El acordeón neoliberal

GUSTAVO FUCHS

Imagen: The Great Farce, Federico Solmi

Imagen: The Great Farce, Federico Solmi

Para muchas y muchos costarricenses, el neoliberalismo se ha convertido en un mito, en un concepto propagandístico utilizado por quienes critican al sector privado y, en general, como un reduccionismo político peyorativo. Con el reciente nombramiento del ministro Rodrigo Chaves en Hacienda, se ha revivido el debate entre quienes nunca creyeron que existía tal cosa como el neoliberalismo, y sus detractores, que afirman que el Banco Mundial representa la institucionalidad neoliberal.

El neoliberalismo no es una mera invención retórica. Es un concepto cuyo origen y sistema de creencias es trazable, mas no unificado, a diferencia de una ideología consolidada. Esto ha hecho que el concepto sea elusivo y genere confusión. Sus fórmulas y “recetas” también se pueden distinguir de otras ideologías guiadas por otros modelos económicos, por lo que muchos autores prefieren limitarse a hablar de la escuela neoclásica, para adoptar una descripción restringida exclusivamente a teorías económicas. 

Es cierto que existe exageración y, además, una carencia de unificación en torno al uso – académico y popular – del concepto de neoliberalismo. Su utilización no goza de un consenso universal. Sin embargo, contrario a la creencia popular de que el concepto se origina desde la izquierda, como una crítica a la globalización, el concepto fue utilizado primero por los intelectuales neoliberales originarios (entre 1930 – 1940) y más adelante reivindicado por Milton Friedman en su ensayo Neo-liberalism and Its Prospects

Como bien explica el premio nobel de economía Joseph Stiglitz, el ‘experimento neoliberal’ se puede resumir en: menos impuestos a los ricos, mayor desregulación (tanto de mercados como de condiciones laborales), la financierización de la economía y el proyecto de la globalización comercial (derribar las barreras al comercio global). Las políticas que se enmarcan en estos objetivos suelen ser vistas como medidas neoliberales o componentes de una agenda neoliberal. 

El mismo Fondo Monetario Internacional publicó, en su revista Finance and Development de junio 2016, un artículo que describe al neoliberalismo en esos principios generales.

Estas medidas se basan en el modelo de equilibrio competitivo desarrollado por Adam Smith, según el cual los mercados son entes autorregulados a través de la competencia (la mano invisible del mercado) y, por ende, el Estado debe de reducir al mínimo necesario cualquier intervención en la economía. El modelo de Smith, reinterpretado por los neoliberales, llevó también a conclusiones como que la competitividad del mercado es el motor de la economía (por ello hay que romper monopolios y evitar oligopolios), que el ser humano es guiado por su interés individual, o que es primordial mantener una política monetaria restrictiva a toda costa (para evitar la inflación).

En el libro Masters of the Universe, el historiador Daniel Stedman Jones hace un repaso exhaustivo por la historia del neoliberalismo, desde sus orígenes en los años treinta y cuarenta, de la pluma de Friedrich Hayek, hasta los gobiernos de Clinton y Blair. La intención de Hayek, el padre del neoliberalismo, y la de otros intelectuales de su época, era revivir el liberalismo, darle un nuevo respiro, ante lo que percibían como un creciente estatismo que atentaba contra la ortodoxia liberal. 

En aquel entonces, el New Deal, basado en las ideas económicas de John Maynard Keynes (quien también se identificaba como liberal), gozaba de mucha popularidad entre economistas y estadistas (lo que llevó a que se hablara del ‘New Deal Liberalism’, que hoy conocemos como Keynesianismo). 

Es así que Hayek y otros intelectuales consternados constituyeron la Sociedad Mont Pélerin, donde se reunían académicos liberales de diferentes ramas de las ciencias sociales, unidos por el rechazo al percibido estatismo de Keynes. Más adelante se les uniría Milton Friedman, se crearían diferentes think-tanks y se concertarían esfuerzos con empresarios, académicos y tecnócratas para promover los preceptos del neoliberalismo como la mejor receta al crecimiento y la prosperidad social.

