La belleza de la destrucción: una lectura de “El Pabellón de Oro”
El siguiente artículo es fruto de la discusión del taller de “El Pabellón de Oro” en Aruku Literatura Japonesa durante el mes de abril del presente año
ALEJANDRO MARÍN
De la Belleza solo podemos hablar con aflicción. Yasunari Kawabata lo expresó con el título Lo bello y lo triste. Ihara Saikaku, en el siglo XVII, comenzó una de sus novelas más célebres con la sentencia: “La belleza de una mujer destroza la vida como un hacha”. Osamu Dazai aseguró que la personalidad más cruel de todo el género humano es la muchacha virgen consciente de su extraordinario atractivo. Y todos recordamos el extremo al que llegó Yukio Mishima en 1970 para abolir las fronteras entre el placer sexual y la experiencia estética. Sin duda, los grandes narradores de la literatura japonesa han sido sensibles al dolor del placer de la Belleza.
Hay personas, no necesariamente artistas, que se han obsesionado con la búsqueda de la belleza. Hayashi Yoken, un joven novicio del Pabellón de Oro y una especie de Eratóstenes moderno, quemó el templo en julio de 1950. Años después, Mishima lo entrevistó en la cárcel y noveló con incomparable lirismo la historia de su crimen; en Kinkaku-ji lo retrata como un hombre perverso y tartamudo, es decir, una persona con dificultades para abordar el carro del lenguaje que conduce al país de los bellos discursos y del estilo sublime.
Pareciera que nos estamos limitando a entender como Belleza aquello a lo que Longino llamaba “sublime”. Longino solo considera lo sublime en el marco de la excelencia y la perfección del discurso; para él, el término queda referido al estilo noble y elevado. Las cinco causas que atribuye a lo sublime corresponden a la techne retórica; entre ellas, la nobleza de la dicción. En el siglo XVIII, cuando se empieza a distinguir lo sublime de un estilo sublime, el naturalista Buffon entiende que “el estilo es el hombre”. El uso del lenguaje de una persona evidencia de manera directa su conciencia de lo patético y lo racional. Así, el trastorno del habla de Mizoguchi –el nombre que le da Mishima al bonzo protagonista de la novela– le servirá al autor para mostrar cuán excluido se sentía Hayashi Yoken de la sociedad.
Puesto que un monje budista no usa espada, sus armas son el koan y la homilía, enunciados performativos. De ahí que la idea de un tartamudo con pretensiones de convertirse en prior de un templo como el Pabellón de Oro se parezca a un guerrero de manos torpes y convulsas. En la Antigua Grecia, un ateniense disfémico, Demóstenes, supo hacer carrera como orador y político; Mizoguchi, sin embargo, es incapaz de moverse con fluidez en el terreno de la palabra. Para quien el discurso es un impedimento para progresar en el mundo, para quien el kotodama (el valor sagrado que se atribuía a la palabra poética) tiembla debido a la tartamudez, para quien el poder de la lengua es insuficiente para experimentar la Belleza en todo el cuerpo, el acto, no la frase, ha de ser el modo de expresar su existencia. Mizoguchi recurre a la acción, al gesto altamente condenable, para elevarse por encima de todos aquellos que lo despreciaron.
Rechazado desde muy joven por su tartamudez, su fealdad física y su débil complexión, articula una “filosofía del contrahecho” para justificar su inclinación hacia la perversidad y el crimen. Gracias a su don, el artista ama la Belleza y crea cosas bellas; contrariamente, Mizoguchi, juzgando un don su condición de contrahecho, decide incendiar el templo como culmen de su búsqueda estética. Alejándose del lenguaje, penetra en ese más allá que no es en absoluto un doble de este mundo: es la tierra prometida, recuperada por quien comete un acto en contra de la norma social. La angustia con que emprende ese salto maravilloso, ese súbito impulso, esa salida indecible que en griego lleva el nombre de ἔκστασις, ekstasis, es un placer enorme, porque supone una felicidad, pero no deja de ser una angustia semejante a la de los peces fuera del agua.
La primera vez que Mizoguchi visita el Pabellón de Oro se pregunta, decepcionado y traicionado, de qué manera puede la belleza ser algo tan insignificante. No es sino hasta su regreso a las provincias, lejos del Pabellón, que la conciencia de su belleza revive dentro de él. Su visión de la realidad en este punto se ve severamente afectada por los estándares que ha creado en su mente. Lo que obsesiona a Mizoguchi no reside en la madera y el oro o en el ambiente natural que rodea al templo. Cuanto más se acerca la belleza a la realidad, y cuanto más se aleja de la idea, más imperfecto y débil es su poder, pero sea cual sea la fuerza de este poder, nunca lo acercará a lo que representa. La Belleza es más poderosa cuando está ausente. La amenaza es condición de una belleza que nunca aspira a ser eterna.
