“Utopía de un escéptico". Borges y la política (primera parte)
MARÍA JOSÉ CISNEROS TORRES
Borges: un compadrito
Lejos de dogmas y sistemas, Borges prefirió soñar al mundo antes que descifrarlo. Dotado de extraordinaria lucidez se valió de la belleza y del humor para pensar, de allí la deliberada falta de sentido común a la que apeló en reiteradas ocasiones.
Provocador nato, a su modo fue un compadrito, un intelectual que, lejos de sostener posiciones políticamente correctas, hizo de la controversia y la contradicción rasgos constantes en éstas.
¿A qué se debió esto? es la pregunta que no pocos se hacen y a la que, generalmente, responden poniendo el acento en el esteticismo borgeano, es decir en la primacía que Borges otorgó a la forma por sobre el contenido. Considero que, aunque verosímil, esta respuesta es incompleta. Borges sostuvo una concepción política que, si bien armonizó con sus estrategias discursivas, se situó más allá de éstas. Sus apelaciones constantes al humor y a la provocación no tenían sólo un fin efectista, había en él una mirada de la realidad -sobre todo de la realidad política- esencialmente escéptica. Esto, sin embargo, no lo transformó en un pesimista o en un reaccionario como muchos creen; antes bien, acentuó en él el “anarco individualismo pacifista” que su padre le había inculcado.
La utopía anarco-individualista
Borges no fue a la escuela de manera regular. Su padre, gran admirador de Herbert Spencer, defendía como éste el criterio del "laissez faire" contra los peligros de la intervención del Estado en la vida de los individuos y decidió, por tal motivo, no someter en demasía a sus hijos a las restricciones de una educación formal. De allí que Borges, no sólo heredara de su progenitor la ceguera y el amor por los libros, sino también una formación de carácter anarco-individualista. Formación que -en una entrevista otorgada a Fernando Sorrentino- el escritor evocó del siguiente modo:
“Mi padre era anarquista, spenceriano, lector de El hombre contra el Estado, y recuerdo que, en uno de los largos veraneos que hicimos en Montevideo, me dijo mi padre que me fijara en muchas cosas, porque esas cosas iban a desaparecer y yo podría contarles a mis hijos o a mis nietos –no he tenido hijos ni nietos- que yo había visto esas cosas. Que me fijara en los cuarteles, en las banderas, en los mapas con distintos colores para los distintos estados, en las carnicerías, en las iglesias, en los curas, en las aduanas, porque todo eso iba a desaparecer cuando el mundo fuera uno y se olvidaran las diferencias.”
El impacto que los horrores de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial causaron en Borges, no hicieron sino acentuar en su ánimo esta concepción anárquica y pacifista que su padre le había inculcado. Para él un mundo sin gobiernos, un mundo anárquico era el único mundo deseable, pues consideraba que la existencia del Estado era la condición de posibilidad de toda guerra.
“Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología particular, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerra”
Abogaba, en consecuencia, por un máximo de individuo y un mínimo de Estado, al tiempo que no dejaba de señalar que, en la intromisión del aparato gubernamental en la vida de los ciudadanos, debía verse la causa de los mayores males del mundo contemporáneo: comunismo, nazismo y peronismo. Criticaba, asimismo, los supuestos ontológicos sobre los que se estructuran estas corrientes políticas porque para Borges hablar de la sociedad, el pueblo, la nación, el Estado, la clase obrera implicaba hablar abstractamente. “Yo creo- afirmaba - que sólo existen los individuos: todo lo demás, las naciones y las clases sociales son meras comodidades intelectuales”
De allí que su anarquismo se encontrara muy lejos del anarquismo colectivista y revolucionario representado por Kropotkin (anarco-comunismo) y por Bakunin (anarco- sindicalismo) y muy cerca de la concepción política de Herbert Spencer. Pensador este del siglo XIX quien, además de considerar que la sociedad debía organizarse de conformidad con las leyes de la naturaleza (darwinismo social), juzgaba que el mejor gobierno era el que menos intervenía en la vida de los individuos (liberalismo extremo). Tesis - esta última - a la que Borges, no sólo adhirió sino, también, radicalizó: “Diría que las palabras gobierno e ideal se contradicen. Yo preferiría que fuéramos dignos de un mundo sin gobiernos.”
Todo lo cual, no debe interpretarse como una aspiración de cambio revolucionario por parte de Borges, nada más lejos de él. Su anarquismo era individualista y pacifista y, como tal, era contrario a toda revuelta política violenta. Derrocar un régimen político para imponer otro no era la vía más óptima para el cambio según Borges, pues consideraba que lo más importante no eran las formas de gobierno sino los individuos y su progreso moral. Únicamente en ellos veía la posibilidad de un mundo mejor porque, desde su perspectiva, las relaciones humanas sólo podían ser justas en la medida en que los hombres lo fueran: “...creo- afirmaba- que si cada uno de nosotros pensara en ser un hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de todo, la suma de las conductas depende de cada individuo”.
Mientras tanto, mientras el progreso ético de los individuos no ocurriera, la utopía de un mundo sin Estados era para Borges imposible:
“...yo ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una
humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de
lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes
Deudor del siglo XIX, Borges creía que el progreso moral de la humanidad, aunque lento, era irrevocable. Así lo expresó en “Utopía de un hombre que esta solo”, un relato que puede ser leído como la plasmación de su utopía anarco-individualista pacifista, porque en él Borges describe un mundo cosmopolita en el que el desarrollo moral de los individuos ha dado lugar a la paulatina desaparición de la política y sus instituciones. “¿Qué sucedió con los gobiernos?“ pregunta el personaje Eudoro Acevedo en este relato y un hombre – a quien dicen “alguien” porque en ese mundo utópico los nombres propios carecen de sentido- responde:
“-Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos.”
La diversidad de lenguas, la imprenta y las herencias también han desaparecido de ese mundo sin gobiernos y sin políticos que Borges describe en el relato. La primera porque favorecía la diversidad de pueblos y, en consecuencia, las guerras; la segunda porque multiplicaba hasta el vértigo libros innecesarios; y las terceras porque en ese mundo tampoco existen las posesiones: “Ya no hay quien adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de la vulgaridad. Cada cual ejerce su oficio”
Partidario de la austeridad y, sobre todo, de la libertad, Borges imagina que sólo en una sociedad anarquista y cosmopolita -como la que describe en el relato- puede el individuo desarrollar al máximo sus capacidades morales y alcanzar el ascetismo. Modo de vida gracias al cual, el hombre ejerce tal control sobre sí mismo que es capaz, incluso, de decidir serenamente respecto de su propia muerte:
“Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce algunas de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte”
María José Cisneros Torres
Filósofa - Universidad Nacional de Tucumán