A través de esta vasta red, los neoliberales – que iniciaron como críticos marginales – fueron posicionando sus ideas mediante actores clave en los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos. Ministros, asesores, políticos, y actores de diversa procedencia confluían en el Institute of Economic Affairs, el Heritage Foundation, el Cato Institute, el Foundation for Economic Education, el Adam Smith Institute, entre otros. Los materiales producidos por estos think-tanks se distribuían en el Congreso estadounidense, en el parlamento británico, y sus publicaciones llegaban a decenas de universidades en decenas de países alrededor del mundo.

Desde la Universidad de Chicago, Milton Friedman entrenaría a centenares de influyentes tecnócratas que deseaban estudiar economía en una de las mejores facultades del mundo. Lo mismo ocurría con autores neoliberales ingleses, como Ronald Coase, que desde la London School of Economics promovía el modelo neoclásico. Estos tecnócratas, algunos inclusive becados por esos think-tanks neoliberales, después ocupaban ministerios a lo largo de América Latina. De México a Chile imponían en sus países las recetas aprendidas en Estados Unidos e Inglaterra.

Fue en los tiempos de euforia capitalista, con la caída del muro de Berlín, que – naturalmente – el neoliberalismo experimentó su auge en popularidad. Friedman y sus seguidores sostenían, sin duda alguna, que a mayor libertad económica habría una mayor libertad política. Eran los momentos en que Francis Fukuyama declaraba el Fin de la Historia en donde todas las ideologías habían sido derrotadas por la triunfante democracia liberal occidental, por lo cual las ideas de los neoliberales entonaban bien con el marco conceptual post-Guerra Fría.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu, en su famoso ensayo La esencia del neoliberalismo, ilustró algunas de las profundas implicaciones que ha tenido la fé en el mercado y en la empresa privada por encima del Estado, un ideal profesado por los economistas padres del neoliberalismo y abrazado por políticos de Occidente (tanto de izquierdas como de derechas). 

Y es que la revitalización del laissez-faire y las teorías que impulsaron los primeros neoliberales se esparcieron mediante publicaciones académicas, debates y, en general, se introdujeron en el mundo de las ideas e instituciones, para convencer a miles de que el Estado – y no el mercado – generaba los problemas económicos más importantes. Este enfoque, que recordaba al Leviatán de Hobbes, permeó también a filósofos y sociólogos, dando al neoliberalismo un carácter expansivo y difuso a la vez. 

Para Bourdieu, esto implicó también una transformación cultural que ha reconfigurado la noción del Estado mismo, cuyo rol cambió de un Estado benefactor, activo y presente en la vida del individuo, garante de derechos y redistribuidor de la riqueza, a un Estado mediador, distante, cuyo rol se limita a garantizar que la empresa privada provea los servicios necesarios para garantizar los derechos básicos de la población. 

Con esta reconceptualización del Estado, también se modificó el lugar que ocupaban valores como la solidaridad o la inherencia de los derechos económicos y sociales. En palabras del periodista Stephen Metcalf, “‘neoliberalismo’ no es simplemente el nombre de políticas pro-mercado […] Es el nombre que se le ha dado a la premisa que, silenciosamente, ha llegado a regular todo lo que practicamos y creemos: que la competencia es el único principio organizador legítimo para la actividad humana”.

En épocas de vacas flacas, las políticas neoliberales han buscado contener el tamaño del Estado e inclusive reducirlo. Como explica el economista de la Universidad de Cambridge, Ha-Joon Chang, al promover la austeridad en momentos de crisis, resulta fácil reducir el Estado y transferir actividades propias del sector público al sector privado. En el best seller de la economista canadiense Naomi Klein, The Shock Doctrine, se argumenta inclusive que las políticas neoliberales aprovechan escenarios de crisis (políticas, económicas y naturales) para empujar cambios abruptos e impopulares.

El premio nobel de economía Paul Krugman afirma que las políticas de austeridad implementadas en Europa post-crisis financiera del 2008 no solo han ocasionado grandes costos sociales, sino también han atrasado la recuperación de las economías de la región. 

