La brecha de género como narrativa subyacente al desempleo
Detrás del por demás adusto y laxo dato del desempleo, subyacen narrativas apremiantes que describen de manera más ilustrativa su composición y nos hablan de cuáles son los grupos en los que tiene efectos más categóricos, la sola exposición del dato y la marginalidad de su cambio en la frontera del tiempo dice poco o nada de las disímiles y rotundas brechas que se escapan de su mera exhibición.
La primera brecha es la que arroja el desempleo observado en perspectiva de la desigualdad en la disposición del ingreso; esto es, pensar cómo se comporta la desocupación (en el sentido genérico del término) entre los sectores de mayor privación material frente a los grupos poblacionales con mejor desempeño. Sin embargo, debo advertir, esta brecha si bien es relevante, no es precisamente de la que se habrán de ocupar éstas líneas.
La segunda es la brecha de género en el empleo, la cual en muy pocas ocasiones despierta el interés entre las discusiones a propósito de la reversión de los patrones de ensanchamiento y dilatación de la desocupación, salvo para aludir a remisiones paliativas, lugares comunes y retóricas edulcorantes.
Actualmente la brecha de género en el desempleo, en nuestro país, es de 177,82%, esto significa que, comparativamente hablando, las mujeres tienen una tasa de desempleo 77.82% más alta que los hombres; cada vez que este indicador se ubica por encima del 100% debemos pensar que la brecha del desempleo es favorable a los hombres.
Por ponerlo en perspectiva temporal, durante el último lustro nunca ha estado por debajo del 100%, es más, desde el primer semestre del año 2016 ha mantenido una tendencia ascendente, a un ritmo medio del 6% anual y alcanzó sus puntos más altos durante el segundo semestre el 2018 (181,30%) y en su más reciente lectura del tercer trimestre del año pasado.
Lo anterior se traduce en que la diferencia entre la cantidad de mujeres desempleadas y hombres desempleados asciende a 25 000 personas, siendo mayor la cantidad de mujeres por supuesto. Con respecto a la totalidad de la fuerza de trabajo, el desempleo femenino es de 16,7% mientras que el masculino es tan solo de 9.6%.
Las diferencias son mucho más groseras si pensamos adicionalmente en las brechas salariales, por ejemplo, en el sector privado los hombres perciben de ingreso promedio 104 000 colones más que las mujeres, por sectores económicos, de todas las actividades, solamente en los ámbitos de la enseñanza, la intermediación financiera y la administración pública, las brechas son favorables a las mujeres y entre las diferencias de ingreso más groseras resalta la del ámbito de la comunicación, en la que en promedio los hombres ganan hasta 250 000 colones más que las mujeres.
Lo anterior exhibe una honda realidad según la cual es plausible afirmar que el grupo más vulnerable de todos es el de los hogares monoparentales de jefatura femenina, con altas tasas de dependencia económica y en las que existen más de dos menores a cargo de la jefa de hogar, especialmente si éstos hogares pertenecen a las regiones del Pacífico Central y Sur. La condición de vulnerabilidad, consumadas las anteriores circunstancias, se vuelve un componente transversal en todos los niveles educativos.
Es extensivamente aceptado que si bien los patrones de la brecha del empleo están determinados por causas de largo plazo, los cambios en la estructura de la industria y la diversificación de las actividades productivas, o sea cambios composicionales, tienen, más bien, un impacto relativamente pequeño en su dinámica.
Por el contrario, la tasa de desempleo femenino tiene un alto nivel de sensibilidad frente a períodos de bajo crecimiento, así lo afirman Stefania Albanesi y Aysegül Sahin, de la Universidad de Pittsburg y la Reserva Federal estadounidense, respectivamente, habiendo analizado la experiencia empírica de más de 19 países de la OCDE.
Aún con ello, a la literatura económica le es elusiva la hermenéutica sobre las razones por las cuales se perpetúa temporalmente la brecha de género en el desempleo y el ingreso, sin embargo es convergente al rechazar el argumento de que tales brechas se explican por las diferencias en el tipo de trabajo que desempeñan los hombres y las mujeres.
