Desempleo y fútbol: ¿ni pan, ni circo?

Hoy quiero hablar de dos noticias que, a primera vista, no parecen tener nada en común y que, sin embargo, lo tienen. Me refiero a las noticias sobre el aumento en el desempleo y las que se refieren al nuevo esquema que pretende transmitir el fútbol nacional solo mediante televisión de pago. Una noticia tiene que ver con el pan, la otra con el circo.  

Hacia el fútbol de pago 

Empecemos con el fútbol. Todos hemos visto las noticias: en Costa Rica, como está ocurriendo en muchos países, empieza a tomar forma la idea de que el fútbol nacional sea parte de los servicios que se ofrecen mediante algún esquema de televisión de pago, en vez de seguir siendo un entretenimiento que se transmite gratuitamente por la televisión abierta y se financia mediante la publicidad. 

La razón la explica don Rodolfo Travers, director estratégico del nuevo canal FUTV: “Como siempre digo, el fútbol ahora no solo compite con otros deportes, sino con otros tipos de entretenimiento, en esa competencia hay una carrera por captar la atención del consumidor. El fútbol para hacer frente a esto necesita estar en un modelo de negocio que es muy difícil llevar a cabo adelante por medio de TV abierta, pero eso no es de Costa Rica sino que es global”.

No es un tema sencillo, al contrario, es bien complejo y, en parte, Travers tiene razón. Quien produce un bien o servicio – sean los equipos de fútbol o los canales o medios que lo difunden – tienen interés y derecho a recuperar sus costos y obtener una ganancia cobrando un precio por su mercancía. Lógicamente, ponerle precio a un bien excluye a quienes no quieran o puedan pagar ese precio. Esa es la lógica del mercado, que distribuye de acuerdo con los gustos y la capacidad de pago de los consumidores y, si los ingresos son desiguales, el consumo también lo será. Siempre habrá bienes que queden fuera del alcance de los más pobres que, o bien tendrán otras alternativas de menor costo, o se abstendrán de consumir esos bienes de lujo. Esto es normal, ocurre con muchos bienes y refleja la mayor o menor desigualdad en la sociedad, sin llegar a ser necesariamente un problema importante: a nadie le parecerá extraño que los sectores de menos ingreso no puedan consumir algunos de los bienes que consumimos quienes tenemos un ingreso más alto; y nosotros no consumimos lo mismo que quienes tienen ingresos mucho, mucho más altos. Si el whiskey es muy caro – se dirá – hay birra y hay guaro para los de menor ingreso. Si los camarones y el salmón son muy caros, hay pinto y verduras. Y si el entretenimiento de mayor calidad es muy caro, hay radio y televisión abierta... o había.

El problema de los bienes y servicios “básicos”

Hay bienes, sin embargo, cuyo consumo se considera tan importante en la sociedad que nadie debe quedar por fuera. En algunos casos, se trata de bienes privados que se venden por un precio capaz de generarle una ganancia a los productores, como los alimentos y los bienes de la canasta básica y, en tales casos, el acceso de las familias más pobres a esos bienes se garantiza con transferencias de ingreso como las que brinda el IMAS. En otros casos, como el del saneamiento, la salud, la educación, la seguridad o el transporte público, la sociedad más bien decide definirlos como un derecho y ofrecerlos como bienes o servicios públicos gratuitos cuyo costo es asumido por el Estado y por la sociedad; o bien mantenerlos como bienes privados a los que se subsidia o se regula el precio para garantizar el acceso – como ocurre con el transporte público. 

¿Cómo hacer, entonces, en el caso de lo que podríamos llamar entretenimiento básico y, más aún, en el caso de la transmisión del que se considera “el deporte nacional” y que juega un papel tan importante en la construcción de identidad y de sentido de pertenencia? ¿Cómo vamos a combinar el derecho legítimo de los equipos y los medios a cobrar por lo que producen, con la necesidad – o el derecho – de toda la gente a ver las transmisiones de los partidos del fútbol nacional? 

Esto remite a una pregunta más general: ¿cómo tratar el acceso de la población al entretenimiento, incluido el consumo de espectáculos deportivos, que se transmite por medios masivos? 

