El “Mágico” González, “Cuando tocaba el balón se hacía el silencio”

LUIS DIEGO SOLANO

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La pregunta es recurrente, entre amigos, rivales, graderías, foros y ahora redes sociales.  Siempre la necesidad de declarar quién ha sido el “mejor”. Si el de mi equipo, el de mi país, el de mi generación. Lo cierto es que ante esta inquietud, absolutamente innecesaria para quien gusta del fútbol como un todo, no hay discusión, hay análisis. No hay comparación, hay recuerdos y datos.

En el fútbol de Centroamérica, nuestra región, existen referencias históricas avaladas por las afirmaciones incuestionables de los abuelos, aquellos quienes vieron a Pelé, Garrincha, Puskas, Di Stéfano, y presenciaron la época dorada del deporte rey. Sin rabonas PlayStation o pelotas de 410 gramos, ellos destacan siempre la destreza, picardía, habilidad y sobre todo, la alegría que contagiaban cuando saltaban a la cancha. 

En medio de tanta especulación producto de comparaciones ociosas, surgen nombres, algunos incuestionables, otros elevados a un sitio de privilegio gracias a panfletos y una maquinaria publicitaria cegadora. Entre tanto “humo” surge un nombre que muy pocos resaltan, un jugador que marcó época, y colocó la lupa de los grandes clubes mundiales en Centroamérica, mucho antes de que los “representantes” hicieran sus fortunas. 

Jorge Alberto González Barillas nació en San Salvador el 13 de marzo de 1958. Fue el menor de ocho hermanos. Él, con siete u ocho años, tuvo que irse a vivir con su abuela. Sus padres no tenían cómo dar de comer a tantos niños y lo mandaron con ella.

Pero aquel chiquito pobre tenía un don: daba patadas al balón como los ángeles. “Mágico” debutó como profesional en 1976 con el ANTEL de San Salvador. Tenía 18 años. Luego pasó al FAS y a los 24 dio el salto a Europa. Durante el primer año en Cádiz, el del ascenso a Primera, metió 15 goles en 33 partidos y a su equipo lo llamaron el “matagigantes” porque en su estadio derrotó al Barcelona, al Real Madrid, al Sevilla, al Atlético y a la Real Sociedad.

Al año siguiente, Mágico anotó 14 goles en 31 encuentros. Pero su vida nocturna, por aquel entonces muy ajetreada, comenzó a traerle problemas deportivos y su rendimiento cayó en picado al tercer año. En la temporada 84/85 solo jugó 11 partidos, metió un gol y el club decidió traspasarlo al Valladolid, donde jugó el siguiente curso.

En Valladolid solamente aguantó un año y retornó al Cádiz, donde jugó las siguientes seis temporadas y metió, en total, 27 goles más. Durante el verano de 1991 abandonó la ciudad gaditana y volvió a su país, donde continuó jugando otros siete años, aunque en una liga con nivel muy lejano a la exigencia de la competición española. 

El Mundial de España, su escaparate 

Verano de 1982. Aquella España que había vuelto a la democracia, la de Naranjito, alberga el Mundial de Fútbol. La selección salvadoreña participa en esta competición por segunda vez en su historia. Lo logra dejando fuera al México de Hugo Sánchez.

En gran medida, el combinado salvadoreño se ha clasificado por la irrupción de un tal Jorge González, un chico de 24 años que juega en el Club Deportivo FAS y al que en su país apodan “El Mago” por sus regates imposibles, sus bruscos recortes y sus arrancadas en seco. El periodista Rosalio Hernández es quien lo ha bautizado con ese apodo.

El Salvador está en un grupo duro, con Hungría, Bélgica y la Argentina de un joven Diego Armando Maradona, quien llega al campeonato del mundo con sólo 21 años. El combinado de Mágico González pierde los tres partidos clasificatorios y se marcha de vuelta a su país con cero puntos, 15 goles en contra y sólo uno a favor. 

Para los ojeadores de media España y de Europa no pasa desapercibido un futbolista delgadísimo, de cabello negro, largo y rizado, llamado Jorge. Aunque se dice que en aquel tiempo ya se interesaron por él el Barcelona, el Real Madrid, el Atlético o el Betis, el futbolista recala en el Cádiz CF, que acaba de descender a la segunda división del fútbol español. El PSG lo tuvo hecho antes de firmar por el conjunto gaditano, pero Mágico no se presentó el día de la firma de su nuevo contrato. 