Es difícil, claro, entender que el neoliberalismo es un concepto que se posiciona como una ideología a partir de sus objetivos transversales y la visión de mundo que han construido sus impulsores. Sin embargo, es un concepto que permite entender las clarísimas similitudes en las políticas públicas y económicas que impulsan decenas de países alrededor del mundo, donde, también, sus resultados son similares.

Como explica el economista del Banco Mundial, Branko Milanovic, desde los años setenta la desigualdad a nivel global en los países ha incrementado significativamente, mientras que la desigualdad entre países ha disminuido. Ello acarrea profundas repercusiones políticas. Como explica el mismo Milanovic, los crecientes niveles de desigualdad se relacionan a un mayor poder político de los sectores más ricos, y a su vez una mayor polarización política en muchos países del mundo. Como explica Stiglitz, toda vez que los salarios de las capas medias y bajas se han mantenido estancados durante este periodo, quienes sí han ganado de este ‘experimento neoliberal’ han sido las élites.

Ello se entiende a partir de la creciente transferencia de dinero al mercado capital. A pesar de la progresiva financierización de la economía global, los bienes capitales son gravados a menores porcentajes que los salarios. Esto significa que las personas más ricas, que pueden invertir en acciones o en otras formas de bienes capitales, ganan más y pagan menos tributos que las personas que dependen de un salario (sobre la necesidad de reformular los impuestos a nivel global, hay un amplio debate que sigue aún vigente). 

En el mundo, las protestas en Chile, Líbano, Inglaterra, Hong Kong, Ecuador, y Haití, ocurridas en semanas recientes, comparten una frustración contra las élites y contra recetas económicas que han llevado al estancamiento del ingreso de las capas medias. No es casual que la mayoría de protestas inicien contra una medida en particular y concluyan con una serie de demandas y malestares acumulados que ponen al borde la legitimidad de los gobiernos de turno. 

Algunos autores inclusive han llegado a sugerir que las políticas neoliberales han suscitado mayores niveles de corrupción. Otros niegan que exista una correlación general entre neoliberalismo y corrupción, o el tamaño del Estado.

La reciente elección de partidos de derecha-extrema con candidatos populistas – desde India hasta Brasil – también se ha interpretado como una contestación a la creciente desigualdad. Como explica un reciente editorial del diario británico The Guardian, refiriéndose a las protestas en Chile y Líbano, “hay un enojo profundo contra un sistema político y económico que ha ignorado a la mayoría de la población”.

Es cierto que el concepto de neoliberalismo se ha utilizado de manera ligera y, muchísimas veces, propagandística. Se suele exagerar el alcance del concepto y se tiende a interpretar algunas políticas híbridas (como las alianzas público-privadas) como intentos velados de impulsar el neoliberalismo. 

También es cierto que quienes utilizan el concepto muchas veces evaden aportar una definición y buscan desconocer los efectos positivos de algunas políticas neoliberales. Por otra parte, existe un intento permanente de negar la existencia del neoliberalismo, de caricaturizarlo como una teoría conspirativa o un reduccionismo irresponsable e impreciso. 

Es entonces que el uso de la palabra “neoliberalismo” se asemeja a un acordeón: se puede extender y encoger a complacencia del usuario.  

Si bien he aportado el nombre de algunos autores que han utilizado y desarrollado el concepto, también hay decenas de autores – especialmente en el creciente campo de los estudios de élites y desigualdad – que prefieren referirse a los objetivos del neoliberalismo (políticas de libre mercado, pro-mercado, políticas aperturistas, políticas privatizadoras, etc.), tal vez más precisos, que ese acordeón conceptual.

Se puede debatir si “neoliberalismo” es, o no, el mejor concepto para describir las tendencias y cambios que ha experimentado el mundo los pasados 40 años, pero no, no es una conspiración. Tampoco es una invención de la izquierda. El neoliberalismo existe. 

Gustavo Fuchs

@GustavoFuchsA