Belicismo versus inteligencia emocional

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Tras la victoria electoral del presidente estadounidense, Joe Biden, se esperaba una baja de las tensiones en el sistema internacional, principalmente entre potencias adversarias y potencias aliadas. No obstante, con lo que recientemente sucedió con Rusia (Biden calificó a Putin de asesino) las tensiones aumentaron. Se prevén mayores sanciones, primero diplomáticas y quizá luego comerciales, similares a las emprendida por Trump contra China. A un mes de haber asumido el poder, Biden ordenó un ataque aéreo sobre Siria, sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU o del Congreso estadounidense.

Después de tropezar dos veces en la escalinata del Air Force One, Biden vuelve a tropezar con una diplomacia de palabras duras contra Putin, dentro de un ámbito delicado de la política internacional. Esta diplomacia converge con las del Secretario de Estado Anthony Blinken, hace pocos días en una cumbre con autoridades chinas, en la cual ambas delegaciones ventilaron trapos sucios. El tema central fue los Derechos Humanos. Estas cumbres de tanteos, en la cual se le exige a China el respeto por los Derechos Humanos, contrasta con lo que una vez dijo Samuel Huntington en un atinado artículo The West Unique, Not Universal (Occidente único, no universal), cuya tesis es que Occidente cree que el mundo tiene que moverse bajo los parámetros culturales occidentales, como los únicos válidos, legítimos y aceptables; un comportamiento que se afianzó con la globalización en la década de los 90.

Esta diplomacia de palabras duras ya está en curso. Ya los europeos se han sumado, valiéndose de los derechos humanos, a sanciones más duras contra China respecto a la etnia iugur, Taiwán, Hong Kong, entre otros aspectos. Sin embargo, en otros ámbitos de la política internacional dudo que la Unión Europea sea el aliado firme que promete ser en escena global, dadas sus profundas diferencias internas y el papel de la extrema derecha, más identificada con el autoritarismo. La extrema derecha en Europa es político-ideológica y la derecha en América Latina es religiosa neo pentecostal que se la vale de la política para llegar al poder.

Si bien, Estados Unidos (EE. UU.) puede darse el lujo de golpear la mesa, tampoco lo podrá hacer por mucho tiempo, pues se impone la flexibilidad de la política en la toma de decisiones y la negociación. La perennidad de la tensión no es recomendable, desgasta mucho y los resultados positivos son menos palpables. Me refiero a potencias como China y Rusia de las cuales se depende para la estabilidad de ciertas regiones, principalmente Medio Oriente, y EE. UU. lo saben, así que la estrategia belicista de Biden podría disparar nuevas guerras. Estados Unidos sufre desde hace 15 años un desgaste crónico, mucho antes de que China y Rusia se convirtieran en una “amenaza” para la Casa Blanca.

Cualquiera persona seria que conozca la historia de EE. UU., sabrá que las palabras de Biden al llamar asesino a Putin, salen sobrando. Por supuesto que Putin no es un santo y quién lo es. Republicanos y demócratas son lo mismo, han hecho guerras en cualquier parte del mundo, torciendo brazos o pasando por encima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), amenazan a quienes no se alíen a sus desparpajos en el exterior; así se ha impuesto por más de 70 años. Y por lo que se ve, habrán más tensiones.

Biden reclama la intromisión rusa en las elecciones del 2016 y 2020 en contra de los demócratas. ¿Quién sanciona a un EE. UU. que históricamente se ha inmiscuido en las elecciones de muchos países y hasta ha propiciado golpes de Estado? Hace pocos años cuando la Corte Penal

Internacional (CPI) quiso investigar al ejército estadounidense de posibles crímenes de guerra en Afganistán, la respuesta de la Casa Blanca fue amenazar a la CPI, cancelar las visas de los jueces, no financiar a la entidad, entre otras acciones. Es justo decir que los países más agresores del orbe son los que desconocen la jurisdicción de la CPI y operan con impunidad desde sus propias fuerzas armadas. ¿Cuál estandarte de moralidad tiene EE. UU. para calificar, acusar y juzgar a otros, y no ser juzgado por nadie?

Sobre si Putin tiene alma o no, hay diversidad de opiniones al respecto. Lo importante es que se pongan de acuerdo. Antes de los atentados del 11 de setiembre del 2001, cuando le preguntaron al entonces presidente George Bush sobre Putin, contestó: “es un hombre franco y en quien se puede confiar y pude definir su alma”. Siendo Biden el vicepresidente de Obama, le dijo a Putin, “no creo que tengas alma”. En aquel entonces Putin le contestó, “entonces nos entendemos”. Ahora como presidente Biden repite lo mismo y agrega que Putin es un asesino. En 2018 cuando le preguntaron a Trump sobre si Putin es un asesino dijo, “nosotros tampoco somos inocentes”. Es lo más certero que se ha oído de un presidente. Como mucho de lo que se manifiesta está sujeto interpretación, podríamos decir que los gobiernos estadounidenses han cometido asesinatos en el exterior. De haber reconocido Biden eso en la historia, no habría dicho que Putin es un asesino.

