La usura y sus defensores

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En estas semanas asistimos a un debate sobre la usura como no se había visto en toda la historia de Costa Rica. Por primera vez se discute un proyecto de ley que espera la sanción de una tasa de interés por encima de la cual los acreedores estarían incurriendo en el delito de usura (seis meses a dos años de prisión según el Art. 243 del Código Penal que puede aumentar al doble según la Ley 7472 de Protección al Consumidor). La discusión está presente en  la Asamblea Legislativa, en los medios, en círculos profesionales y en las redes sociales, con opiniones muy variadas y no siempre bien informadas. A pesar de haberse presentado varios proyectos con la misma intención, todas las iniciativas sufrieron una descalificación a priori y los proyectos no llegaron a ponerse en discusión, circunstancia que parece haber cambiado.

Algunos funcionarios y economistas independientes que comparten la postura de bancos, financieras, emisores de tarjetas de crédito y entidades que venden a crédito bienes de todo tipo como celulares, artículos de línea blanca, electrodomésticos y otros, sostienen que una tasa de interés que no sea suficientemente alta podría provocar lo que llaman “exclusión financiera”.  El razonamiento que presentan es el siguiente: si la tasa se ubica por debajo de los valores actuales (sin que se haya determinado el tope de usura), las entidades financieras se verán obligadas a limitar el crédito, únicamente, para las personas más solventes, y por tanto, la medida de legislar para establecer una tasa límite tendría el efecto no deseado de reducir el acceso al crédito a las personas más pobres o de menores ingresos. Frente a la necesidad de crédito, a estas personas no les quedaría más que recurrir a préstamos informales con tasas muy superiores y métodos de cobro poco ortodoxos, y tocarían las puertas de las “garroteras” y hasta de los “narco-créditos”, aseguran.

Un análisis más riguroso de la realidad contradice claramente esas afirmaciones agoreras y, más bien, enfatiza en que las elevadas tasas de interés son las que provocan la exclusión del crédito para la población de menores ingresos. Una muestra significativa se observa en los 840 mil casos de demandas que tramitan los Tribunales de Cobro Ordinario de todo el país, en donde los deudores, como sus fiadores, ya no tienen acceso a nuevos créditos y no pueden recuperar esa capacidad antes de cuatro años después de cancelar las deudas que, por ahora no, pueden pagar. El número de deudores que ya tiene un historial crediticio desfavorable casi llega a la mitad de la Población Económicamente Activa, y seguramente se trata de personas que se ubican en los primeros niveles de la escala de ingresos, comenzando desde abajo.

Algunas evidencias que se discutieron a finales de enero en la comisión legislativa que estudia el proyecto de ley muestran que, al menos, el 20 por ciento de la población (los dos primeros deciles) perciben ingresos insuficientes para mantener un nivel de vida más allá del límite de subsistencia. Si tomaran una deuda con una tasa de interés superior al 40% para completar el consumo necesario para sostener un nivel de vida por encima del límite de pobreza, podrían comprometer más del 30% de sus ingresos, sólo para pagar la nueva deuda. De modo que la evidencia, en definitiva, muestra que cuanto más alta sea la tasa de interés, más se aleja a las familias de menores ingresos del acceso al crédito.  Igualmente, los reclamos de los pequeños agricultores, golpeados por políticas que no estimulan ni la producción ni la expansión del mercado interno, reclaman ante el peligro de perder sus fincas, ante la imposibilidad de pagar créditos tomados para invertir aun a tasas preferenciales.

En el medio de este debate llama la atención algunas posiciones observadas en redes sociales que dan lugar a una férrea defensa del sistema financiero y culpabiliza a sus víctimas. Nos referimos a expresiones como: “A nadie se le pone una pistola para que compre a crédito”, “Es una irresponsabilidad cómo la gente se endeuda aunque  no pueda pagar” o “Se endeudan esperando que después el Estado les arregle sus tortas”… Todas ellas resultan cada vez más frecuentes, pero ninguna considera, siquiera, cuál es el estado de necesidad que lleva a un contingente cada vez más grande a comprar a crédito a pesar de no contar con suficiente capacidad de pago.

Muchos comentarios llegan hasta la reducción ideológica sobre el sistema económico capitalista versus el socialismo, pero curiosamente todos los comentarios parten de la misma realidad:  el endeudamiento generalizado.