En la capital gaditana, el fichaje no despierta gran interés. El club está formado, en su mayoría, por jugadores de la cantera y el nombre de la nueva incorporación no calma la desazón provocada por el descenso. Poco después todo cambiará y El Mago se meterá en el bolsillo a la grada cadista con sus jugadas inverosímiles. “Pide vino, que me lo bebo yo”

Rafael Domínguez, un señor alto y fornido que hoy tiene 56 años, tiene el orgullo de ser el lateral derecho que aquel día sufrió las diabluras del “canijo de pelo negro azabache” que le tocó cubrir. Ahora entrena al equipo de los prebenjamines de su pueblo, donde los viñedos dan de comer a media población.

“Fui el primer defensa que lo tuvo delante. Jugaba arriba, escorado a la izquierda aunque era diestro. Perdimos ocho o nueve a uno, no recuerdo bien, y yo no vi la pelota en todo el partido. Se me iba siempre que me encaraba y lo único que hacía era correr detrás de él. Me pregunté: ¿pero quién coño es este tío? Luego, cuando meses después vi por televisión hacerle lo mismo a los mejores defensas de España, me di cuenta de que yo no era tan malo y sí que él era muy bueno”.

Hay una anécdota que unirá de por vida a Rafael y a Mágico y que sólo ellos conocen. Tras aquel partido, el Trebujena organizó una cena de agradecimiento a la primera plantilla del Cádiz por jugar en su estadio. Juntos, los futbolistas locales y los visitantes comieron guiso de conejo, filetes de pollo.

En aquellas fechas, el primer entrenador del conjunto amarillo era el yugoslavo Dragoljub Milosevic, quien de segundo tenía al temperamental David Vidal, por aquel entonces un técnico que hacía sus primeros minutos en los banquillos. Milosevic, que no quería que sus jugadores comieran demasiado ni que tomaran alcohol, mandó a Vidal a que vigilara a sus chicos.

Rafael y Jorge coincidieron en la misma mesa uno enfrente del otro. Nada más empezar a comer, El Mago, que sabía que Vidal no le quitaba ojo de encima, le preguntó a aquel chaval del Trebujena:


- ¿Tú qué estás bebiendo, amigo?

- Coca-cola- respondió Rafael.

- No, tú bebes [vino] tinto.

- ¿Cómo? No, yo estoy bebiendo Coca-cola.

- Ya, pero a partir de ahora pide tinto. Así, tú te bebes mi Coca-cola y yo me bebo tu tinto.



“Cuando tocaba el balón se hacía el silencio”

Mágico vivió cómo y cuánto quiso. Sobre todo de noche, lo que trajo mil y un quebradero de cabeza a sus entrenadores, que trataron de atarlo en corto dejándolo fuera de convocatorias o multándolo cada vez que llegaba tarde a un entrenamiento. A él, sin embargo, le traía sin cuidado no presentarse a un entreno, llegar tarde a un partido o plantarse ebrio antes de un choque importante. En Cádiz, Jorge González se emborrachó y se excedió en todo lo que pudo. Pero nadie hablará mal de él. Nadie.

“En las pretemporadas, cuando nos hacían correr por la arena, mientras nosotros íbamos a un 80% él era capaz de ir de espaldas y hablándonos. Tenía una extraordinaria condición física innata que le permitía no trabajarse”, cuenta el argentino Hugo Vaca, antiguo compañero del salvadoreño en las filas del Cádiz.

Ahora, Vaca tiene 60 años, vive en la ciudad que lo encumbró como jugador y dice que no recuerda un caso similar al de Mágico González. “No sé si habría llegado al nivel de Messi o de Maradona, tal vez no porque para él el fútbol era un divertimento y no un oficio, pero lo cierto es que nunca vi a nadie hacer tanto con tan poco esfuerzo. Recuerdo que cuando tocaba el balón, en los estadios, no sólo en El Carranza, se hacía el silencio”.

