La manipulación del estrés: Peter Sloterdijk y la tensión del bicentenario
ALLAN ORTIZ MORALES
Es para sorprenderse “la existencia de grandes cuerpos, que en pasado se llamaban 'pueblos' ”, y que en las sociedades modernas “como consecuencia de una convención semántica sospechosa, reciben el nombre de 'sociedades'.” Quien realiza esa observación (dejando de lado la máscara estoica del científico o el filósofo y abrazando el asombro), es uno de los pensadores liberales referentes en el mundo de las ideas contemporáneas: Peter Sloterdijk. Para él, resulta alucinante “la existencia de estos conjuntos de miles y millones de personas envueltos en capas culturales nacionales y múltiples divisiones internas”, pues esos grupos -que se presentan como algo natural, dado e inmediato- “siempre consiguen convencer a sus miembros -aunque nunca sepamos cómo- de que, en virtud de un emplazamiento común y una prehistoria común, forman parte, en la actualidad e inevitablemente, de una misma sociedad.” La mayor paradoja reside en que dichos cuerpos sospechosos “se constituyeron en la época moderna -podríamos decir que con el comienzo de las culturas liberales del siglo XVII- con poblaciones de tendencias individualistas cada vez más marcadas.” ¿Cómo explicar esa paradoja? en su argumentación Sloterdijk señala que esos grandes cuerpos políticos, que se mueven como un todo sistémico, “deben entenderse como campos de fuerza constituidos por el estrés, a la vez que como sistemas de preocupaciones que se estresan así mismos y se precipitan hacia adelante permanentemente.” De esta forma, cualquier colectivo social nace de la capacidad de sus componentes para poner sobre la mesa tensiones que deben ser resueltas, para luego presentar nuevas formas de estrés colecto. La imposibilidad de lograr ese cometido, ese engranaje complejo que tiene en el estrés su rueda maestra, impediría la complejidad; por su parte, la energía del movimiento para hacer marchar esa vasta maquinaria proviene de los medios de comunicación -la razón comunicativa de Habermas sería el resultado más o menos evidente de ese proceso de estrés e información que bombardea la colectividad. Por tanto, su función sería “evocar y provocar al colectivo en tanto tal, presentando propuestas nuevas cada día, a cada hora, para que este se excite, se indigne, se llene de envidia, se exalte”.
No cabe duda que desde hace casi tres años el estrés forma parte de la dinámica política, de manera cada vez más polarizada. Es la elección entre la barbarie y lo “normal”, en tanto resignada aceptación. El debate sobre el aborto y una nefasta carroza que desfilaba por la principal avenida de San José; un audio difundido donde un pastor devenido en diputado de la República se quejaba de su estreches monetaria y la caída brusca en la calidad y cantidad de sus hábitos de consumo; la disputa silenciada entre los intereses del sector bancario y el resto de la sociedad; la captura de información privada en el centro de la confianza futura del partido de gobierno; la mercantilización de la sexualidad diversa, etc. Todos son evidentes roces (algunos incluso podrían decirse choques directos) que estresan la sociedad costarricense. La política gira a través de esta información con la cual somos bombardeados, pues tensa el colectivo. El éxito del proyecto de sociedad tiene que ver con los grupos que se identifican como parte esos grandes sistemas de ideas, o como dirían los historiadores franceses del siglo XX, con esas metalités. Pero, inevitablemente, un grupo se impone sobre otro. Resulta superfluo señalar que ninguno de esos grupos es totalmente coherente u homogéneo, porque al final la hegemonía solo puede ser ejercida por uno.
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Ésta claro lo que pasó. Un grupo consolidó su hegemonía a partir del estrés, y lo hizo ¡subrayando lugares comunes!
Hoy como ayer, ese grupo confía en la solución del estrés masivo recurriendo a un conocido grupo de (neo)liberales (entronizados desde hace años en los medios de comunicación como garantes de la más absoluta y sólida sabiduría), que independientemente de sus propuestas, continúan estirando los lazos de la sociedad, quizá más de lo que ella pueda soportar.
¿Es posible sustraerse de ese estrés colectivo, y de la necesidad de tomar posición por uno u otro ámbito? En otras palabras ¿Es posible la libertad en medio de un tejido a la vez desgarrado y tenso al límite? De ser así, Sloterdijk no nos da la respuesta. Sin embargo, en la sociedad del estrés, es posible encontrar una afirmación un tanto desconcertante -en un texto que reclama la libertad del individuo como prioridad-, pero con la cual quien esto escribe no puede dejar de sentirse identificado. En la penúltima página de su libro Sloterdijk apunta: “la libertad es demasiado importante para dejarla en manos de los liberales”.
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Las citas del artículo provienen del primer y el último capítulo del libro de Peter Sloterdijk Estrés y libertad, 2017. He considerado realizar los énfasis que mí exposición requería para su propia conveniencia. No necesariamente son los del autor.
ALLAN ORTIZ MORALES
Estudiante de Historia ,Universidad de Costa Rica