Alemania”, advierte que ello “no prueba necesariamente que sus filosofías y primeros principios sean distintos.” La elección para salvaguardarse de la barbarie está clara desde el inicio: “el único sistema que pudiera salvaguardar la suave coordinación de los pacíficos esfuerzos de los individuos y de las naciones es el sistema, hoy comúnmente desdeñado, el machesterismo”.
Pero este acercamiento al fenómeno totalitario resulta problemático, y una aproximación histórica a dichos procesos (entendiendo dicha aproximación como una confrontación con el conocimiento científico disponible sobre el tema, es decir su historiografía) descarta las tesis de Von Mises, por lo cual el valor de su texto es primordialmente ideológico. Al confrontar su tesis del totalitarismo gemelo entre los países fascistas y comunistas con las investigaciones de Ian Kershaw nos damos cuenta de su inexactitud como análisis histórico. Kershaw observa que a partir de los años 20 son los sectores conservadores de Europa los que asimilan el nazismo al comunismo, “etiquetándolos como totalitarios”, una tendencia que se repetiría en la década de 1950, por un reflujo conservador “en el clima de la Guerra Fría”, estimulado por la popularidad de obras de autores como Joachim Friedrich y Hannah Arendt. A pesar de dichas tendencias el reconocido historiador admite que estas perspectivas tienen “poca relevancia para la naturaleza del poder soviético.” Por ende, es necesario reconocer que el contexto intelectual de Von Mises difícilmente hace cognoscible la naturaleza distinta de ambos regímenes.
Además, la salida que da es problemática. El liberalismo dieciochesco al estilo de Manchester, epicentro de la revolución industrial, no implicó únicamente un “laissez faire” inocente alejado del despotismo. En su mismo corazón, como señaló con agudeza Eric Hobsbawm, se encontraba la esclavitud como eje articulador de la revolución industrial que fundamentó el capitalismo liberal: “la esclavitud y el algodón marcharon juntos. Los esclavos africanos [clave del comercio colonial] se compraban en parte con algodón indio”. La revolución industrial y el liberalismo manchesteriano, epifenómenos del espíritu de libertad según la argumentación de Von Mises son perfectamente compatibles con la esclavitud como institución. Incluso Arno Mayer ha planteado que a pesar de la revolución industrial, durante el siglo XIX el mundo europeo continuó siendo una sociedad jerarquizada al estilo del antiguo régimen (la persistencia de nobleza terrateniente y monarquías políticamente hegemónicas casi un siglo después del desarrollo de la revolución industrial es su prueba), y la burguesía -aún con sus principios liberales- se mimetizó con la aristocracia terrateniente y su ethos. Ello matiza la imagen del liberalismo dieciochesco como la sociedad de la libertad humana. Su desenvolvimiento es el de una burguesía aspirante a aristócrata, con el trabajo esclavo o dependiente, y no el libre, como elemento fundador del capitalismo. Un antiguo régimen persistente compatible con el desarrollo capitalista. Además de la naturaleza aristocrática de la burguesía liberal, conviene recalcar que el liberalismo atlántico también se encuentra marcado por una dicotomía clara en la formulación de su pensamiento: la comunidad de los libres excluye a las mujeres, a los pueblos coloniales, o de origen colonial, y a los pobres de las metrópolis. La historia colisiona con la utopía, cuando la libertad manchesteriana es confrontada su propio desarrollo.
Por ello, es imposible sostener la trayectoria del liberalismo trazada por Von Mises a partir de dos etapas, una de prístino liberalismo y otra de desviación totalitaria, pues en su desenvolvimiento las sociedades liberales occidentales tenían en la esclavitud un eje articulador de su vida, e incluso la Revolución industrial se encuentra irremediablemente unida al comercio colonial esclavista. Por otra parte, el liberalismo no produjo “democracia”, no es consustancial a ella, la persistencia del antiguo régimen con sus castas, noblezas y monarquías terratenientes comprueba que los siglos XVIII y XIX constituyen rupturas sólo en la larga duración, y que el ascenso de la burguesía liberal fue precario, y no modificó por completo la naturaleza aristocrática del poder político en el occidente que se (auto)designa liberal (es más, la burguesía buscaba asimilarse a la aristocracia). Todo lo contrario, la historia del pensamiento político en el occidente durante esos siglos configura un período de rechazo formal a la democracia popular, tachada como “caos” y “anarquía”. Haciendo algunas salvedades, se puede decir que los liberales no eran demócratas.