Un incendio le impidió fichar por el Barça

Siempre se ha dicho que el Barcelona fue el club que más cerca estuvo de fichar a Mágico. Y es verdad. Incluso, llegó a vestir la camiseta blaugrana durante un gira que el conjunto catalán hizo por EE.UU. el verano de 1984. 

Con Maradona en sus filas y en el banquillo César Luis Menotti, El Mago jugó dos encuentros para deleite del público yanqui. Metió dos goles, gambeteó, pidió el balón, se asoció con el Pelusa. Pero no firmó su nuevo contrato por una casualidad. Se cuenta en Cádiz que durante la estancia del Barça en un hotel de California, una noche sonó la alarma de incendios y todo el mundo salió de sus habitaciones.

Todos menos Mágico,que estaba encamado con una mujer. Menotti, que estaba convencido de su incorporación al plantel blaugrana, se lo pensó dos veces y se echó atrás. Ya tenía bastante con aguantar al genio argentino. No necesitaba otro, en este caso salvadoreño. Sin aquel incendio, quién sabe en lo que se habría convertido Jorge González. 

En Cádiz, Mágico González se hizo amigo de mucha gente, aunque muchísimos menos de lo que parece. En la ciudad, todo el mundo dice que se tomó una cerveza con él, que si un día se emborracharon juntos o que si tal o cual anécdota. “No te creas todo, hay mucha leyenda”, dice Huevo Vaca. 

Y es cierto, la leyenda existe. Los gaditanos siempre hablan de un partido contra el Barcelona en un trofeo Carranza al que Mágico llegó tarde y no salió de titular. En la media parte, con 0-3 en el luminoso, salió el salvadoreño, metió dos goles, dio dos asistencias de gol y su equipo ganó 4-3. Aquel partido, sencillamente, nunca existió. Sin embargo, en el imaginario colectivo del cadismo sí sucedió. Magia. 

Estadio Carranza, Cádiz, 1984. El club amarillo se enfrenta al Barcelona en un partido de Liga. En mitad del juego, tras un ataque infructuoso del equipo catalán, el Cádiz monta una contra. Mágico recibe el balón a veinte metros del centro del campo. Con el esférico pegado al pie, cruza la mitad del terreno de juego, avanza, regatea a todo rival que le sale al paso. El último, el defensa Alexanco. Luego, evita la salida del meta blaugrana, quien se lanza ala derecha y él le cuela el balón por su costado izquierdo.

Otro de los goles que aún permanecen en la retina de la grada del Carranza es aquel que le metió al Racing de Santander en un partido de Liga en 1986. Mágico recibe el balón en tres cuartos de campo, escorado ala izquierda. Sortea a uno, dos, tres y hasta cuatro contrarios que le van saliendo al paso sin permitirle entrar en el área. Justo en la media luna, Jorge González mira de reojo a portería, ve adelantado al portero rival y, en vez de tratar de buscarle los costados con un chut potente, dibuja una obra de arte en forma de vaselina que acaricia el larguero antes de besar las redes. Genio.

Disfrutando de la vida en su hamaca

En la actualidad, Jorge González tiene 61 años. Hace 20 que se retiró del fútbol y 27 que dejo Cádiz. Ahora, en San Salvador, donde vive desde entonces, pasa las horas tumbado en una hamaca comiendo polos de hielo con sabor a limón y mirando la televisión.

Cuando llega el fin de semana, Mágico salea la calle para echarse unas pachangas con sus amigos de siempre. Todavía sigue viviendo en un jetlag continúo: despierto de noche y dormido de día.

En su casa de San Salvador, Mágico González se pasa el día viendo la televisión y comiendo polos de hielo tumbado en su hamaca.

Sin embargo, su amigo Hugo Vaca cuenta que el salvadoreño tiene un sueño: quiere volver a Cádiz, caminar por sus calles como un desconocido, jugar un partidillo en el Carranza junto a sus antiguos compañeros y pasear por la playa de La Caleta antes de comerse una ración de pescado frito. Quizás ya lo ha hecho y nadie se ha enterado. Así se forjan las leyendas, entre la realidad y la imaginación, entre las charlas de quién es el mejor, y quién ha sido “magia”. 

LUIS DIEGO SOLANO

@elechac