Basar una diplomacia con tales vituperaciones no es propio de un presidente que se reconoce moderado, como para una política internacional alicaída. Biden refleja una debilidad que se fortalece con matonismo y con amenazas a un gobierno y a un pueblo. Justificar lo que de otra manera se pudo haber hecho, no refleja en nada ese liderazgo del que Biden se jactó en campaña electoral. El verdadero liderazgo es con la inteligencia y no la fuerza ni la amenaza. El liderazgo no debe ser avasallador, arrollador o impositivo, sino conciliador, respetuoso y demostrando todo lo que el rival en apariencia no es. Creo que falta mucha lectura de Sun Tzu. El que insulta, acusa u ofende es porque no tiene nada más que decir y se torna igual o peor al rival. Si lo que Biden buscaba era protagonismo frente a una agónica nación estadounidense por la pandemia y los desmanes sociales que aún persisten, y la quinceava matanza de personas en un año, no creo que sus palabras contra Putin hayan causado furor en la población estadounidenses. Así, en esos términos belicosos, dudo que los europeos quieran embarcarse en una escalada de tensiones con Rusia o China, por más apoyo estadounidense que tenga.

Los europeos estuvieron durante casi medio siglo en medio de dos superpotencias hostiles, EE. UU.-URSS, bailando el ritmo impuesto; hoy están en medio de tres potencias, EE. UU., Rusia y China, evitando ser parte del problema. Bien o mal, que Biden proceda de la misma forma que su antecesor dice mucho de lo que serán sus cuatro años de gobierno, un representante de los republicanos en el mismo Partido Demócrata, y que siempre amenaza en nombre de lo que sea. El resto de la historia de Estados Unidos a lo interno y en el exterior se cuenta sola.

Decía Séneca que “una ofensa, un insulto o una acusación es una pasión que la voluntad y el juicio empujan a la venganza”. Los seres humanos siempre buscan cómo señalar a alguien en lo que sea porque el que ofende o acusa se cree moralmente autorizado. Primero, se cree superior y además juzgador; segundo porque se mira a sí mismo con su rival; y, tercero, porque el que juzga (en este caso Biden) se asume providencia divina. Contrario a toda provocación, Putin ante semejante juzgamiento de Biden, con su respuesta demostró una gran inteligencia emocional. Si lo que esperaba Biden de Putin era una reacción agresiva para demostrar al mundo el peligro de Rusia, la estrategia le falló. Si bien, el tiempo en la diplomacia va más lento que las decisiones políticas, el Kremlin deberá esperar las sanciones de EE. UU. Cualquier decisión de Biden contra Rusia será más por venganza que por corregir. Es el teorema de Séneca. Por supuesto que el gobierno de Putin tendrá que responder, según las sanciones que le imponga la Casa Blanca, y veremos la intensidad de la guerra fría entre Washington y Moscú.

La interesante historia de Guan Ming sobre Sakya Muni, a quien una persona lo envidiaba, insultaba y acusaba de todo. Sakya Muni finalmente le preguntó al agresor con una sonrisa: “Amigo mío, si una persona da algo a otra persona y esa persona se rehúsa a aceptarla, entonces, ¿de quién es esa cosa?”. El insultador respondió bruscamente: “Pertenece al que la da”. Sakya Muni dijo, “¡Correcto! Me has insultado y acusado de todo hasta ahora. Si no acepto tus insultos y acusaciones, entonces, ¿quién las recibirá?”.

La tranquilidad del presidente ruso ante las afirmaciones de Biden se puede entender desde la cultura oriental, se impone la sabiduría y se evita el exabrupto. En Occidente se recurren a las emociones y al protagonismo. Biden está empezando una agenda emocional y agresiva muy presente en otros gobiernos demócratas, como Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt, Harry Truman, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Bill Clinton y Barack Obama. Este último, quien recibió un Premio Nobel de la Paz por adelantado, se adelantó a la guerra y la paz, y se quedó con el premio, apoyando la Primavera Árabe en el Norte de África, misma que terminó en desastre, sobre todo Libia, aun hoy en guerra 10 después de la caída de Muanmar el Qaddafi. ¿Cuál guerra de EE. UU. en el exterior impulsada directa o indirectamente ha llegado a buen final? Cuando dieron luz verde para ejecutar a Qaddafi, los altos oficiales demócratas osaron decir, “veni, vidi, vici” de Julio César (vinimos, vimos, vencimos), jactándose de lo rápido que “arreglaron” el asunto libio.