En la cultura japonesa, y en la tradición en la que nace Mizoguchi, la doctrina de Buda, que está centrada en la caducidad y la transitoriedad de todas las cosas, más que en la identidad y la constancia, la brevedad es empleado como criterio estético. Donald Keene señala que hay flores que compiten en belleza con las flores de cerezo, pero el pueblo japonés y sus poetas las han celebrado y las han preferido sobre las demás principalmente por su carácter perecedero. Es necesario que la cosa bella se halle expuesta ante algún peligro inminente, antes de que podamos gozar por completo del dolor de su belleza, en la medida en que nos regocijamos con la aflicción que nos ablanda.
Durante la guerra, cuando los bombarderos amenazan entre estrellas y nubes, el bonzo del Kinkaku-ji desea ser consumido por las mismas llamas que destruirían la belleza del templo construido en 1397. Una vez que la guerra concluye, tanto el Pabellón de Oro como la humanidad de Mizoguchi se encuentran a salvo. El bonzo comprende entonces que el mundo vulgar y sin color que lo había rechazado por su defecto ha vuelto a defraudarlo. Concluye que la vida de los hombres está consagrada al vicio y a la perversidad, y que el más bello de los templos, igualmente cruel, ha de ser el objeto de su crueldad.
Los primeros años de posguerra coinciden con dos acontecimientos claves para las motivaciones de Mizoguchi para llevar a cabo su plan criminal. En orden cronológico, el segundo es el percance en que se ve envuelto durante la visita al templo de un soldado americano acompañado por una prostituta. El primero es la homilía del prior el Día de la Derrota. Nos permitimos citar casi in extenso este pasaje, no solo por tener una importancia capital en la novela, sino porque sirve además para dilucidar un punto preciso de la presente ponencia, o sea, la amenaza como condición de la belleza.
En la época Tang vivía en el monte Nan Chuan un famoso sacerdote: Pu Yuan, llamado también Nan Chuan (Nansen en japonés) por el nombre de la montaña. Un día que todos los monjes habían ido a segar al monte, un pequeño gato hizo su aparición en el desierto y tranquilo templo. Fue un acontecimiento. Todo el mundo corría detrás del gato. Lo atraparon. Pero luego hubo una disputa entre los monjes de los edificios Este y Oeste: se trataba de saber quién se quedaría con el gatito para cuidarlo. Visto lo cual, el Padre Nansen cogió al gato por la piel del cuello, apoyó la hoz en su garganta y dijo: “Si alguno de vosotros puede pronunciar la palabra, el gato quedará salvado; si no, morirá”. Nadie pudo responder y el Padre Nansen mató al animal en el acto.
A la noche llegó Choshu, el primero de los discípulos. El Prior le contó lo ocurrido y le preguntó qué pensaba de ello. Choshu, sin pensárselo un segundo, se quitó las sandalias, se las puso sobre la cabeza y se fue.
El Padre Nansen se deshizo en lamentaciones: ¡Ah, sólo con que hoy hubieses estado tú aquí! ¡El gatito se habría salvado…!
El Prior continúa dando su interpretación del koan. Desde el lente del budismo, quitarle la vida al gato −la causa de las disputas del templo− es cortar de raíz todos los pensamientos malignos, borrar las fronteras entre el Yo y el Otro. Este acto es llamado por el Prior La-Cuchilla Que-Mata (setsuninto); el acto de Choshu, por su parte, recibe el nombre de Espada-Que-Da-Vida (katsuninken), “puesto que aceptando poner sobre su cabeza, con una infinita generosidad, una cosa tan mancillada como unas sandalias, había puesto en práctica la santidad budista”.
La explicación del Prior será suficiente para Mizoguchi hasta la aparición de Kashiwagi, un estudiante con pie equino que fungirá como agente provocador. La influencia de Kashiwagi en la vida del tartamudo será decisiva para convencerlo de obrar con maldad.
Podemos defender la tendencia maliciosa de Mizoguchi y Kashiwagi comparándolos con Holden Caulfield o, más precisamente, con la manipuladora y controladora Chikako de Mil grullas. Como el personaje de Kawabata, quien por su horrenda mancha de nacimiento se siente libre de ejecutar su venganza, los jóvenes personajes de Kinkaku-ji encuentran en sus discapacidades la justificación perfecta para su malicia. Mientras el defecto de Mizoguchi pasa desapercibido hasta que abre la boca para hablar, la discapacidad de Kashiwagi salta a la vista. El hecho de no poder ocultar sus “patas de rana” le permite al estudiante abrir de entrada los corazones de las personas y descubrir sin demora sus verdaderas intenciones. Es precisamente por sus pies deformes y su torpe caminar que Kashiwagi logra seducir a mujeres bellas; paralelamente, consigue también que una muchacha se interese en el tartamudeo de Mizoguchi. Con estilo sublime, con hábil retórica, Kashiwagi convierte la deformidad en una forma de acercarse a la Belleza y al Conocimiento (ninshiki).
