El tandero, el jumas trashumante

Vivíamos en un apartamento en Avenida Santa Fe. Exactamente en la esquina con Fray Justo Santa María de Oro. 

Un monoambiente. Onceavo piso. 

Había una mesa de color turquesa, un somier con dos colchones huidizos y un balcón francés desde donde yo veía los cargueros que subían y bajaban por el río de La Plata. 

La cocina era un desastre. Azulejos rotos de color rosado, una refrigeradora de los tiempos de Isabelita Perón y un calefón que, milagrosamente, nunca se descalibró.  

Al frente se ubicaba el legendario salón Pueyrredón. Bueno, el Pueyrredón 2.0, porque el original estuvo, más bien, donde hace esquina la avenida del mismo nombre con Córdoba. Nunca fuimos a escuchar bandas punk. Es más, nunca entramos. Apenas y vimos largas filas que se perdían en las gradas. 

Yo recibía clases muy cerca del Parque del Centenario, entre Almagro y Villa Crespo. Y caminaba, de ida y vuelta, cerca de 8 km diarios. Casi siempre seguía la misma ruta: bajaba por Thames hasta Niceto Vega, luego cruzaba a la izquierda hasta Scalabrini Ortiz y de allí me iba tanteando esquinas hasta el Parque del Centenario. 

Alguna vez, de regreso a casa, modifiqué mi ruta y tomé por Corrientes. No era un recorrido del todo desconocido. Esa y muchas otras avenidas las caminé, literalmente, de inicio a fin. No recuerdo bien en cuál calle doblé a la derecha, hacia el norte. La cosa es que me topé con una librería que nunca había visto.  Estaba en un subsuelo y pertenecía a unos anarquistas. Tenían toda la colección Utopía Libertaria. 

Así conocí el libro sobre los crotos y linyeras que escribió Osvaldo Baigorria. 

La nación argentina, en sus inicios, se enfrentó a dos problemas fundamentales: por un lado, el poder de las provincias y sus caudillos, y por el otro, la inmensidad de pampas, cordilleras  y ríos hechos mar. De ahí vino Roca y la Campaña del Desierto, y más tarde, las transmisiones de radio y los premios de Gran Turismo. 

Pero la inmensidad, también, daba pie al disenso. Rebelarse y hacerse a la ruta o seguir la vía. Soltar todo y largarse. Eso que, según Baigorria, explica el surgimientos de los crotos: una especie de anarquistas trashumantes que vagaban por la inmensidad de la pampa y el litoral. 

En un país tan pequeño como el nuestro es difícil imaginar que existan hordas de proscritos que deambulan por los caminos y los campos en busca de trabajos temporales y bienes ajenos de menor cuantía. Hay, no obstante, una categoría más o menos semejante: los tanderos itinerantes que se alzaban y, por despecho o lucidez incomprendida, decidían seguirle la pista a los turnos y las fiestas patronales. 

El jumas de hace unos años era trashumante, como los crotos. Era, si se quiere,  un jumas político. Un jumas libertario. Se rebelaba, aunque fuera de manera inconsciente, contra el ordenamiento de la temporalidad en función del trabajo y el capital. Se rebelaba, como los anarquistas, contra el salario. 

Yo imagino a los conchos socados de Ese que llaman pueblo después de las fiestas de fin de año. Los imagino rumbo hacia las fiestas de Palmares y luego a las de Santa Cruz. Los imagino, por supuesto, en los carnavales de Puntarenas. 

De cierto modo seguían la misma ruta de los laboriosos campesinos que expandieron la frontera agrícola. Eran, quizás, sus nietos o sus hijos. Pero su marcha, por el contrario, era una marcha desencantada y a un mismo tiempo carnavalesca.   

Para Guy Debord el movimiento de la bohemia rural, a diferencia del urbano, buscaba los espacios abiertos. Baigorria cuenta que a fines de los años 20 en Alemania deambulaban cerca de 50 mil vagabundos, 50 mil wanderer. Constituían toda una subcultura con su jerga y sus métodos de señalización en las cortezas de los árboles. Se instalaban en la costa del Báltico, trabajaban un tiempo en las cosechas y luego se gastaban el dinero en prostíbulos y tabernas. 

Así eran nuestros tanderos, nuestros jumas. 

Buscaban trabajo en la construcción de la carretera Interamericana o en las bananeras y luego no tenían el menor reparo en gastarse todo el dinero en mujeres y guaro. Caminaban o tomaban el tren y se fugaban de esa sucesión de valles aciagos donde, tiempo atrás, los primeros colonos se ocultaron de la voracidad fiscal de la Corona y la moralidad de la Contrareforma. 

Existían, según Baigorria,  dos tipos de crotos: el que se peleaba con la mujer y el que hacía campaña idealista. Sucedía algo parecido con los tanderos. Algunos eran como los personajes de Knut Hamsun: vagos sabios y mentirosos que aseguraban haber rodado los caminos, no digamos al lado de Maximo Gorki, pero sí al lado de poetas y boleristas nicas.  

En el fondo podríamos hablar de un tema de escala: la inmensidad pampeana o alemana frente al solar y el potrero. Sin embargo hay un elemento común: crotos, wandrerer y tanderos adherían la máxima de Jim Haynes:  “¡Trabajadores del mundo! Uníos y dejad de trabajar”

FABIÁN COTO CHAVES

@fabicocha