Si Trump empezó la primera guerra fría contra China, Biden ya empezó la segunda guerra fría con Rusia. Un informe de inteligencia desclasificado asegura la interferencia de Moscú en las elecciones del 2016 y 2020, en esta últimas agregaron a Irán y a Cuba. Cuando se habla de inteligencia en EE. UU., para no referirme a otros países, las investigaciones de inteligencia pueden ser muy ciertas o falsas o en un caso extremo exageradas con el fin de prevenir a un presidente o hacerlo actuar, y de ahí se define el curso de acción contra otro país. Un presidente cauto no se vale solo de los resultados de la investigación de inteligencia, sino que se valoran otros aspectos claves. Para empezar Biden debería saber, después de ocho años como vicepresidente de Obama, y 40 años como congresista, que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) es tan autónoma y no es la primera vez que está el ojo de la tormenta. A pesar de estar la CIA bajo la tutela presidencial, el presidente mismo no se puede enterar de todo con detalle porque lo que recibe en su despacho es un resumen. En la historia de la inteligencia estadounidense sobran los ejemplos de manipulaciones en los informes que han llevado a guerras convenientes, cuyos desastres luego nadie responde. A quienes les interesa la memoria histórica como valor intrínseco para llegar a la verdad, sabrán de la importancia de los hechos. Para quienes solo le gustan los encabezados de los periódicos y aplaudir como focas las acusaciones contra otros, les asiste un “conocimiento” superfluo creyendo saber lo que sucede en el mundo.

Quien crea que a Biden le importa los disidentes rusos que murieron o sobrevivieron por envenenamiento como Alexei Navalni, en realidad no es así. Ese es el discurso para los medios y la gente. Pero en el fondo de la geopolítica no se llama Navalni, se llama “eje del mal”: Rusia como amenaza, China como competidor e Irán como distracción, esa es la idea de satanizar naciones y líderes para emprender acciones. La idea es debilitar a Rusia o China para que Irán quede más aislada. Una parte de la construcción de esta estrategia de choque empezó con Trump en los corrillos más ultraconservadores del Departamento de Estado, en el cual persisten estructuras inamovibles del poder. Biden retoma la estafeta trumpiana desde el ala más republicana del Partido Demócrata, busca como conciliarse con el Partido Republicano y con el trumpismo. Lo clásico de una potencia desesperada por frenar a otras potencias, aunque sea con el recurso de la guerra. La pregunta es, ¿por cuánto tiempo podrá resistirse EE. UU. a lo inevitable de China y Rusia como potencias consolidadas?

Sobre el periodista de la ABC Stephanoulus, hubiera sido más creíble si dentro de su falta de objetividad ante la pregunta que le hizo a Biden de si Putin es un asesino, hubiera aprovechado preguntar si el Príncipe heredero saudí Mohammed Bin Salman (MBS) lo es. Por supuesto que a Stephanopoulos no le importa que un colega haya sido descuartizado por los agentes del príncipe. De todas maneras, muchos periodistas son asesinados. Y por su parte, Biden hubiera convencido si en su “media show” hubiera dicho convencido que MBS es un asesino. Bajo distintas administraciones estadounidenses, los déspotas que ofrecen un valor estratégico momentáneo o permanente como lo es Arabia Saudita, pueden conseguir un pase a la impunidad.

Sobre el calificativo a Putin. ¿A Biden le sobró torpeza?, ¿le faltó objetividad?, ¿lo traicionó lo emocional?, ¿falló en inteligencia? o ¿se le olvidó la historia? No, todo estaba planeado por los medios que ahora a apoyan a Biden y que durante cuatro años adversaron a Trump. Veremos cuánto dura la luna de miel. En muchos países son asesinados disidentes, líderes sociales, campesinos, mujeres, sindicalistas, ambientalistas, periodistas, por solo criticar o destapar las porquerías de un gobierno y la de sus dirigentes. A Biden lo que menos le representa es la objetividad de sus actos. Levantar la voz por igual para que sea creíble su cruzada contra la persecución o los asesinatos políticos en otros países, quizá haría honorable lo que pretende, de lo contrario no es más que un ejercicio de hipocresía, tanto como por lo que pretende castigar a Rusia. Nunca se escucha a un presidente estadounidense condenar la constante matanza de líderes políticos y sociales en Colombia, ni se escuchan amenazas, ni sanciones, ni nada más que, aunque a modo de pantomima, obliguen al gobierno Colombia a rectificar. ¿Será que se vale en democracia perseguir, envenenar, matar y descuartizar a un periodista o un opositor político, pero no en los regímenes autoritarios? Veremos si el mundo extrañará a Trump, quien era más bocón que guerrerista, pues si por la víspera se saca el pseudo moralismo de Biden, pronto veremos guerras.

ANTONIO BARRIOS OVIEDO

Profesor