Formas de coexistir

EMMA TRISTÁN

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A mediados de los años setenta, la famosa película Jaws (1975) presentó a los tiburones como temibles depredadores de los seres humanos. Seis años después, esta idea fue recuperada por Rubén Blades en un tema musical titulado Tiburón, en el que la figura del escualo era metáfora del colonialismo estadounidense en América Latina.

“Si lo ven que viene (hay que darle) palo al tiburón”, afirma la letra de Blades. “Es el tiburón que va acechando; es el tiburón de mala suerte”, enfatiza unas líneas más adelante. En 1981, Blades presentaba al animal como el enemigo a combatir. Hoy, 40 años después, combatimos al tiburón no solamente en el mundo simbólico de las películas y canciones sino, sobre todo, en las aguas territoriales de Costa Rica.

En nuestro país, el tiburón martillo es una especie de interés comercial. Así lo considera el Instituto Costarricense de Pesca (Incopesca), entidad que, además, otorga los permisos a los pescadores. A ojos de cualquiera, esto supone un enorme conflicto de intereses. O bien, como diría Hamlet, significa que hay algo podrido en los mares de Dinamarca.

Evidentemente el tiburón martillo no es una especie comercial sino una silvestre que está, además, en peligro de extinción. Así lo declara la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés): el tratado internacional más importante sobre este tema. Para mayor contradicción, Costa Rica promovió y firmó ese tratado.

Falsos discursos verdes

El tiburón es la especie marina que está en el lugar más alto de la cadena trófica. En otras palabras, no tiene depredadores naturales, con excepción del ser humano. Los biólogos señalan que al afectar las poblaciones de tiburón se producen desequilibrios importantes en sus hábitats, ya que crecen las poblaciones de rayas y otros peces que les sirven de alimento. Pero las consecuencias no terminan ahí.

En algunos casos, la disminución de las poblaciones de tiburón ha provocado la pérdida de arrecifes de coral, de lechos de algas e, incluso, de algunas especies comerciales de pesca. Como puede verse, las contradicciones van en aumento.

Por otra parte, muchos de estos efectos son desconocidos y, ante todo, complejos. Complejidad es acá la palabra clave. Conforme restemos complejidad al tiburón y sigamos entendiéndolo sin matices, como hacíamos 40 años atrás, afectaremos nuestros ecosistemas de forma dramática e incluso irreversible.

La importancia del tiburón es reconocida en todo el mundo por instituciones de investigación, organizaciones no gubernamentales y gobiernos. La Fundación de Conservación del Tiburón (The Shark Conservation Fund), que es una de las más importantes fundaciones dedicadas a esta causa, da financiamiento a 82 proyectos a nivel global. Sin el tiburón, nuestros recursos marinos estarían en grave peligro. Muchos gobernantes lo saben. Muchos, menos el nuestro, que no lo sabe o, peor aún, aparenta no saberlo.

En enero de este año, el presidente Carlos Alvarado firmó un Decreto Ejecutivo que declaraba a Incopesca como autoridad científica sobre las especies marinas. Sí: el mismo Incopesca que está a favor de la pesca de arrastre, pero esa es otra historia. Estamos, una vez más, ante uno de nuestros falsos discursos verdes.

El año en que la Tierra cambió

Los animales recordarán el año pasado como un año feliz. Nuestro encierro obligatorio por la pandemia de la COVID-19 les permitió, en diversos puntos del planeta, recuperar espacios y contar con las condiciones ideales para comunicarse y reproducirse. Así lo muestra el documental El año en que la Tierra cambió, que produjo la BBC y se estrenó el pasado 22 de abril, con motivo del Día de la Tierra.

El documental nos muestra las calles de ciudades como Nueva York, San Francisco, Shanghai, Barcelona o Berlín, que se vaciaron de golpe y permitieron el regreso de animales que se habían visto desterrados durante décadas. También nos lleva a la comunidad de Assam, en India, donde los elefantes habían saqueado las cosechas durante años, debido a la pérdida del 95% de su hábitat.

Aprovechando que muchas personas regresaron a la zona debido al confinamiento, los pobladores de esta comunidad sembraron una franja de arroz silvestre para los elefantes, de manera que no invadieran sus sembradíos. Hoy, los elefantes y los pobladores de Assam están felices. “Si amamos a los elefantes, los elefantes nos amarán a nosotros”, afirma en el documental una joven de la comunidad.

En algunos casos, la pandemia nos ha permitido encontrar mejores formas de coexistir con la naturaleza. Incluso con aquellas formas de vida silvestre que históricamente hemos considerado nocivas o amenazantes. Esto se ha conseguido en países que no cuentan con una trayectoria de conservación ambiental como India, Chile o Estados Unidos. Mientras tanto, en Costa Rica, a pesar de esa trayectoria, los tiburones están más amenazados que nunca.

EMMA TRISTÁN

Geóloga