El fin de la distopía heterosexual

MARÍA DEL MAR OBANDO

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No le preste mucha atención al título, lo escogí con la intención de acercarme a las personas que disfrutan pensando  y alejarme de los doblemoralistas que opinan sin terminar de leer. Porque, lejos de lo vociferado por quienes gustan de mantener las neuronas inmóviles, con la aprobación del matrimonio igualitario (a partir del próximo mes de mayo) ninguna familia se acabará, ni extinguiremos a la raza humana o aceleraremos el Apocalipsis. La única tragedia real e inevitable será personal y privada: cada oveja escogerá con quien trasquilarse la vida hasta que el aburrimiento los separe o decidirá salomónicamente mantenerse junta pero no revuelta para evitar partir en mitades iguales la casa, el carro, los hijos, el perro y el gato. 

La comunidad diversa ganó el derecho a ser igual de insípida que la heterosexual y lo celebrará firmando un contrato genérico en lugar de uno tan singular y realista como las partes involucradas. Donde alguien con TOC señale como causal de divorcio que su pareja no se devuelva siete veces a la casa para constatar que apagó la plancha o donde un esquizofrénico establezca como derecho salir con su amigo imaginario, por ejemplo.  

Sin embargo, mi intención no es agraviar a quienes ubicaron como punto medular en la agenda LGTBIQ el derecho a tener una AMOR S.A., sino observar como esta acción augura un paraíso insospechado para quienes fueron desterradas del mismo: las mujeres.

No porque todas corran y se deshagan ipso facto de la domesticación amorosa hacia el príncipe gris. Varias continuarán optando por ese fatal estereotipo o presumiendo la suerte de haber encontrado un hombre bueno (que son como los extraterrestres: muchos hablan de ellos pero casi nadie los ha conocido), así como pocas van a preferir ser gestoras de su propia economía en un mundo laboral que emplea al más distinguido idiota masculino antes que a una mujer con sobrados títulos y méritos. 

Pese a ello, no es para menos el desasosiego que el machismo, muy cómodo en su reino milenario, muestra ante la próxima validación de una figura a la que le teme tanto (o más) que a la castración: la lesbiana; y no sepa cómo reaccionar cuando las vea fuera de su absurdo material porno.

Para muestra, varios botones, pero cabe destacar uno que recientemente desató una airada reacción de muchos machos en redes sociales: el fallo de un juez que anuló el matrimonio de dos mujeres celebrado hace cinco años en nuestro país. Tantos comentarios de apoyo y exaltación asoman el pánico que les significa que ya no será ilegal que nadie los quiera.

Aunque no es prudente idealizar las relaciones lésbicas -porque todas crecimos observando el adefesio de amor eterno y posesivo que nos mostró la propia familia o el cine, la literatura, la música, la televisión… para replicarlo en nuestras relaciones hasta el llanto- nos diferencia de ellos que nos encantan las mujeres como sujetos, no como objetos. Las admiramos, escuchamos y buscamos de maneras muy distintas al macho promedio. Lo cual a ellos les molesta tanto que prefieren creernos lesbianas porque los odiamos. Ubicarse en el centro de la importancia para evadir que, simplemente, no nos interesan. Aunque nos pueden simpatizar (como a todo el mundo). Toda torta posee dos, tres o cuatro especímenes machistas que mira con ternura, mientras ellos guardan la esperanza de besarla algún día. Pero, por estar libre de anestesia patriarcal, les dirá verdades incómodas como que un pene es una mano mal hecha y otras tantas que los pondrán a rabiar inventando que todas somos feas, malhumoradas, con vellos en las axilas, porque creen (inútilmente) que su aprobación nos determina.

Pero ya no hay vuelta de hoja, cuando el reloj llegue a la medianoche del 26 de mayo y Costa Rica se poble paulatina o exponencialmente de esposas con esposa y novias con novia, la pesadilla de obligarse a ser mejores personas dará inicio. Porque puede que el machismo tenga muy buenas agencias publicitarias en el fundamentalismo religioso o el conservadurismo social, pero ante un trato amable, empático, con la promesa de orgasmos ilimitados sin la necesidad de intoxicarse con anticonceptivos, no hay heteronormatividad que valga.

MARÍA DEL MAR OBANDO

sirena.sinmar@gmail.com