La trampa de la macroeconomía
ARIEL FONSECA RODRÍGUEZ
En Sudamérica no faltan, por desgracia, crisis que comentar. Las más recientes son sendos estallidos populares en Chile y Bolivia. Cabe pensar que dadas las grandes diferencias entre los dos países, y la distinta naturaleza de sus crisis internas así como su causa inmediata, no guardan relación o es imposible establecer paralelismos.
Tanto Bolivia como Chile son países que en términos macroeconómicos, y al margen de las etiquetas políticas de socialismo o neoliberalismo, han cometido una labor apreciable que se manifiesta en sus índices de crecimiento del PIB, aumento de salarios y reducción de la pobreza. Si nos atenemos únicamente a estos datos la conclusión es que los gobiernos de estos países hacen bien su trabajo y entonces se dificulta entender los motivos del descontento popular.
Pero al dejar de lado las particularidades de cada caso nos encontramos con un enorme descrédito de las instituciones. En el caso boliviano, el Tribunal Supremo Electoral. que anunció una cuestionable victoria del actual presidente Morales en un escenario donde, a todas luces, se vislumbraba la necesidad de una segunda vuelta. En Chile, por su lado, se fueron acumulando casos de corrupción entre el sector empresarial, el Gobierno, las Fuerzas Armadas y Carabineros, los cuales, si bien es cierto no provocaron las protestas, han contribuido a sembrar desconfianza hacia las autoridades, exacerbada por la reciente represión militar.
Otro factor clave es la desigualdad. El crecimiento económico es un hecho no así el reparto equitativo de la riqueza en dos naciones ricas en recursos naturales. A las personas ya no les basta con salir de la pobreza: quieren mejorar su calidad de vida en el menor tiempo posible con buenos servicios y posibilidades de ascenso social. Y parece que el sistema llegó al límite de su capacidad para conseguirlo y requiere reformas.
La corrupción daña el tejido institucional y hace peligrar la cohesión social. Y la gestión efectiva de la desigualdad es clave para la gobernabilidad de cualquier país. Lo que preocupa es que, aún con esas situaciones, nadie vio venir la ira popular. El gobierno de Bolivia esperaba que el pueblo aceptara la imposición de otro mandato de Evo Morales con base en sus resultados económicos o su discurso ideológico; en Chile, la clase dirigente creyó que la gente soportaría otro aumento de tarifa en el trasporte público y lo asumiría simplemente como otra herida en sus bolsillos.
Resulta necesario cuestionar los indicadores que miden el éxito país sin dar una idea de cómo vive su gente. El crecimiento del PIB, el IPC, la tasa de desempleo, incluso el PIB per cápita no bastan para entender el desempeño de una economía, especialmente, si partimos de que la tarea de un gobierno es buscar bien común de la población a su cargo. Hoy se tiene que prestar atención a indicadores como el coeficiente de Gini que mide la desigualdad o al IDH, de elaboración más compleja pero también más cercanos a la realidad de los habitantes.
¿Y Costa Rica? La alerta está dada: El último Índice de Progreso Social Cantonal mostró las grandes desigualdades de nuestro país. En nuestro territorio encontramos cantones con índices cercanos a los de Noruega (Montes de Oca) y, a poco kilómetros, los hay más parecidos, al menos en sus números, al África subsahariana (Alajuelita). En nuestro contexto de crisis económica quizás sea momento de prestar atención a la crisis social que se está gestando.
Ariel Fonseca Rodríguez
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