No es menos imposible asimilar a la Alemania nazi, o cualquier otra variante de régimen fascista, al comunismo soviético en tanto que ambas sean experiencias “totalitarias”. Los antecedentes del nazismo no se encuentran en los ecos del octubre rojo. Un análisis a fondo nos mostraría que la creencia en la superioridad racial, y las horribles prácticas de exterminio sistemático de razas consideradas “inferiores” están presentes en el pensamiento y en la política del colonialismo ya sea, inglés, francés, estadounidense, etc. La Revolución rusa nada tiene que ver con ello, es más, observándola en la larga duración, se concluye que fue la chispa que encendió el fuego de las revoluciones anticoloniales de liberación nacional en el siglo XX. No conviene olvidar que cuando se publica el libro de Von Mises en 1944, los imperios coloniales del occidente liberal están aún lejos de desaparecer, por lo que su horizonte político aún no se ha visto desafiado por las revoluciones que durante el siglo XX van movilizar al tercer mundo contra el colonialismo.
III
Criticando la supuesta noción bolchevique de vanguardia del partido como “élite” que “tiene el sagrado deber de conquistar el poder por la violencia, exterminar a los adversarios y establecer el milenio socialista”, Von Mises establece una relación directa entre Hitler y Stalin, y en una arrebato de retórica democrática advierte que los “liberales no pueden aceptar esa solución. No creen que una minoría, aunque sea la verdadera élite de la humanidad pueda imponer silencio para siempre para la mayoría.” Leer lo anterior resulta extraño después de haber visto como Von Mises admitía como liberal el machesterismo esclavista, y elogiaba las “maravillas” de la administración colonial en la India, criticando duramente los reproches de los pueblos colonizados, que clamaban por detener los abusos de sus amos occidentales, pues estos eventos, a los que se refiere como “atrocidades” (Von Mises no escatima en reconocer los horrores y la deshumanización a los cuales recurrió el colonialismo) “no serían nada extraordinarios” en un contexto “oriental”. Sin embargo, en esa misma página –¡tan sólo 7 líneas más abajo!- de manera recalcitrante, el texto vuelve a su tono fundamental cuando afirma que “el liberalismo es impracticable porque la mayoría de los hombres no tienen la suficiente ilustración para saber lo que significa”, y que los “viejos liberales” se equivocaban en sus premisas pues “exageraban la capacidad intelectual del término medio de los hombres y la habilidad de la élite para convertir a ideas sensatas a los menos juiciosos de sus conciudadanos.” Condenados los esclavizados, los pueblos coloniales y los “menos juiciosos”, es evidente que el liberalismo sería una cuestión únicamente válida únicamente para los “hombres” –más allá de la historicidad del lenguaje es evidente que Von Mises no se refiere por hombres al género humano, sino exclusivamente a los varones, las mujeres ni siquiera están presentes en su argumento- que posean “la suficiente ilustración”, pues las masas de la metrópoli y las razas inferiores en los países colonizados no son aptos para tan perfecta forma de sociedad y su contenido ideológico.
Por ello, quizá convenga considerar la denominación de del liberalismo occidental como una Herrenvolk Democracy, la democracia del pueblo de los señores -blancos, propietarios, y de la élite- propuesta por Domenico Losurdo. El liberalismo consistiría en una sociedad idílica en la cual no podría ponerse ningún límite o contrapeso a la voluntad individual de los señores propietarios. Ni el estado ni la sociedad civil debe intervenir en sus disposiciones, en tanto que la intervención o el estatismo (y aquí sabemos que Von Mises piensa en la regulación económica estrictamente) conlleva a las barbaridades del socialismo. En vista de que el liberalismo ha visto en la esfera pública un auge innegable, y que las políticas estatales se han orientado progresivamente hacia una austeridad y no intervención en nombre de la eficiencia, puede ser útil discutir el carácter del pensamiento liberal y las sociedades concretas en la cuales se desarrolló, historizando sus premisas para eludir las simplificaciones. Ciertamente es un objeto problemático, y sus relaciones con la democracia distan mucho de ser lineales y armoniosas. A pesar de la diatriba de Von Mises, la historia permite concluir que el liberalismo y la democracia no son consustanciales, ni resulta tampoco la oportuna alternativa al “totalitarismo”.
ALLAN ORTIZ MORALES
Estudiante de Historia, Universidad de Costa Rica