Satanizar a La Nigüenta

ADRIANO CORRALES ARIAS

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La imagen de La Nigüenta representa a una niña hermosa y colochuda, generalmente blanca, aunque las hay de diversos colores, que está sentada desnuda extirpándose las niguas. (La nigua es una especie de pulga (Tunga penetrans), muy pequeña, que se encuentra principalmente en campos, potreros y pastizales cerca de lagos y bosques. Únicamente las niguas bebés, en estado de larva, afectan a los humanos y animales introduciéndose entre los dedos pulgares de los pies).

En Costa Rica La Nigüenta representa al amuleto de la suerte por excelencia, según varios investigadores y lo que comentan muchas personas que la han tenido en sus casas. Se supone que llegó al país a finales del siglo XIX, probablemente desde Europa. Su imagen se asemeja a la escultura del Niño de la espina o Spinario, escultura griega del período helenístico (siglo I a.C.) de un niño desnudo que está extrayéndose una espina del pie. 

Los escultores griegos trabajaban bronces relucientes y querían dotar de rasgos particulares sus obras, es decir, de identidad propia. Con la conquista de Oriente por Alejandro Magno, cuestionan el canon clásico y registran como modelos otras tipologías étnicas como persas o indias, así como aspectos físicos diferentes (ancianos, enfermos o individuos con deformidades). El retrato cobra importancia, así se entiende la aparición de El Espinario, cuya actitud ligera y cotidiana parece una apología de la nimiedad, lejos de la épica y el heroísmo dominantes. Los artistas romanos, atraídos por el estilo griego, copiaron en mármoles numerosas obras, adaptándolas a sus propios criterios estéticos. Así, existen copias de El Espinario en los museos de Berlín, Louvre y Británico. El bronce helenístico original, que podría ser el antecedente de nuestra Nigüenta, está en los Museos Capitolinos de Roma, el museo público más antiguo del mundo. 

La imagen, antes de los años sesenta, se encontraba solo en estampas  y “cromos” que venían de Alemania y Suiza. Pero muy pronto pasó de la lámina a la figura tridimensional y se propagó por todo el país. Algunas de esas figuritas tenían en la base el número trece, un trébol de cuatro hojas, una herradura y una moneda. Todos esos símbolos, como se ve, se relacionan con la buena suerte. Según la arqueóloga Ana Yensy Herrera en su texto “Aquellas estatuillas que nos acompañan de mujeres, vírgenes y nigüentas”, el origen de La Nigüenta podría estar relacionado con la representación de mujeres chamanes en las sociedades precolombinas, las cuales jugaron un papel fundamental en la intercesión entre humanos y entidades espirituales; ellas también podían realizar sanidades por medio de dones naturales y de poderes otorgados por la misma comunidad. “Hay Nigüentas con diferentes fenotipos y es propia de las poblaciones mestizas, no de las indígenas ni afrocostarricenses”, afirma la también antropóloga Giselle Chang. “Las hay negras y blancas, de pelo negro, rojo, rubio y café”.

Cualesquiera que sean los orígenes de La Nigüenta, en nuestro país se le ha reconocido como un elemento que atrae la suerte sobre todo en lo económico: da protección a la casa al atarle cintas rojas, se obtiene bienestar familiar si se le amarran cintas amarillas y blancas y, da suerte si se le coloca debajo un billete de lotería o chances. También, quienes creen, escriben un deseo en un papel y lo adhieren a La Nigüenta para que se haga realidad. Al principio de año se le adjunta un saco o bolsa pequeña con granos de arroz y frijoles, con el fin de que provea suficiente alimento para ese año. Finalmente, se le coloca cerca de una fotografía de un ser querido que, por cualquier razón, se haya ido, para que pronto regrese. Eso sí, como en el caso de muchos amuletos, para que funcione debe haber sido recibida como regalo por parte de una persona cercana.

Todo lo anterior lo he contado para contextualizar la fusión que han realizado la artista Leda Astorga y el chef Ricardo Ruíz: nigüentas de chocolate negro. Sí, con diseño de Astorga, Ruíz ha elaborado estas singulares chicas trocándolas en deliciosos y enormes bombones. Inmediatamente notamos la amalgama entre lo europeo y lo indígena, toda vez que el cacao es un producto ancestral originario de América. Su uso se remonta a la época de mayas, aztecas e incas y casi todas las etnias americanas, desde entonces se usa tanto para fines nutricionales como médicos. El cacao ya era utilizado hace más de 2.500 años como remedio medicinal o como moneda de cambio. Su introducción en Europa se da en el siglo XV tras la colonización de América, cuando se importó junto a otros alimentos como papas o tomates. Aunque se introdujo, la receta de la bebida de chocolate que existía por entonces no resultaba agradable para la mayoría de la población pues la consideraban muy amarga. Hasta el siglo XIX no se empezó a extender su consumo, debido a la aparición de la industria chocolatera en ese siglo, que aplicó las primeras adiciones de azúcar y otros componentes que dotan al chocolate de un sabor más gustoso.

Pues bien, resulta que varias personas en las redes sociales han importunado al chef por esta maravillosa hibridación, diciéndole, entre otras cosas, que la imagen de La Nigüenta obedece a ritos paganos (satánicos) y ofenden la sensibilidad cristiana, o algo por el estilo. Llama poderosamente la atención que en un inicio de siglo en el cual suponíamos que alcanzaríamos respeto y comprensión por otras culturas y cosmovisiones, la intolerancia religiosa y el fanatismo virulento han cargado armas contra nuestros indígenas y sus diversas manifestaciones culturales. Bolivia es un ejemplo atroz de ello. Y en nuestro país, “suiza centroamericana”, ante semejante dulzura y reunión de arte y exquisitez, fundiendo en chocolate dos singulares tradiciones, hay obsesos que la emprenden contra ella solo porque no encaja en su reducido mundo conceptual e icónico o porque sencillamente desconocen nuestras variadas y complejas culturas populares.

Adriano Corrales Arias

Escritor