Los esquemas de financiamiento del entretenimiento

En general, el dilema entre la necesidad de cubrir costos y obtener una ganancia con la transmisión del entretenimiento masivo, y la dificultad de cobrarle una tarifa al consumidor final, o excluirlo del consumo si no paga, se había resuelto mediante

mecanismos de financiamiento indirecto, como los que aplicaron a la radio y la televisión de señal abierta, financiados ambos por la publicidad. Para los consumidores, estos bienes se ofrecían en forma gratuita y no solo jugaban un papel de entretenimiento, sino que forjaban un sentido común de pertenencia: todos compartimos luego nuestros comentarios sobre la telenovela, sobre la última noticia o, claro, sobre el penal que dice Jafet que no le pitaron. 

En las últimas décadas los avances tecnológicos han permitido otro tipo de solución al separar, finalmente, al que paga del que no paga, de manera que se pueda excluir a estos últimos y cobrar directamente por el consumo de las transmisiones. Surge así la televisión por cable, servicios de pago como Netflix, la música de pago, los servicios noticiosos, culturales o informativos a los que se accede por suscripción, o lo que sea... pero de pago. Esto tiene todo el sentido económico del mundo y así es como funciona el mercado, excluyendo a quien no paga, pero en cierto tipo de servicios, esto nos puede enfrentar a dilemas importantes que las sociedades suelen resolver de variadas formas.

Con este argumento, por ejemplo, podríamos excluir de los servicios de salud y saneamiento a quienes no paguen por ellos, pero sabemos que eso no tiene sentido y preferimos utilizar un esquema público y solidario en el que algunos pagan más para financiar a los que pagan menos o no pagan. Lo mismo aplicaría a la educación, de la que podríamos excluir a los que no paguen, pero, luego, todos pagaríamos un precio muy alto por las consecuencias de una población sin educación. 

Y ¿qué pasa con el entretenimiento, cuando se abre la posibilidad de excluir a quien no paga? ¿Qué pasará – en concreto – si excluimos a los más pobres del acceso al más popular, y hasta hoy gratuito, disfrute del entretenimiento? ¿Qué pasa si los dejamos sin fútbol hoy, sin toros mañana... hasta sin el Chinamo? 

(y conste que, en algunos casos, se trata de entretenimientos tan mediocres que la alternativa me tienta, me tienta... pero luego pienso que eso sería como dejarlos sin nada) 

Como algunos sugieren, podríamos quedarnos con la solución de mercado. Podríamos argumentar que eso es lo que está pasando en todo el mundo. Podríamos tranquilizarnos, incluso, pensando que el fútbol no es tan importante, y que la gente algo encontrará para entretenerse en la televisión abierta, o que escuchará los partidos por radio. Podríamos, pero nos estaríamos equivocando. Volveremos sobre esto, pero antes, un poco de contexto, vamos a la otra noticia.

Mientras tanto, aumenta el desempleo y se estancan los ingresos

La semana pasada, el INEC anunció que, para el último trimestre de 2019, la tasa de desempleo en Costa Rica alcanzó su valor más alto de los últimos diez años, un 12,4%. En otras palabras, 309 mil personas buscaron pero no consiguieron empleo. Esto es más grave cuando consideramos que llevamos ya dos años en que la tasa de desempleo del último trimestre fue supera el 12%, mientras que en los ocho años previos había oscilado alrededor del 9,5%. El aumento es significativo y grave; y si un desempleo de 9,5% ya era preocupante, sobrepasar el 12% sin perspectivas de una pronta reactivación, es alarmante. 

La noticia se complica porque, además, el subempleo aumentó interanualmente en 2,1 puntos porcentuales, de manera que un 11% de las personas que sí tienen empleo, habrían deseado trabajar más horas, y no pudieron hacerlo. Finalmente, el empleo informal – lo que para muchos no es más que una especie de “peor es nada” laboral – se mantiene por encima del 46%, de manera que casi la mitad las personas ocupadas, cerca de un millón de personas, solo tienen una ocupación informal

Todo esto quiere decir que una gran cantidad de familias costarricenses están encontrando dificultades crecientes para contar con un empleo que les permita acceder a un ingreso digno. Para entender qué significa esto agreguemos un poco de perspectiva: el ingreso promedio del 40% más pobre de las familias no llega a ¢350 mil mensuales.  Hablamos de 625 mil familias que viven con menos de ¢350 mil al mes y que representan más de dos millones de personas. 