Como exégeta del XIV caso del Mumonkan, Kashiwagi insiste en la apariencia del gato: reverencia el pelaje lustroso, exalta el brillo de los ojos, halaga incluso la gracia del salto desde la maleza. Los dos bandos de monjes disputan, según él, debido a la belleza del animal. Esta explicación redirige la historia de Nansen y el gato hacia el tema que obsesiona a Mizoguchi: la relación personal con la Belleza.
La primera vez que tratan la historia del padre Nansen, Kashiwagi identifica a Mizoguchi con Choshu, es decir, con la Espada-Que-Da-Vida, lejos del plano discursivo en que se encuentran los monjes ocupados en “pronunciar la Palabra”. Más adelante, volverán a discutir el significado del koan sin dejar de emplear términos estéticos, pero en esta oportunidad, Kashiwagi acusará a su amigo de querer ser el hombre cuya acción aniquila la belleza del gato (katsuninken). No serán las únicas veces que Mizoguchi quede excluido del ámbito de las palabras y sea forzado a entrar en el de la acción.
Cuando las visitas turísticas al Pabellón de Oro comienzan a aumentar, y como los guías habituales no hablan inglés, Mizoguchi, quien extrañamente puede expresarse más fluidamente en ese idioma que en su lengua materna, es designado para esta tarea. Puesto que la labor consiste en dar información sobre la naturaleza del templo y sus distintos aposentos, podemos decir que Mizoguchi porta momentáneamente el setsuninto. Pero un domingo nevado, un soldado americano acude al templo con una prostituta japonesa. Recorren, borrachos, el templo en compañía del bonzo. Lo que sucede cerca del lago arrebatará definitivamente a Mizoguchi del terreno de las palabras.
Tambaleándose, el americano se descalzó e hizo volar sus zapatos en el aire. Con los dedos entumecidos, yo busqué en mi bolsillo la nota informativa en inglés, que solía leer en casos semejantes. Pero él me la arrancó de las manos y empezó a leer en tono burlón: mis funciones de guía habían terminado.
Como Choshu, que levantó sus zapatos por encima de su cabeza, el soldado pertenece a la esfera de la Espada-Que-Da-Vida. El americano, que se ha convertido en el guía del bonzo, logra sacar a Mizoguchi de la pasividad y lo conduce, antes que Kashiwagi, a la acción y a la experiencia del cuerpo de la mujer. Los visitantes, que han comenzado a discutir, sin que el bonzo pueda distinguir una sola palabra, no solo le han privado del lenguaje escrito en el papel, ahora la comunicación oral, tan difícil y humillante para Mizoguchi, resulta imposible. “La muchacha replicaba no sé si en inglés o en japonés. Era imposible comprender aquello”. Mizoguchi se mantiene en silencio, mientras el ambiente se va volviendo cada vez más incómodo. Finalmente, el soldado arroja a la mujer al suelo cubierto de nieve y le ordena al testigo mudo que la pisotee. Los pies del bonzo, que con furiosa alegría arremeten contra los pechos y el vientre de la mujer, le provocarán un aborto.
En los seres normalmente constituidos, el deseo y la posibilidad de la posesión física caminan juntos. Pero en los que sufren viendo que su sensualidad desobedece su voluntad, la idea del placer físico y la acción de intimar se separan y hasta se excluyen. Mizoguchi no consigue vencer su timidez sexual; dicho de otra manera, no es capaz de superar su impotencia. Cuando está por intimar con la muchacha que conoce por el favor de Kashiwagi, y desliza su mano hacia el borde de la falda, se le aparece, de pronto, cegándolo, la magnificencia del Pabellón. Tal vez fuera este estado de cosas esencial para obtener la verdadera Belleza. Esta pérdida de placer erótico tal vez sea un síntoma de un hombre lastimado por la Belleza. El artista, el esteta, necesita un fenómeno del mismo tipo. Más que destruir el objeto idealizado para liberarse, la quema del Pabellón de Oro responde al deseo erótico de Mizoguchi. En estos términos debemos entender el suicidio ritual de Mishima.
