Doktor Faustus. La historia de unas crayolas que le vendieron el alma al diablo

ALLAN ORTIZ MORALES

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Venderle el alma al diablo, a Satán, al enemigo; cometer un pacto de horripilantes consecuencias para el alma, en donde se entrega lo más puro por pasiones y bajezas absolutamente mundanas, es un lugar común de la literatura Alemana. Goethe, Thomas Mann y su hijo Klaus, han inmortalizado ese tropos en obras clásicas. La siniestra metáfora, una forma de adaptación del culto católico a la literatura, en donde se muestran los peligros de alejarse del bien, posee una estética particular: La gracia de un sujeto se pudre lentamente, se degrada consolidado el pacto con las fuerzas infernales; se desciende en una lenta espiral en donde el devenir lentamente se transforma en infierno, se nubla y obscurece lejos de un principio bello, el futuro se transforma en una caverna llena de gritos, dolor y sufrimiento; azufre: el averno ¡Pierda toda esperanza quien entre aquí!

En 1947, tras dos años de la derrota de la Alemania Nazi en la Segunda Guerra Mundial, Thomas Mann escribió la que podría ser la más brillante de sus novelas. Doktor Faustus narra, con la voz de Serenus Zeitblom la vida del compositor Adrian Leverkühn, su amigo y obsesión, genial músico, y refinado estudioso, culto representante de la burguesía alemana, en donde los rasgos aristocráticos de comportamiento se entremezclan con la fe protestante y sus gustos. La trama de la novela, inspirada por el clásico relato de Goethe, muestra la genialidad musical de Adrian dirigirse desde lo sublime y divino hasta lo impuro e infernal; la presencia del enemigo en su vida que, como resultado de un pacto diabólico, hace temblar la mano del narrador mientras escribe, absolutamente horrorizado, sobre el destino de su amigo. La novela es al mismo tiempo un agudo estudio sobre el dodecafonismo y sobre la cultura alemana, pero sobre todo, es una metáfora del ascenso de los nazis. Mann utiliza su brillante talento para confundir el miedo al pacto demoniaco con la explosión de las bombas, y un lenguaje altomodernista de gran sofisticación para escribir sobre música. Pero sin duda el verdadero horror está en el pacto, darle poder al enemigo sobre nuestra vida.

En la historia política reciente, quizá podríamos encontrar una sucesión de eventos curiosamente similares y trágicos. Tras 4 años de desgaste, las altas expectativas sobre el PAC fueron brutalmente disminuidas; las elecciones del 2018 pasaron de ser una ruleta rusa con candidatos realmente sorprendentes -para mal- de todo el espectro político, a la elección dicotómica entre el falso profeta y el candidato progre (de algunos acríticos pretenciosos). Todos y todas sabemos qué ocurrió luego, aunque pocas personas e instituciones –con muy fructíferos esfuerzos- han estudiado con el detenimiento necesario dicho proceso: la manía del bien contra el mal, los escenarios futuros decadentes, la catástrofe y el horror; no elegir a Charlie, el buena vibra, el fan de Pink Floyd, escritor, medio galán, profesional graduado (no como otros), políglota, quien afirmó y defendió el matrimonio igualitario y la norma técnica sobre el aborto terapéutico legal y gratuito (que me parece, no ha firmado), quien estableció el amor y los DDHH como fines últimos de su campaña, y quien prometió trabajar, trabajar, y trabajar, hubiera sido impensable. La revolución de las crayolas, Charlie a la cabeza, acabó con la contrarevolución de los neopentecostales y su cantante fantoche. Pero ese futuro promisorio es solo el capítulo primero de la tragedia, el demonio y la tentación se harán presentes, y quieran o no, sea su voluntad o no, las crayolas sucumbirán al influjo de lo infernal. El pacto mefistofélico, se selló con la sangre de Charlie y fue redactado por el notable Rodolfo Piza. El debilitado partido progresista, denominado de centroizquierda, pactó con sectores conservadores católicos –pero no neopentecostales, dirá quien, incauto aún, no conoce la naturaleza ruin del maligno- y un sector de la derecha más neoliberal, el triunfo electoral en la segunda vuelta. Su sangre marcó el contrato, y aunque quizá no lo leyeran bien, no había marcha atrás.

El contrato de enajenación incluía como título apócrifo “gobierno de unidad” (¿unidad socialcristiana?). La unidad, sin embargo, estaba marcada con el fuego del infierno, y tal como le ocurrió al Fausto de Goethe, una mala pasada venía predispuesta a ocurrir en las letras firmadas: el equipo económico de Charlie eran la condición del contrato que no quiso leer u omitió por soberbia. Una lista de personajes que desgastarían su imagen política, y lo conducirían al averno que es hoy el PAC, se hicieron presentes y controlaron su destino: Edna Camacho neoliberal consagrada y Ministra de coordinación Económica; su lugar teniente, Rocío Aguilar –excontralora-, como Ministra de Hacienda, y supeditado a esta Nogui Acosta como viceministro. André Garnier enlace con las empresas privadas; Rodolfo Piza Ministro de la Presidencia. Todo junto o por separado: la metáfora se transformó en descaro.

Ahora a sufrir las consecuencias de sus actos. La regla fiscal, y el recorte a las universidades públicas confirman el acuerdo impuro. No parece haber final feliz en esta tragedia. Enemigo de casi todos los sectores sociales, y con un débil apoyo en ciertas capas medias, y quizá en algunas muy específicas capas altas, el partido progre se quedó sin alma.

Como era de esperarse, las presencias asociadas al pacto infernal se fueron apenas tomaron lo que era suyo por derecho. Un cascarón vacío y sin alma quedó atrapado en Casa Presidencial. La degradación completa desde la pureza progre hasta el repugnante gobierno actual, traza un paralelismo metafórico con la vida de Adrian Leverkühn. Hoy en día la tragedia está completa.

-Fue vos, fue por Costa Rica-, exclaman las almas en la condena eterna. Mefisto ríe en una esquina.

Lo dijo con claridad alguna vez mi madre: ¡el diablo es puerco!

ALLAN ORTIZ MORALES

Estudiante de Historia Universidad de Costa Rica