Pero no a todos nos va tan mal. En las últimas décadas, uno de los factores más preocupantes de la evolución de la sociedad costarricense ha sido el aumento de la desigualdad. Junto al desempleo y el lento crecimiento de los ingresos de las familias más pobres, que no cuentan con las condiciones para integrarse ventajosamente a la Costa Rica próspera y dinámica, quienes sí participamos de ese dinamismo hemos visto mejorar sistemáticamente nuestros ingresos. Así, mientras que el ingreso promedio per cápita prácticamente se ha duplicado en términos reales en los últimos treinta años, los salarios mínimos solo han aumentado en unb 40%, es decir, menos de la mitad. Agreguemos a eso la realidad de quienes ganan menos del mínimo, de quienes trabajan en el sector informal pobre o, simplemente, de quienes no tienen ningún empleo. Se nos han ido perfilando cada vez con más nitidez dos Costa Ricas. 

Una mezcla insensible y explosiva

Y aquí reconectan las dos noticias. Por un lado, con un desempleo creciente, con la mitad de la gente en el sector informal, con los ingresos mínimos aumentando lo mínimo, estamos dejando a la gente sin la fuente de un ingreso digno para atender sus necesidades materiales básicas. Metafóricamente, los estamos dejando sin pan. Y, ahora, nos proponen que los dejemos también sin circo, que los excluyamos del consumo más básico del entretenimiento, que los dejemos sin poder ver a sus equipos de fútbol por televisión. No hace falta ser experto en nada para saber que la mezcla es explosiva. 

Ya Tibor Scitovsky ya lo advertía en su clásico libro “The Joyless Economy”: la gente no solo necesita satisfacer sus necesidades básicas – alimento, sueño, techo y algo más – sino que necesita también mecanismos y medios para disfrutar el ocio, para escapar del aburrimiento para entretenerse, para sentirse parte de la sociedad. Las formas más sublimes del entretenimiento han estado siempre reservadas para las élites, pero ha existido también el entretenimiento de masas que, para serlo realmente, necesita ser accesible. Hoy, sin embargo, estamos hablando de convertir hasta ese entretenimiento más popular e identitario en consumo de pago. 

Ojalá el fútbol nos haga entender 

Reitero que el problema no tiene una solución sencilla. Sabemos, por un lado, que quienes producen estos servicios deportivos o de transmisión necesitan recuperar costos y algo más pues, de lo contrario, no habría incentivo para producirlos. Pero también sabemos que no tiene sentido – ni de justicia, ni de sensatez política – excluir a los más excluidos hasta de su entretenimiento más básico. En una sociedad más equitativa, la mercantilización de este tipo de servicios no plantea ningún problema, pues prácticamente todas las familias pueden pagar estos costos, y por eso el esquema se ha venido generalizando. Pero no es lo mismo aplicar esta receta en países pobres y altamente desiguales. En ese contexto, la mercantilización puede provocar una indebida y peligros exclusión. Urge encontrar una solución que sea viable en lo económico, justa en lo social y sensata en lo político. Eso es factible, pero requiere conocimiento, imaginación y voluntad.

Pero el fútbol es solo un ejemplo. Vamos más allá, entendamos pan y circo no en su sentido minimalista o casi cínico – que coman pastel – sino en su sentido más profundo: el derecho de todas las familias, de todas las personas a satisfacer tanto las necesidades materiales básicas para mantener un nivel de vida digno, como las necesidades espirituales y culturales indispensables para ser parte – y sentirse parte digna – de la sociedad. En ambos casos, es cuestión de dignidad. 

Ojalá el fútbol nos haga entenderlo. 

LEONARDO GARNIER

@leogarnier