En cuanto a la brecha salarial la experiencia empírica en nuestro país demuestra que tiende a aumentar con la edad: los hombres entre 30-34 años ganan un 11% más que las mujeres con dicha edad, y los de entre 50-65 años ganan un 15% más (aunque hay que interpretar con cautela las brechas salariales por edad puesto que podría haber potenciales efectos de cohorte).
Ambas brechas de género (en el desempleo y en el ingreso), en perspectiva, son concomitantemente correlativas: existe una correlación fuerte y negativa entre la brecha salarial de género y la brecha de género en el empleo. En países con una brecha de género grande en las tasas de empleo, la brecha salarial de género tiende a bajar puesto que las mujeres que finalmente deciden incorporarse a un empleo suelen tener competencias de trabajo mejores que las que deciden no trabajar.
Estas propensiones, lamentable y deshonrosamente, no son propiamente endógenas, por ejemplo, en promedio, en América Latina mientras que el 95% de los hombres adultos (25 a 54 años) trabaja, esa proporción cae a 66% en el caso de las mujeres. Entre las personas ocupadas, la brecha de género en horas trabajadas también es marcada: un promedio de 40 horas por semana entre las mujeres frente a 48 horas entre los hombres.
La educación y la situación conyugal son fuertes elementos hermenéuticos: si bien se afirmó que el grupo más vulnerable es el hogar monoparental de jefatura femenina, paradójicamente, al mismo tiempo las cabeza de familia de hogares monoparentales tienen una mayor tasa de participación con relación a las mujeres que conviven con sus parejas, lo que ilustra sobre la fuerte interdependencia de las decisiones de conformación familiar y determinación de “roles” (si es que existe tal cosa) en el hogar, y la participación en el mercado laboral.
La evidencia también es concluyente respecto de la relevancia de la educación formal. Mientras que las mujeres de baja educación tienen tasas de participación laboral que son un 60% del valor de los hombres, la distancia se acorta entre las de mayor educación (90%).
Un análisis muy interesante de la investigadora Marion Martínez Torrico, del Instituto de Investigaciones Socio-Económicas de la Universidad Católica San Pablo, en el que realiza una serie de microsimulaciones para aproximarse a la comprensión de la incidencia de las brechas de género en el mercado laboral, en la pobreza, muestra como al suponer el cierre en las distribuciones de ingresos laborales promedio, controlando por las características educativas y el rango de edad, los niveles de pobreza moderada disminuyen en 4.83 p.p en promedio, en un período de 10 años, exhibiendo cambios tan dramáticos como de hasta 6 p.p.
Con base en esta lógica se infiere que, en general, los mayores efectos sobre la reducción de la pobreza, desigualdad e ingresos, provienen de cerrar las brechas de género en los ingresos y en la participación laboral. Esto a partir de la igualación de los ingresos laborales promedio de las mujeres al nivel de los hombres y del incremento de la fuerza laboral femenina, respectivamente.
Esto evidencia un nivel narrativo más profundo aún: no podemos fiarnos de la sola implementación de igualdad de iure, de hecho existe una gran disonancia entre este tipo de igualdad y la sustantiva. Los efectos de la falta de complementariedad son fundamentalmente expulsivos.
Finalmente, es menester decir que los mecanismos causales son complejos y van en múltiples direcciones; en el tema de las brechas de género en el mercado laboral, todavía no han sido totalmente identificados pero algunos se antojan razonablemente claros.
El desarrollo demanda esfuerzos para mejorar la expansión educativa, patrones de fecundidad, reconstitución de la naturaleza de las migraciones, cambios estructurales hacia sectores y ocupaciones de cuello blanco, nuevas tecnologías que faciliten las tareas domésticas y el trabajo desde el hogar, y a menudo también cambios en pautas culturales que involucran el “rol” de la mujer en la familia y el trabajo.
El aumento de la participación femenina en la dinámica del mercado laboral solo puede ser concebido como la conjunción de éstos factores, en provecho del desarrollo.
LUIS CARLOS OLIVARES
luigyom@hotmail.com