Las industrias creativas: ¿el grano de oro del futuro?

Hoy que mucha gente se alarma frente a la idea tímida de subsidiar el desarrollo de la industria del cine en Costa Rica, vale la pena refrescar un poco nuestra memoria y enfrentar esta discusión con una mejor perspectiva sobre la forma en que pueden interactuar las políticas públicas con las dinámicas de los mercados.

Destrucción creativa

Las cosas no cambian porque sí. Los cambios no ocurren porque sigamos haciendo las mismas cosas de la misma forma: la rutina puede evidenciar la necesidad de los cambios, pero no los produce. Esto es particularmente cierto cuando estamos hablando de la dinámica de las actividades productivas: abandonar una actividad productiva que se ha vuelto tradicional y desarrollar nuevas alternativas no es algo que ocurra “en automático” ni por “default”. Ya lo decía Schumpeter: son procesos de destrucción creativa, y requieren fuerzas desencadenantes.

Costa Rica ha entendido esto a lo largo de su historia y muchas veces ha sabido tomar decisiones oportunas para estimular, desde las políticas públicas, el surgimiento de nuevas actividades productivas privadas, capaces de generar no solo mayor capacidad productiva y mejores condiciones de empleo sino – y, sobre todo – condiciones más amplias de bienestar frente a los nuevos retos que van surgiendo.

Dicho en otras palabras, las transformaciones más importantes que han marcado las distintas etapas de la vida económica nacional no han sido solamente el fruto del libre accionar de las fuerzas del mercado, sino una combinación de esas fuerzas con las políticas públicas necesarias para que el país se insertara de una mejor forma en las tendencias de los mercados.

Las políticas que impulsaron el auge primario-exportador

Fue así como decidimos muy temprano, apenas en la primera parte del siglo XIX, aprovechar la creciente demanda internacional por café para inaugurar una época de gran crecimiento y creciente bienestar en el país. Fueron la visión y las políticas de nuestros estadistas de entonces las que facilitaron y promovieron el surgimiento de nuestra agroindustria cafetalera de exportación: se distribuyeron terrenos baldíos, se construyeron vías de transporte, se mejoraron los puertos, se promovieron contactos comerciales internacionales, todo con recursos públicos que hicieron posible que Costa Rica iniciara con éxito su aventura agroexportadora.

La modernización posterior de la actividad cafetalera con el desarrollo de las cooperativas, que no solo dinamizaron esta agro-industria, sino que transformaron la estructura social y económica del campo costarricense, fue también un proceso en el que se articularon las fuerzas del mercado con políticas públicas claramente dirigidas a “distorsionar” – es decir, a transformar – la evolución más tradicional y concentradora de la actividad cafetalera. Años después, fue también la combinación de políticas públicas con la visión empresarial la que permitió que Costa Rica avanzara hacia una estrategia cafetalera centrada no en la venta masiva de un grano genérico barato, sino en el café de alta calidad y muy alto precio que hoy nos enorgullece y nos brinda bienestar. 

También fue vital el apoyo del gobierno para el surgimiento – esta vez en manos de capital internacional – de la agroexportación de banano, que no habría sido posible sin la construcción del ferrocarril y sin las tierras otorgadas a la naciente Mamita Yunái. Y, si bien no fue una industria socialmente tan exitosa como en el caso del café, también hubo una estrategia pública de promover y proteger la participación de los productores nacionales de banano en esta actividad, incluyendo la lucha por el impuesto de un dólar por caja de banano durante la última administración de don Pepe.

Un intento fallido: de la industrialización sustitutiva a la crisis de los ochenta

A mediados del siglo XX – y al igual que muchos otros países latinoamericanos – Costa Rica experimentó con un conjunto de políticas que buscaban estimular el desarrollo de la actividad industrial, como una forma de aumentar el valor agregado y la sofisticación de la actividad productiva nacional. A diferencia de lo ocurrido en el sudeste asiático, donde las políticas de estímulo bien articuladas con la evolución de los mercados apoyaron con éxito la industrialización de esos países, en Costa Rica y en América Latina falló tanto el diseño como la implementación de la estrategia industrializadora. El resultado fue la instalación de fábricas de baja calidad y alto costo que solo eran rentables por la perpetuación de una excesiva y permanente protección arancelaria que, paradójicamente, se aplicó también al capital extranjero en una muy mala lectura del argumento de la industria infantil. Es importante tener esto claro, porque no todo estímulo ni todo subsidio tiene sentido ni está bien otorgado: el diseño es clave.

Se llegó así a fines de los años setenta, cuando enfrentamos una crisis que evidenció que nuestra estructura productiva y exportadora era incapaz de dar sustento real a las notables mejoras en el desarrollo social y el bienestar que se venían dando en Costa Rica.

Políticas de apertura y promoción de exportaciones no tradicionales

Fue en este contexto que, de nuevo, se pusieron en práctica políticas públicas que, interactuando inteligentemente con la dinámica de los mercados, promovieron una profunda transformación económica y productiva. Se impulsó una nueva estrategia de apertura económica que buscaba complementar las exportaciones tradicionales con nuevas actividades exportadoras de mayor dinamismo, mayor valor agregado, mayor productividad y mejores remuneraciones, de manera que pudieran dar sustento al desarrollo social al que aspiraba Costa Rica... en lugar de resignarse a ser una sociedad de mano de obra barata.

