intempestivo, va
DANIEL BOJORGE
Del lat. intempestīvus.
1. adj. Que es o está fuera de tiempo y sazón.
EL TIEMPO
“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.” Confesiones, XI
No estoy seguro si Galileo sabía de la maldición que propició.
Cerca del año 1602 una de las mentes más brillantes que han existido en la Historia, Galileo Galilei, realizó una serie de investigaciones sobre el péndulo que, a su vez, darían pie a Christiaan Huygens para patentar, en 1656, el reloj manejado por este mecanismo. Y si bien es cierto desde la Antigüedad existían maneras de medir y cotejar los espacios temporales, no fue hasta ese eterno tic-tac que nos fue dado por Huygens que empezamos a tener una noción más exacta del devenir de ese monstruo que acaba con todo, el Saturno devorando a su hijo de Goya: El tiempo.
Sería demasiado presuntuoso de mi parte pensar en que puedo aportar algo nuevo a la discusión. Ya lo dijo el Predicador: Nada hay nuevo bajo el sol. Sin embargo, me permito dejar algunos apuntes personales, quizá un tanto “acriollados”, sobre un tema lleno de naderías.
Como afirma el señor Ivo Henfling, llegar tarde a los compromisos es uno de los mitos que conforman el ethos costarricense. La sensación de que un perro rabioso viene detrás nuestro, siguiéndonos los pasos no parece nueva para cualquiera que logra vislumbrar en su reloj que le quedan 10 minutos para su cita en la clínica, o para llegar a marcar al trabajo. Trágica sucesión de formas de la vida tica.
No obstante, en contra de la opinión de don Ivo, me parece más pertinente hablar sobre otro concepto del argot costarricense con respecto al tiempo: el ratico.
A diferencia de lo que aquí hemos hablado, el rato, aunque aparenta ser una categoría temporal es, en el fondo, una actitud ante la vida. Hay ratos como la salida a la mejenga con los amigos que trasciende los 90 minutos reglamentarios de un partido de futbol. Hay ratos cortos como la siesta en la tarde de domingo, o ratos eternos como una fila en cualquier sucursal del aparato burocrático público. Hay ratos amargos como la muerte. En fin, el rato (tratando de acercarnos a una definición) se encuentra en el momento justo donde el paso del tiempo no es lo importante. El rato que uno saca al caminar una calle solitaria donde no importa si son las tres o las cinco, sino lo que esencial es ser y estar en ese instante. Esa pequeña revolución contra la dinámica laboral que nos dura tan poco y tanto a la vez. Es probable que el rato sea, finalmente, la vida misma.
Así que, aunque el tiempo sea una cuerda de reloj abominable, como diría Cortázar, existe en lo cotidiano una pequeña posibilidad de estar vivos.
Una pequeña posibilidad de que por fin ella me necesite.
Al menos por un rato.
DANIEL BOJORGE
Docente y Escritor