Queda la música...

ERICK FERNANDO BENAVIDES CHAVES

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El último concierto de Aute en el país (2014) coincidió con el cumpleaños de mi novia, y yo que pensaba estar en Platea acabé en Galería. Viéndolo desde lo alto de la pobreza entrar al escenario lo primero que me llamó la atención fueron sus brazos tan largos y que era más delgado de lo que imaginaba. Esa noche me quedé sentado en esa dura banca esperando que, a pesar de que las luces ya se habían encendido y el resto de la gente se rendía y me traicionaba dirigiéndose a la salida del teatro, él apareciera de nuevo y cantara “Al alba”. No sucedió y ya nunca la voy a escuchar en vivo. Pero cantó “Slowly” y a media luz mi torpeza y yo la bailamos con aquella chica, sobre las tablas del Gallinero y ese recuerdo solo me lo quitará el alzhéimer.

Luis Eduardo Aute fue uno de los cancionistas más grandes de nuestra lengua. Reducirlo a un par de características es injusto, pero hay tres cosas que, en mi opinión, deben destacarse: tenía la voz más hermosa de ese género tan difuso y equívoco que se ha venido a llamar canción de autor: uno lo ve en uno de sus últimos videos, “Quiéreme” (donde es imposible dejar de notar el paso del tiempo y el tabaco sobre su rostro) y se sorprende de escuchar que canta tan bien o mejor que siempre.

Lo segundo es que nadie ha hecho tan bellas melodías con tan pocos acordes. La destreza en la guitarra de Aute era la de un principiante y su conocimiento musical no parecía mucho mejor. A pesar de eso, con un par de acordes mayores y uno menor era capaz de componer una canción que tocaba todas las fibras de cualquier sentimiento que quisiera. “Lo que tiene Aute — ya lo había dicho Sabina— es que es capaz de cantar la guía telefónica con una hermosísima melodía”. Y esta cualidad la explotó cada vez mejor: en sus últimos discos bastan como ejemplo “Señales de vida”, “Atenas en llamas” o “El niño que miraba el mar”.

Por último, algo que distingue la obra del español es su devoción por el cuerpo sexuado. En ese concierto, antes de cantar “Mojándolo todo” (la canción que mejor describe esto que digo) afirmó que Dios es un orgasmo y quizá esa sea la razón de ese fervor venerativo por el cuerpo dispuesto al sexo. No es el canto al sexo en sí; que no lo distinguiría para nada de tantos cantantes sino el foco sobre el cuerpo: el cuerpo como umbral de lo trascendente (“El universo”, “Cuando dos cuerpos”, “Cada vez que me amas”), como búsqueda (“Na de na”) o ausencia (“Volver a verte”, “Dentro”, “Recordándote”, “Sin tu latido”), su ocultamiento erótico (“No te desnudes todavía”), su desvelamiento (“Anda”), el cuerpo descrito (“Mojándolo todo”) y el cuerpo como refugio de la fealdad y el peligro del mundo (“Imán de mujer”, “Abrázame”, “Como en Tahití”).

Nos ha dejado Aute en un momento en que cada mala noticia se lee como un epitafio más sobre la lápida de este mundo feo y peligroso de hoy. Pero no podemos olvidar, como dice su canción más hermosa, que siempre, siempre, siempre, queda la música; como la de ese recuerdo que me dejó su visita, como la de tantos recuerdos por los que vale la pena seguir viviendo.

ERICK FERNANDO BENAVIDES CHAVES

Antropólogo