El viaje de los elefantes

Jurgen Ureña

Todo comienza con un viaje indescifrable. Un enigma que se desarrolló durante un año y medio, abarcó una ruta de más de 500 kilómetros y mantuvo en vilo a científicos y especialistas de todo el mundo. En marzo de 2020, en la provincia china de Yunnan, 14 elefantes asiáticos avanzaron hacia el norte de la Reserva Natural de Xishuangbanna y atravesaron zonas agrícolas y pequeñas localidades hasta que, un buen día, decidieron volver de manera tan inexplicable como habían salido.

Algunos científicos afirman que el misterioso viaje de los paquidermos se produjo debido a la desaparición paulatina de las zonas que habitualmente los separaban de los humanos. Otros sostienen que el elefante que debía guiar a la manada se desorientó. Ante la duda, o más bien ante las muchas dudas que todavía flotan en el aire, es posible explicar esa errancia enigmática de otra manera, al considerar la movilización de cientos de personas que durante meses se encargaron de alimentar a los 14 elefantes y redirigir sus pasos para evitar que invadieran las ciudades y causaran alguna catástrofe.

Si evadimos la tentación de reducir el viaje de los elefantes a la condición de curiosidad científica, nos queda entre manos un mecanismo complejo. Una provocación con forma de muñeca rusa. Un relato que revela historias y viajes de otros tiempos. Algunos tan memorables como el que emprendió el general Aníbal en el año 218 antes de Cristo, a través de los Alpes nevados, con el propósito suicida de invadir Roma.

Cuenta el historiador Tito Livio que Aníbal atravesó los Alpes junto a 30.000 soldados, 12.000 caballos y 37 elefantes de guerra. Uno de esos elefantes era Suros, un gran elefante sirio de un solo colmillo, que no era otro que el elefante de Aníbal. Eso lo convirtió en el único paquidermo que sobrevivió a la travesía del hielo. Suros era el soporte de Aníbal. Su centro de gravedad. La plataforma que le ofrecía una visión ampliada del campo de batalla. Los ojos que compensaban la ausencia de su ojo derecho.

Durante varios siglos, los elefantes fueron el terror de la caballería enemiga, que volvía sobre sus pasos antes de chocar contra las moles que se acercaban parsimoniosamente. Los elefantes fueron entonces un arma sofisticada, que se mostraba a lo lejos como una muralla ambulante y representaba, en las distancias cortas, el golpe psicológico definitivo. Lo que olvidamos con frecuencia es que los elefantes fueron antes viajeros involuntarios, comprados en Asia o en África para ser empleados en esas guerras.

Obsequios, malabares y miradas

En el año 798 el emperador Carlomagno recibió un elefante blanco llamado Abul-Abbas, como un regalo del califa de Bagdad. Ese gesto inauguró una larga tradición de regalos diplomáticos similares. Así, la monarquía portuguesa obsequió los elefantes que recibieron el papa León X en 1513, el rey Luis XIV en 1664 y el archiduque Maximiliano de Austria a mediados del siglo XVI. Este último paquidermo venía de Asia y se llamaba Salomón. Lo cuenta el escritor José Saramago, en su novela El viaje del elefante (2008).

Poco a poco, el elefante obsequio dio lugar al elefante bufón, que representó además el reclamo de este tipo de divertimento por parte de las clases populares. La historia de la elefanta Hasken ilustra ese fenómeno. Hansken nació en 1630, en Ceilán, y llegó en 1633 a los Países Bajos, después de un viaje de siete meses. El príncipe Federico Enrique la mantuvo en sus establos reales junto a otros animales exóticos y más tarde se la entregó a un pariente. La elefanta pasó durante años de un propietario a otro hasta que finalmente fue comprada por un artista del espectáculo, llamado Cornelis van Groenevelt.

Van Groenevelt le enseñó a Hansken a cargar una balde con la trompa, a empuñar una espada y a disparar un arma, y la llevó por Europa, de pueblo en pueblo, como atracción popular. En 1637 llegaron a Ámsterdam, donde Rembrandt tuvo oportunidad de ver el espectáculo. Entonces hizo un boceto detallado del animal, con un interés evidente en las texturas y los pliegues de la piel de la elefanta. El boceto sirvió como estudio para un aguafuerte de Rembrandt de 1638, titulado Adán y Eva en el Paraíso.

Después de años de giras y actuaciones, de viajes por Dinamarca, Estonia, Letonia e Italia, Hansken se derrumbó en la Piazza della Signoria de Florencia, en noviembre de 1655. Tenía 25 años. Sus últimos minutos fueron capturados en tres dibujos por el artista Stefano della Bella. Los viajes interminables, la convivencia de Hansken con sus muchos propietarios, los trucos de feria y el triste espectáculo de su agonía, había sido captado por Rembrandt con una agudeza clarividente.

Observar el grabado Adán y Eva en el Paraíso es entender que Rembrandt lo había entendido todo. Rembrandt imaginó a Hansken como una criatura de la creación, pequeña y a la vez superior, que retoza bajo el sol mientras observa desde el fondo con la inteligencia característica de los elefantes. Lo observaba todo y nos observa en todo, de cuerpo entero y desnudos. En la ambición y la crueldad, en la candidez, la generosidad, la empatía y la vileza. En aquello que Nietzsche llamó humano, demasiado humano.

Hansken es el ojo que nos devuelve la mirada compasiva de Rembrandt sobre el mundo. El artista establece, a partir de la presencia de la pequeña elefanta, un modelo narrativo que hace posible el retrato de lo humano a partir de los animales que nos rodean, como el perro Buck que protagoniza La llamada de lo salvaje (1903) o los asnos que se ubican en el centro de las odiseas cinematográficas de Al azar de Baltasar (1966) y Eo (2022). Esos animales nos ven y nos permiten vernos, reírnos de nuestras miserias y avergonzarnos.

Un largo camino

Con Hansken se inicia una triste y larga tradición de elefantes de feria, que alcanzó uno de sus hitos más conocidos en agosto de 1994, con la muerte de Tyke: la elefanta que después de atacar fatalmente a su entrenador y herir a otro trabajador del Circo Internacional de Honolulú, murió asesinada por la policía en la capital hawaiana. Este suceso abrió un debate de escala internacional, sobre el uso de animales salvajes en espectáculos circenses y cinematográficos.

El animal más grande sobre la superficie de la Tierra es también el animal de las grandes preguntas. El gran filósofo. Aquel que sabe apreciar la potencia creadora de las interrogantes por encima del efecto tranquilizador que acompaña casi siempre a las respuestas. Todavía no sabemos por qué murieron más de 400 elefantes en Botsuana, entre marzo de 2020 y enero de 2021, o por qué 14 de ellos emprendieron un camino de más de 500 kilómetros en China, también en marzo de 2020.

Sin embargo, sabemos que los elefantes cuentan con una memoria y una inteligencia excepcionales, que se comunican entre sí de diversas maneras y que en los últimos años han aprendido a nacer sin colmillos para evitar a los traficantes de marfil. Tal vez, después de haber sido animales de guerra, animales obsequio y animales de circo, han decidido emprender un largo viaje para comprobar las posibilidades de nuestra empatía. Tal vez pasamos la prueba en China, hace un par de años. Tal vez.

JURGEN UREÑA

Cineasta