Torre de marfil
La información como herramienta propulsora de una economía agrícola innovadora e inclusiva
NICOLE CHACÓN SOLÍS
KARSYL A. MEJÍA VALVERDE
Visto desde la óptica del estudiante universitario de Economía Agrícola, las perspectivas al finalizar la carrera se antojan, cuando menos, convergentes. El síndrome del recién graduado puede llevar a cualquiera a sentirse insuficientemente preparado al ingresar al mercado laboral o ante cualquier ámbito en el que se exija la aplicación de lo aprendido.
Esta sensación no es menor, sobre todo en casos en los que puede llegar a afectar el desempeño y, en buena hora, cuestionarse lo que la academia enseña. Esto toma mayor relevancia si efectivamente materializamos esa desorientación, cuando nos topamos con circunstancias que no nos explicaron en el aula y que demandan un potencial resolutivo excepcional.
No todos los problemas habrán de conformarse con un criterio necesariamente regresivo, justamente en el centro de algunos subyace un problema mayor: un modelo económico fallido.
La economía no es un sistema mecánico de palancas y poleas, de políticas macroeconómicas expansivas o contractivas, como nos han pretendido enseñar en el aula universitaria. Nos enfrentamos a la ingente ola de la modernidad con apenas una balsa construida de idealismos traslucidos, reduccionistas y derrotados.
La mano invisible de Smith, los indicadores macroeconómicos tradicionales para la toma de decisiones, el modelo gravitacional, las curvas macroeconómicas basadas en supuestos reduccionistas, la autorregulación del mercado y demás nos instituyen un paradigma de conocimiento basado en constructos clásicos, altamente ideologizados, que favorecen la capitalización de recursos económicos para unos pocos y donde el rezago en la enseñanza de sus herramientas objetivas adolece de refractario.
El conocimiento de herramientas empíricas e integrales como la matriz insumo producto, modelo de Leontief, índices de Rasmussen, de poder y sensibilidad de dispersión,
matriz inversa de Ghosh, etc. está supeditado a unos cuantos espacios académicos, políticos y sociales; por ende, la decisión de socializar o no este saber, descansa en estos actores e intrínsecamente responde a sus agendas e intereses.
En efecto, este fenómeno de distribución de la información está estrechamente relacionado con el acceso mismo a ella y sus repercusiones se propagan a la realidad económica. La dificultad de coordinación y la ubicación de recursos en sus mejores usos siempre ha sido un problema latente para la economía: ¿Cómo puede una persona agricultora conocer la combinación exacta de oferta de bienes que los consumidores demandan? ¿cómo puede esta misma persona conocer si el precio que la persona intermediaria le está ofreciendo es alto o bajo en comparación a su vecina o vecino?
Ya lo señalaba Karen Eggleston en el Foro Mundial Económico en el año 2002: los precios y señales de mercado son herramientas clave que facilitan esta coordinación. En una economía de mercado, los precios transmiten la información que los participantes requieren para tomar decisiones efectivas, sin embargo, en un mercado con fallas, esta transmisión se ve entorpecida.
Las personas productoras necesitan conocer en la actualidad los precios de sus “inputs” y bienes y/o servicios que desean colocar para la venta con la intención de decidir de una manera fundamentada qué, cómo y cuánto producir (algo que el Cuadro de Oferta y Utilización de la Matriz Insumo Producto podría contribuir a resolver a nivel macroeconómico, por sector productivo e incluso cantonal).
Del mismo modo sucede para el consumidor: el conocimiento de los precios de los bienes y servicios ofertados proporciona la posibilidad de realizar compras fundamentadas para optimizar el gasto disponible para el consumo. En ambos casos, el conocimiento de los precios actúa como señal de coordinación que presenta un potencial para combatir el mercado de competencia desleal, precios abusivos, colusión de mercado, contratos injustos, entre otros.
Si bien se ha señalado previamente el problema sistemático que existe en cuanto a la enseñanza de estas herramientas en el aula universitaria que a veces se tornan en cuartos de resonancia, del mismo modo se debe señalar el potencial progresista que tiene
la educación superior de generar criterio y despertar el cuestionamiento que alimenta el desarrollo y avance mismo de la sociedad como conjunto.
El reconocimiento de estas herramientas es posible a partir de su socialización por parte de los círculos que las emplean. Es imperante generar acciones estratégicas que hagan frente a la desinformación y buscar la creación de una plataforma que proporcione el acceso equitativo, fácil e inmediato a datos de precios e indicadores de mercado para el sector agroalimentario. La universidad pública, su extensión social y los diferentes organismos estatales que les atañe esta problemática se postulan como actores clave en el desarrollo de este tipo de iniciativas.