Ellas tomaron la calle, ellas perdieron el miedo
Tomaron la calle. Perdieron el miedo. Y los videos con el ritmo insistente y poderoso de miles de voces de mujeres que gritaban, que cantaban, que coreaban “el violador eres tú” invadieron las pantallas y se metieron en los celulares, en los ojos, en los oídos de todas, de todos.
Y la culpa no era mía, dijeron. Ni dónde estaba, ni cómo vestía, gritaron las mujeres en Chile y repitieron miles y miles de mujeres en todo el mundo, que perdieron el miedo y tomaron las calles.
El violador eras tú, gritaron. El violador eres tú. Eras, eres, sigues siendo. Y nos molestó: yo no, yo no fui, yo no soy, no todos somos – dijeron (o pensaron) muchos. Se sintieron amenazados porque ellas perdieron el miedo. Porque ellas tomaron las calles.
Y es que las calles son peligrosas. En la calle te acosan. En la calle te asustan. En la calle te tocan. En la calle te amenazan. En la calle te violan. En la calle te matan. Y ellas perdieron el miedo – más que perderlo, se sobrepusieron al miedo – y tomaron las calles gritando que la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía. Y otra vez, que el violador eras tú, el violador eres tú.
Las calles son un símbolo poderoso, pero no solo las calles son peligrosas. Las casas son peligrosas. Las oficinas son peligrosas. Los colegios son peligrosos. Las iglesias son peligrosas. Los parques son peligrosos. Si sos mujer.
Si sos mujer, porque los hombres no lo sentimos así. Claro, hay lugares en los que todos podemos sentir miedo, lugares que son abiertamente peligrosos para cualquiera, pero no es lo mismo. Para entender la diferencia basta con preguntarnos si, al andar por la calle ¿sentimos miedo por ser hombres? ¿Nos da acaso miedo llegar a casa... siendo hombres? Al estar en la oficina, ¿hay algo que nos atemorice por el hecho de ser hombres? En el estadio nos pueden amenazar los fanáticos contrarios pero ¿por ser hombres? Podríamos ser más específicos todavía, y preguntarnos si en la calle, en la oficina, en la casa o en algún otro lado sentimos miedo por ser hombres heterosexuales. La respuesta será una y otra vez la misma: no, los hombres heterosexuales no vivimos con miedo por ser hombres heterosexuales, no vivimos violencia de género.
Insisto: no sufrimos violencia de género. Por supuesto, los hombres somos las principales víctimas y los principales victimarios de la violencia – las estadísticas son brutales – pero no de la violencia de género. No nos da miedo salir a la calle, llegar a la casa, estar en la oficina o en el parque... por ser hombres. Y nos cuesta mucho entender esa violencia como algo no excepcional, como algo cotidiano, permanente, omnipresente. Y por eso nos cuesta tanto entender.
Nos cuesta mucho acercarnos a lo que sienten las mujeres todo el tiempo, en todos lados: miedo. Y no es un miedo gratuito, es un miedo real construido a lo largo de muchos años – siglos – de violencia reiterada, todo el tiempo, en todas partes. Mi marido me pega lo normal, decía una mujer a su médico en una frase tan brutal que llegó a convertirse en el título de un libro sobre violencia de género.
Justo esta semana, una mujer de veintisiete años, veterinaria, fue violada por cuatro hombres en la India y, luego de violarla, la quemaron viva. Miedo. Y a quien diga o se tranquilice pensando “ah... pero eso es en la India”, solo puedo decirle lo que nos dijeron las mujeres de Las Tesis, las mujeres de Chile, las mujeres de Costa Rica, de México, de Francia, del mundo: el violador eras tú, el violador eres tú.
¡Que no!, nos dirán muchos hombres, en muchas partes. Que la canción de las chilenas no es justa, que yo no, que no todos los hombres somos violadores. Y claro, tienen razón pero ¿de verdad la tienen?
El gran mérito de esta protesta provocada por el canto y el baile y ritmo viral que se nos metió por todas partes no fue solo – que ya es mucho – el de haberse vuelto masiva y global, el de haber logrado la identificación de mujeres en todas partes que sentían como propias las palabras de Dafne, Paula, Sibila y Lea. El mérito es que detrás y por dentro de esas palabras hay – como bien han dicho ellas – tesis. Hay ideas. Hay conocimiento que nos negamos a conocer. Conocimiento y sentimiento que, luego del performance, ya no podemos evadir.
El patriarcado es un juez
que nos juzga por nacer
y nuestro castigo es
la violencia que no ves.
...canta la primera estrofa que, como sin querer, se transforma casi imperceptiblemente en una segunda estrofa idéntica excepto por la línea final: la violencia que ya ves.