Hasta el momento hemos concebido la Belleza en el exterior de quien la percibe. ¿De qué manera una persona que crea cosas bellas puede alcanzar por sí misma la Belleza? El peligro de entender la destrucción como medio de creación de cosas bellas se vuelca sobre la persona que guarda unas aspiraciones más grandes que las del artista. El deseo de (auto)destrucción es un deseo demasiado delicado y sutil para templar las mentes más comunes. Como Mizoguchi, que justificó con un sistema de ideas su quema del templo, el propio Mishima entenderá la alusión a la muerte del imperio con la muerte del gato a manos de Nansen y deberá articular una base teórica que sustente su sacrificio en nombre del emperador. En junio de 1958, dos años después de la publicación de Kinkaku-ji, Mishima anotó en su diario:
Escribí Kinkaku-ji con el interés de estudiar el motivo del crimen. Pretendía mostrar que incluso un concepto insignificante, como el de Belleza, podía ser el móvil de un crimen tan serio como la quema de un tesoro nacional. Quiero decir que actualmente necesitamos que incluso las convicciones más ridículas se conviertan en motivos de vida. Hitler es un buen ejemplo de cómo esta idea puede convertirse en un motivo de suicidio o de muerte.
Con la destrucción del Pabellón de Oro, Mishima comienza a darse cuenta de las terribles consecuencias de esta filosofía. La verdadera Belleza no es una contemplación, no es un acto pasivo: es una pragmática. Consumir la Belleza significa consumar la belleza.
歩くAruku Literatura Japonesa
Aruku surgió como un proyecto para la difusión de la cultura, la filosofía y la literatura japonesa en Costa Rica mediante talleres presenciales. En 2018, año en que comenzó el proyecto, los talleres se impartían en la librería Andante, en San Pedro de Montes de Oca. Posteriormente, debido a la pandemia y a las disposiciones del Ministerio de Salud, se implementó la modalidad virtual vía Zoom. Gracias a ello, se han acercado participantes de otras regiones de América Latina (México, Perú, Chile, Argentina) y de Europa.
Los talleres de Aruku son más que un club de lectura. Los facilitadores proponen una lectura crítica desde la filosofía, la historia, el psicoanálisis y la literatura comparada, planteando algunas preguntas guía para una mejor comprensión del texto. Lo común es que cada participante aporte sus impresiones y temas de interés. La discusión en grupo se enriquece debido a la diversidad de temas de la cultura japonesa, que van desde los samuráis hasta el ataque atómico y las megalópolis de la actualidad. Los conocimientos del folclore y las tradiciones japonesas, tanto como de los acontecimientos históricos, la lingüística y la literatura comparada, son necesarios para arrojar luz sobre un texto concebido en otra sociedad y en otra época.
La duración del taller es de un mes (4 sesiones, una por semana). En la primera sesión los facilitadores del taller introducen al autor y exponen el contexto histórico en que se concibió la obra, esbozando un panorama general de la historia de la literatura japonesa. Cada semana se asigna un número de páginas o capítulos para su discusión, aunque lo idea es que todos y todas las participantes conozcan el texto completo desde la primera sesión.
Para la última semana se propone una actividad relacionada con la obra estudiada, con el fin de ampliar la experiencia con el texto. Esta actividad es fácil y breve, se trata de crear una memoria del taller, un documento virtual que respalde la participación en Aruku. En el caso del taller de “El Pabellón de Oro”, a cada participante se le asignó un objeto bello para que elaborara un relato breve, emulando la obsesión y la sensibilidad de Mizoguchi por la Belleza. Cuando se leyó “Mil grullas”, se compusieron wakas y haikús que celebraran los beneficios de la ceremonia del té. No siempre se tratan de creaciones literarias: los dibujos de los participantes ilustraron el “Bestiario Obsceno” que recoge la fauna del planeta Porno imaginado por Yasutaka Tsutsui.
El repertorio de autores que han desfilado por Aruku es muy variado. Sei Shōnagon nos muestra la vida cortesana en el periodo Heian, y Masuji Ibuse, los estragos del bombardeo a Hiroshima. Influenciado por el budismo, Kamo no Chōmei presenta una visión pesimista del mundo, mientras los relatos de Ryūnosuke Akutagawa nos hablan de la llegada de los jesuitas al archipiélago en el siglo XVI. Kobo Abe creó a mediados del siglo pasado el género de ficción científica. Autoras como Sayaka Murata o Yoko Ogawa son esenciales para estudiar la sociedad nipona contemporánea, sin olvidar los mangas de Shūzō Oshimi. En los casi tres años de actividad de Aruku se han cubierto distintos periodos históricos y diversos géneros literarios. Afortunadamente, la lista de obras aún por estudiar todavía es larga y la oferta en lenguas occidentales de las obras y autores y autoras japonesas continúa en crecimiento.
Todas las obras que se proponen en Aruku están disponibles en librerías y en formato digital en Internet. Los talleres son impartidos por la directora del proyecto, Marcela García, quien estudió Filosofía y Lengua Japonesa, y por el filólogo clásico y escritor Alejandro Marín, Premio Nacional de Poesía en 2018.
ALEJANDRO MARÍN
Escritor