Obesidad digital...

MARVIN G. SOTO

La industria de servicios digitales ha implantado el posfordismo, extremando el modelo productivo de la McDonalización de la sociedad… un sistema de producción económica, de consumo y demás fenómenos socioeconómicos asociados, dominante en la mayoría de los países industrializados, escalados en el proceso de fabricación flexible; empleando tecnología de punta y el rediseño de los productos.

La adicción tecnológica todavía no es un trastorno reconocido clínicamente, pero eso no ha impedido que empiecen a aparecer numerosos estudios relativos, que tratan de dilucidar, por ejemplo, a partir de cuánto tiempo el uso del teléfono celular, de internet y sus múltiples herramientas puede resultar excesivo. La comparación con la obesidad física nace del intento de mostrar este problema de la forma más gráfica posible al público.

En esta era, la difusión y la rápida evolución de las nuevas tecnologías de comunicación ha reinventado los medios de comunicación y la comunicación política. Toca plantearse ¿quiénes son los nuevos jugadores poderosos?... lo que devela que el poder ejercido por aquellos que crean, aprovechan y dirigen los flujos de información para satisfacer sus objetivos y la manera que los modifican, habilitan y deshabilitan a través de una gama de medios más antiguos y más nuevos.

Un ecosistema de comunicación híbrido explota las sinergias entre los nuevos medios digitales y los tradicionales, especialmente la televisión. Pero priman las redes centralizadas, los protocolos y los algoritmos de código cerrado. La esfera pública digital muestra el dominio de las grandes corporaciones y de los estados con más poder; en consecuencia, genera desigualdad acumulativa. Una desigualdad que aumenta cuanta más actividad digital desplegamos.

Para agregarse toxicidad a las amenazas la arquitectura comunicativa y el modelo de negocio dominantes en la industria digital no prefiguran un futuro tecnológico emancipador, sino adictivo y datificador, voraz en su hambre de boronas digitales y sediento de beber la sabia moderna: los datos.

Buen sabemos que, desde hace años se suceden los escándalos, aumenta la crítica interna y externa de las grandes empresas tecnológicas. Además, la política se define cada vez más por organizaciones, grupos e individuos que están en mejores condiciones para combinar lógicas de medios, más antiguas y más nuevas, en lo que Andrew Chadwick llama un sistema híbrido (The Hybrid Media System: Politics and Power). Y así, la desintermediación digital que democratizaría la comunicación, nunca tuvo lugar y en cambio, el consumo excesivo devino en obesidad digital mórbida masiva, que parece urgir por plantear una dietética digital: una desconexión parcial y temporal, necesaria para reprogramarnos y reconectarnos, a ver si acaso retomamos el control de las pantallas y los dispositivos.

El actual estado de penetración, híper conexión y saturación recomienda una aproximación dietética… debemos iniciar un proceso de toma de medidas para que como ñoños digitales tomemos conciencia de la necesidad de desconectarnos, reprogramarnos y resetearnos; retomando la conexión digital con arquitecturas comunicativas descentralizadas y modelos de negocio más responsables socialmente. Se trata de cambiar nuestra dieta digital para alterar el modo de producirla.

Los “algoritmos basura” y las “burbujas de filtros” explotan con eficacia los sesgos cognitivos más negativos para maximizar el minado de datos. En tiempo real, calculan el valor y controlan el ritmo de las actividades y los flujos de contenido digital. Viralizan los más polarizados, para estimular el compromiso y convertirlo en una actividad digital compulsiva que genere más datos, como si sufriéramos de ansiedad y acabáramos con la boca llena de comida. El objetivo final reside en anticipar, hacer previsibles, las futuras decisiones de consumo o ideológicas.

Las “cámaras de eco” de las mal llamadas “comunidades digitales” –consideradas “data farms” por la industria– reducen la disonancia y la ansiedad. Dos sentimientos que resultan inevitables en el universo inconmensurable de internet. Y, como en la industria de comida procesada, la cantidad –de conexiones e interacciones– se antepone a la calidad –de contenidos y debate público–. La analogía dietética muestra así su pertinencia.

La dieta digital sugiere entonces la conveniencia de adoptar tácticas individuales, apoyadas en estrategias colectivas y políticas públicas, lo que por supuesto no será impulsado por actores públicos que usan estas herramientas de manipulación masiva. Es decir; será un viaje en solitario e individual para cada ser humano.

La sal, el azúcar y las grasas –predominantes en la comida procesada– son el trasunto alimentario de las “fake news” y la info-intoxicación digital: falsas calorías, adictivas y con escaso aporte nutritivo para el cuerpo social.

Las interfaces aplican tecnologías adictivas que remiten al “fast food” que secuestran la atención y fomentan un compromiso con escasa voluntad. Minamos datos en jornadas continuas, sin festivos, ni remuneración. No controlamos el ritmo ni los frutos de ese trabajo invisible, que coloniza nuestro tiempo de ocio. Ignoramos el valor de los datos y los riesgos asociados a la pérdida de anonimato, privacidad e intimidad. Nuestra bulímica actividad acarrea una obesidad digital generalizada.

La industria del “big data” monopoliza la economía de la atención y contamina el ecosistema informativo. Interfiere y acapara las conexiones digitales e inunda la esfera pública de contenidos auto-promocionales y persuasivos, disfrazando de información veraz o genuina la conversación interpersonal. 

Es imperativa la conveniencia de adoptar tácticas individuales, que fomenten usos y consumos digitales más saludables que además ofrezcan privacidad y el control sobre los datos, blindando espacio y tiempo para la interacción offline, reforzando las redes presenciales y poniendo las digitales a su servicio, no el individuo como peón o esclavo de las tecnologías digitales; para que emplee su energía más allá de los teclados.
Una ciudadanía digital, consciente y crítica, no se reduce al estatus de consumidora y espectadora. Aplicar una economía de proximidad, los ritmos y el sentido colectivo de las dietas propias del movimiento “slow food”. La obesidad digital amenaza el bienestar individual y colectivo. Tras el hartazgo, ha llegado el momento de asumir la necesidad de una nueva dieta tecnológica y el compromiso de generarla en los niveles señalados.

MARVIN G. SOTO

marvin.soto@gmail.com