Una parte importante del endeudamiento está relacionado con las necesidades de obtener bienes de consumo. Las promociones se multiplican en los supermercados de mayor tamaño y almacenes que abastecen a casi la totalidad de la población. Ofrecen crédito a tasas sin intereses para artículos para el hogar, y precios competitivos para bienes de consumo. Pero si llegan a atrasarse en un pago, aunque sea un día, comienza un calvario de pérdida de la tasa cero. La deuda pasa a intereses cercanos al 50% anual y además se les aplica un castigo abusivo con multas o resarcimientos que resultan equivalentes o superiores al diez mil por ciento anual. De tal manera, en no pocas ocasiones la población se ve expuesta a una situación de esclavitud financiera, y a pesar de realizar pagos mensuales, el carácter de crédito revolutivo y el incremento de saldos por penalidades e intereses provoca la perpetuidad de las deudas.

Muchas opiniones coinciden en la necesidad de mejorar la educación financiera del consumidor. Son menos frecuentes las consideraciones que abogan por brindar educación financiera a comerciantes y financistas, para que no otorguen crédito sin conocer si, efectivamente, se está prestando un servicio útil a la sociedad o, más bien, si se utiliza el instrumento del crédito para generar y perpetuar una mayor dependencia de la producción, el consumo y el ingreso personal al sector financiero. Si bien es cierto, este sector no espera tener pérdidas a partir de un crédito otorgado, todo parece indicar que la decisión de ofrecer un crédito, ya sea para la compra de un bien o para entregar una tarjeta de crédito, se basa en el análisis del ingreso que percibe el cliente y no de su capacidad de pago (ingresos menos obligaciones). 

En la decisión de tomar un crédito confluyen la oferta de recursos y múltiples razones por las cuales muchas personas se endeudan más allá de lo razonable no siempre asociadas a una decisión libre e informada. 

En algunos casos es muy probable que el impulso por comprar a crédito responda a la compulsión inducida por el marketing y la presión social para aparentar un nivel de vida que no justifica el elevado costo del endeudamiento. Pero en otros casos la recurrencia al crédito se asocia a necesidades apremiantes como una emergencia, un accidente o un evento inesperado de cualquier tipo, en donde no siempre se cuenta con la disponibilidad de recursos suficientes para contar con ahorros acumulados en la cuantía necesaria. Y acá es importante subrayar que,  por más educación financiera que tenga el consumidor, en casos como estos se pierde la autonomía de la voluntad y la decisión de consumo deja de tener la racionalidad esperada. Justamente aquí aparece la usura, que se aprovecha del estado de necesidad apremiante o de la ignorancia de las personas.

De este modo nuestra sociedad muestra su lado más débil: en los casos de depresiones traumáticas, ludo parias y adicciones ocasionadas por la necesidad evadir angustias financieras y la inexperiencia en el manejo de deudas que se vuelven interminables. 

Un ejemplo del marketing que conduce al endeudamiento ocasionado por la presión social puede verse en el siguiente video

Describe dos casos que dan lugar a un gasto en consumo y se sugiere el uso de una tarjeta de crédito para enfrentarlo. Es decir, se presenta la tarjeta como método para realizar compras a plazo, y por supuesto, no se indica con cuál es la tasa de interés ni las posibles penalizaciones.

En la primera historia, con el título de “Una vergüenza nunca más”, un hombre joven encuentra la posibilidad de quedar bien con su novia que cumple años y acaba de escoger una cartera nueva. En el segundo caso, que se titula “No le rompa el corazón a su familia” , una mujer adulta encuentra cómo realizar la compra de un regalo para una niña de 7 u 8 años, que muestra su tristeza si no puede tener el regalo que acaba de escoger. 

Aunque estas historias se presentan de manera muy simple, muestran de qué manera se puede presionar a un posible consumidor para tomar un crédito para afrontar gastos superfluos. Pero, adicionalmente, puede verificarse que esta empresa tampoco publica en línea las condiciones particulares de los créditos que ofrece en tarjetas de crédito, ni el modelo de contrato vigente,  requisitos mínimos que contiene el Reglamento de Tarjetas de Crédito. 

El propio Papa Francisco lo dijo: la usura es un pecado grave que mata la vida y pisotea la dignidad. Ya es hora de que toda esta discusión pública, muy necesaria, por supuesto, pase a las acciones concretas.  

DANIEL VARTANIÁN ALARCÓN

vartan2502@hotmail.com