La violencia que ya ves y que no podés dejar de ver: sos el juez, y ya no podés dejar de ver. Y no es un problema personal, no sos vos el ciego, no es un juez el ciego, no es un paco el ciego, no es un presidente: el patriarcado es un juez, nos dicen las muchachas. Por eso no funciona la excusa de que “no todos los hombres”. El patriarcado son jueces, pacos, presidentes, estados. Son leyes y normas y costumbres y valores y prejuicios y sentires construidos desde esa ceguera particular que no ve la violencia contra la mujer. La violencia que no ves. Y por eso el primer paso que nos demandan es ese: verla y no dejar de verla. Convertirla en la violencia que ya ves.
Bueno, sí pero tampoco es para tanto. Estas chicas exageran. Ya no se puede decir nada, porque se ofenden. Ya no se puede hacer nada, porque te acusan. Se acabó la galantería, se acabó el piropo, se acabó la caricia disimulada, el beso robado, dirán. Se acabó el romance...
Todo esto se dice o se piensa... y ellas nos vuelven a la realidad:
Es feminicidio.
Impunidad para el asesino.
Es la desaparición.
Es la violación.
Y es de todos los días. Y es en todas partes. Y no pasa nada. O peor, algún juez concluye que si ella estaba borracha no era violación. O que era en manada y entonces. O, al denunciar, un policía le pregunta ¿pero usted qué hacía ahí a esas horas? O en la casa le dicen que mejor lo olvide. O los amigos recuerdan que es que ella era muy cariñosa. O dijo que no pero uno sabe que no es que sí. O no dijo que no. O es que lo andaba pidiendo.
Y justo por eso, tres líneas repetidas, repetidas, repetidas, repetidas fueron las que funcionaron como gancho para que miles de mujeres las corearan, repitiendo, repitiendo, repitiendo las mismas palabras en las calles del mundo:
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba,
ni cómo vestía.
...y es que no, no hay excusas, no puede haber excusas frente a la violencia. Y no puede haber impunidad. Y ellas perdieron el miedo, dejaron de bailar solas, bailaron juntas y juntas tomaron las calles. Y nosotros ¿qué hacemos?
Yo creo, para empezar, que los hombres tenemos que entender lo que nunca hemos sabido entender y que está en la raíz de esta violencia: las mujeres no son nuestras. No son nuestras en la versión brutal del violador. No son nuestras en la versión criminal del que golpea, del que rompe, del que mata. Pero tampoco son nuestras en la versión romántica del macho protector – siempre recuerdo aquello de que a las mujeres no se les toca ni con el pétalo de una rosa. No son para cuidarlas y protegerlas. Entendamos lo que esta frase amable lleva implícito: ¿por qué necesitarían las mujeres que alguien las cuide y las proteja, si no es porque viven amenazadas?
¿Cómo no nos damos cuenta de que detrás de la aparentemente benévola figura de los machos protectores, sigue latente la imagen de los machos poseedores, y que tras esa posesión se oculta agazapada, la cultura del macho agresor? Por eso es tan brutal y tan poderoso el cierre del canto de Las Tesis, que quienes no somos chilenos no entendemos con facilidad:
Duerme tranquila niña inocente,
sin preocuparte del bandolero,
que por tus sueños dulce y sonriente
vela tu amante carabinero.
Las palabras no son de ellas, que tan solo están citando una estrofa del himno de los carabineros de Chile. De nuevo, la imagen de la mujer indefensa, inocente... cuya única defensa contra la violencia, es someterse a su amante protector. Y una vez más, ellas – que perdieron el miedo – nos responden con el coro brutal: El violador eres tú.
Ellas perdieron el miedo. Ellas tomaron la calle. A nosotros nos toca aprender. Nos toca entender que esta violencia se tiene que acabar, que la mujeres no son nuestras. Ya no más. Nunca más.
Y para las muchachas de Las Tesis, que este sea mi agradecimiento.
Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres fundaron el colectivo Las Tesis en Valparaíso, Chile, con el objetivo de retomar tesis de autoras feministas y llevarlas a un formato escénico para darlas a conocer. A continuación, la letra de su performance:
Un violador en tu camino
Colectivo Las Tesis
El patriarcado es un juez,
que nos juzga por nacer
y nuestro castigo es
la violencia que no ves.
El patriarcado es un juez,
que nos juzga por nacer
y nuestro castigo es
la violencia que ya ves.
Es feminicidio.
Impunidad para el asesino.
Es la desaparición.
Es la violación.
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba,
ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba,
ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba,
ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba ,
ni cómo vestía.
El violador eras tú.
El violador eres tú.
Son los pacos.
Los jueces.
El estado.
El presidente.
El estado opresor
es un macho violador.
El estado opresor
es un macho violador.
El violador eras tú.
El violador eres tú.
Duerme tranquila niña inocente,
sin preocuparte del bandolero,
que por tus sueños dulce y sonriente
vela tu amante carabinero.
El violador eres tú.
El violador eres tú.
El violador eres tú.
El violador eres tú.
LEONARDO GARNIER
@leogarnier