Viaje al Reino de los Deseos, de Rafael Ángel Herra

A la búsqueda del peor libro tico

FRANK PRIVETTE

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Por alguna razón, a pesar de haber comprado este libro en el 2001, acumuló polvo en mi biblioteca por veinte años. Por alguna otra razón, seguro con la intención de leer más literatura nacional, decidí “aventurarme”.

Pero hay aventuras que resulta mejor no hacer. Y hay libros que merecen mucho más de veinte años de polvo.

A pesar de que esta novela es un adefesio sin pies ni cabeza (habrá defensores de su autor catedrático que abogarán por este “efecto”, precisamente porque se supone que era intencional), yo creo que prácticamente toda lectura genera algo. Ese algo aquí exige dos preguntas, que quizá son al menos interesantes.

1. ¿Por qué se escribió este libro?

2. ¿Es este libro la peor novela de la literatura costarricense?

No vale la pena perder más mi tiempo ni el de quien lea estas líneas, así que, al igual que Rafael Ángel Herra, el autor de la desafortunada novela, no voy a profundizar en nada. De hecho, muy inspirado en él, esta reseña, si se le quiere llamar así, será poco más que exabruptos algo desperdigados aquí y allá de manera seguramente aleatoria.

La novela cuenta la historia de un robot á la don Quijote que cobra vida (está en una pintura) peleando contra un dragón. Fue creado por un dramaturgo y le es dada una misión (posiblemente con la pretensión campbelliana del héroe de mil caras) de encontrar el libro de los deseos puesto que, adivinaron, no siente nada.

El texto pretende ser, por la formación académica de Herra (podríamos pensar en un Mundo de Sofía, pero lite, muy lite), un punto entre la novela filosófica y fantástica. Un pastiche desordenado entre la Biblia, la alegoría de la caverna, Don Quijote, Alicia en el País de las Maravillas, Utopía, La República, el Libro de los muertos y El mago de Oz, con referencias a leyendas ticas, argumentos y “debates” sobre la cognición y la emoción humanas, además de una especie de oda a la fantasías germana, española y anglosajona. Un arroz con mango, sin duda.

El asunto no es que sea malo inspirarse en su carrera o su área de expertise para escribir ficción. Lo que pasa es que el autor piensa que el lector es realmente básico y nos lleva de la mano, en muchos momentos, como si fuera literatura infantil. Es machacoso.

Con el perdón de los grandes de la literatura infantil (Beatrix Potter y A.A. Milne.), nunca le explicaban a los niños, por ejemplo, que en la ciudad Daduic todo pasa al revés y que está en los mapas solamente si se leen al revés (¡¿entendieron?!). O que el personaje “principal” Orellabac (no bellaco, aunque cerca) es un peculiar caballero (¡¿ya ven?!). O que, hacia el final aparece Laquelee, quien da realmente vida a los personajes porque lee mucho (no estoy bromeando). Está, ciertamente, escrito con desdén por el lector.

A partir de este punto todo empeora. La escritura es torpe, no fluye, hay errores ortográficos (pecados mortales, que suceden todavía hoy en editoriales ticas, en obras de conocidos autores como Carlos Fonseca, por no mencionar varias novelas de Uruk). En ocasiones usa palabras rimbombantes que nos hace pensar que Jacques Sagot escribió el libro y no un catedrático en filosofía.

Muchos pasajes de la novela parecen sacados de un taller de escritura o de un taller cultural de una universidad pública. Vean este ejemplo:

La Joven Vieja se incorporó. Desapareció brevemente. Luego se sentó en una silla, detrás de una mesa. Dobló la espalda y empezó a escribir a máquina, bañada por las penumbras de la torre, de la que colgaban once cuerdas de campanas. Escribía torpemente, se detenía a escudriñar el papel, picoteaba las teclas, hacía girar las carruchas de la cinta con los dedos, que se le pusieron negro como la tinta. Luego tecleaba otra vez con aire misterioso y torpe. Las penumbras desgarraban el suelo. Sobre la máquina colgaba un bombillo eléctrico de luz parpadeante como de candela, que le teñía el cabello con efluvios plateados. Repentinamente se incorporó, corrió hacia las cuerdas de las campanas y se puso a repicar. Aquel sonido sordo se pierde en mis registros. Recuerdo a la JovenVieja mientras bailaba colgada de las cuerdas tensas, desapareciendo de frente o de espaldas. Cuando acabó de repicar, tornó a sentarse, agitadamente, y siguió con las teclas. Escribió mucho tiempo. (p. 21)

O simplemente, estos dos: “El río bramaba, pero conforme descendíamos, el bramido se transformaba en murmullos” (p. 183). “'¿Podrías decirme cómo encontrar el libro de los Deseos?' 'Sí y no'” (p. 189).

Son muchas, muchas otras las frases célebres, que no usaré pues ahora para no ser yo el machacoso. Mi punto es: no todo lo que se produce en un taller literario merece salir publicado. Sea el autor un filósofo conocido o no.

Por lo demás, las primeras cien páginas, lo admito, son fascinantes. Están tan mal redactadas que no se puede parar de leer. Es como el famoso accidente de tránsito o de tren, que uno tiene que ver. Estamos –y por eso nombrar a Sagot no es en vano– ante alguien que cree que su obra es altamente creativa, inteligente, brillante, original. Pero Orellabac. El problema es que a partir de la mitad (la novela tiene poco más de doscientas páginas) el autor debe haberse cansado, pues ahí es donde entra un pastiche digno de copy / paste más posmoderno. A su lado, Burroughs es cualquier cosa. Estamos frente a una narrativa que realmente carente de sentido, más allá de que esta sea la intención original.

Si esto fuera obra de un escritor joven o de una persona de a pie, ahí queda. Pero al leer su biografía, nada humilde, uno se enoja. ¿Cómo fue posible un bodrio como este de alguien con ese CV? O, al revés ¿cómo alguien así llegó a tener esos títulos, puestos, y participar en los congresos que participó? Aclaro que la edición mía es del 2001, cuando lo compré. Y que el texto fue escrito diez años antes. Pero Herra ya había sido nombrado catedrático en la UCR y ya habia sido director en la misma universidad. ¿Dónde está el síndrome del impostor cuando uno lo necesita?

Como sugerí antes, casi cualquier lectura lleva a un aprendizajes. De esta quiero extraer la respuesta a esta interrogante: ¿es este el peor libro de la literatura tica? Si no es este, ¿cuál lo es? Competidores tiene. Me temo, entonces, que iniciaré la búsqueda, la aventura. Me temo, eso sí, que será inagotable.

Me enteré, al terminar esta novela, que fue parte del pan de lecturas obligatorias para bachillerato del Ministerio de Educación Pública. Y después nos quejamos de que las generaciones jóvenes no leen, no tienen capacidad de comprender un texto y no piensan de manera crítica. Si se vieron obligados a leer Viaje al Reino de los Deseos, yo, por lo menos, siento que es necesario tenerles más simpatía.

FRANK PRIVETTE

@fprivette