Pero estemos claros: no fue la rutina, ni el libre juego de las fuerzas del mercado, ni la falta de intervención estatal la que provocó este cambio. A partir de 1982 se diseñaron y pusieron en práctica diversos instrumentos para facilitar, estimular y – por supuesto – subsidiar el inicio de estas nuevas aventuras económicas, tanto exportadoras como turísticas. La política de minidevaluaciones se constituyó en una pieza clave del subsidio exportador, transfiriendo recursos de otras actividades y de la población, hacia las nuevas exportaciones. También hubo subsidios directos mediante los famosos (e infames, por el mal uso que les dieron algunos) Certificados de Abono Tributario (CATs). Hubo grandes inversiones en infraestructura – red vial, puertos, aeropuertos – financiadas con endeudamiento y con impuestos, dirigidas a apoyar el surgimiento y consolidación de las nuevas actividades exportadoras y turísticas, y el desarrollo de marcos jurídicos e institucionales adecuados y ventajosos para estas actividades, como las diversas exoneraciones tributarias y otros beneficios del Régimen de Zonas Francas.

La transformación provocada por esta interacción entre la dinámica de los mercados y un sólido conjunto de políticas públicas, incluyendo fuertes subsidios, ha sido más que notable. Hace menos de cuatro décadas, dos terceras partes de nuestras exportaciones estaban concentradas en cuatro productos agrícolas: café, banano, azúcar y carne. Hoy, si bien exportamos más de estos bienes, apenas representan el 10% del valor total de nuestras exportaciones, mientras que el 90% está constituido por cientos de nuevos productos de exportación, bienes de mayor sofisticación y valor agregado que generan muchos de los empleos mejor pagados del país, incluyendo la exportación de servicios. El turismo, además, se ha convertido en la principal fuente de divisas del país, con muy interesantes encadenamientos y generación de oportunidades. La combinación de la apertura económica y las políticas e inversiones públicas ha sido, de nuevo, muy exitosa.

El espacio para un paso más: el desarrollo de las industrias creativas

Pero no es suficiente.  No es suficiente por al menos dos razones. La primera – de la que hablaré en otra sub/versión – tiene que ver con un hecho brutal que nunca debió ocurrir y que es una de las más pesadas herencia de la crisis de los años ochenta: hoy, la mitad de nuestra fuerza laboral no tiene más que educación primaria. Se trata de una generación perdida: personas que no cuentan con las destrezas básicas para integrarse a procesos productivos más dinámicos y exigentes y han quedado atrapados en la vieja economía, una economía incapaz de ofrecerles un empleo productivo y un ingreso decente. Hoy, la mayoría de estas personas están desempleadas o seudo-ocupadas en ese bolsón que llamamos “sector informal”.

Y la segunda – la que hoy me interesa – tiene que ver con lo que debiera ser un paso adicional en esta construcción dinámica de ventajas comparativas que, en el caso de Costa Rica, podría tener mucho que ver con las industrias creativas en sus distintas formas. Por la confluencia de muy diversas razones, Costa Rica reúne características potencialmente favorables al desarrollo de actividades creativas que podrían llegar a ser la base de una nueva vertiente económica que complemente y refuerce el éxito exportador y turístico: las industrias creativas. Hemos visto pequeños ejemplos de esto en el éxito de algunas aventuras musicales, hemos visto el resurgir de las letras – y las editoriales – costarricenses y, poco a poco, vemos más y más ejemplos de la calidad creciente del cine costarricense. Son apenas destellos, pero lo suficientemente brillantes como para hacernos soñar.

Sin embargo, como ocurrió antier con el café y apenas ayer con el turismo y las exportaciones no tradicionales, tenemos que entender que el desarrollo de nuestras industrias creativas como una actividad económica sólida y rentable no va a ocurrir por default ni como resultado automático de las oportunidades que ofrezcan los mercados. Como cualquier actividad económica incipiente, las industrias creativas necesitan un apoyo sólido y sistemático que les permita superar sus carencias iniciales y alcanzar la calidad y masa crítica necesarias para alzar vuelo.

El potencial de la industria cinematográfica está ahí: ¿y las políticas?

Esto es algo que otros países han entendido ya, como se refleja en la potente red de apoyo e incentivos que se otorgan a sus industrias creativas y, en particular, a sus industrias cinematográficas y visuales. No importa si hablamos de Dinamarca, de Francia, de Islandia, de España o de Argentina y México: son países que están entendiendo la importancia estratégica de un sector productivo que, basado en productos diferenciados, no solo tiene un enorme potencial económico y social, sino que es también una actividad cultural que puede contribuir a revitalizar la identidad local, nacional y global, sobre todo en el caso de países pequeños como Costa Rica.

La pregunta cae por su propio peso: ¿no será mejor pensar en el potencial de nuestras industrias creativas y diseñar políticas inteligentes y ambiciosas para agregar este motor a nuestra economía... en lugar de reducir esta discusión a si damos o no damos un subsidio, a si ponemos o no ponemos un impuesto? Me resulta un poco absurdo – por no decir incongruente – que personas y sectores que en el pasado apoyaron y se vieron beneficiados con políticas, exoneraciones y recursos públicos para promover determinadas actividades económicas, hoy se manifiesten “alarmadas y opuestas” porque se puedan utilizar recursos públicos para estimular el desarrollo de las industrias creativas que, paradójicamente, podrían llegar a ser un nuevo “grano de oro” para Costa Rica. 

A lo largo de nuestra historia hemos sabido pensar en grande y hemos combinado el potencial del mercado con políticas sistemáticas de estímulo a la transformación productiva. Podríamos hacerlo nuevamente. Pero sí, requiere visión.

LEONARDO GARNIER

@leogarnier