Del 25 de noviembre y Not all men

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Ayer, lunes 25 de noviembre, se conmemoró una vez más el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres. Como ha sucedido en los últimos 20 años, se realizaron marchas, numerosos eventos institucionales para presentar informes o para sensibilizar al personal y para que diversas figuras políticas ofrecieran sus pronunciamientos y discursos.

Todas esas son acciones e intenciones loables, comprometidas con el discurso de los derechos humanos de las mujeres y con la defensa de nuestra integridad física y psicológica. Y sin duda alguna, son estrategias que siguen siendo, de algún modo, necesarias. Sin embargo, son absolutamente insuficientes. Peor aún, en ciertas circunstancias (sobre todo en el ámbito gubernamental) esos gestos pueden inducir a error, al dar la impresión de que se está logrando algo, o que, de alguna manera, se está avanzando hacia un mejor estado de las cosas.

Pero no estamos avanzando.

Lo que veo por doquier es retroceso. Encuentro en las redes sociales y en diversos espacios cotidianos, una expresión más envalentonada y desafiante de misoginia y una abierta y hostil persecución contra las posturas feministas. Hace unas semanas este país presenció una oleada de comentarios despreciables y perversos contra una víctima de femicidio. Nunca antes había visto un fenómeno mediático tan revictimizante y vulgar. Memes, chistes, comentarios de periodistas irresponsables y de influencers ignorantes[1], atribuyéndose la autoridad de dar cátedra sobre el problema de la violencia contra las mujeres. Y miles aplaudieron y celebraron que algunos de esos líderes de opinión afirmaran, cual si estuviesen experimentando una revelación divina, que la violencia “no tiene género”, sino que se trata de un problema de “los buenos contra los malos”. La ignorancia llevada al grado de “celebridad” es atrevida, arrogante y sus consecuencias pueden ser fatales.

Pero la tragedia no se queda ahí. En los últimos años han surgido peligrosos grupos masculinistas (estructuralmente misóginos) como los INCELS[2] (Involutary celibates) y los MGTOW[3] (Men going their own way), que, animados por la complicidad y tolerancia del resto de la sociedad, ahora tienen presencia en casi todo el mundo. Estos grupos han sido asociados con organizaciones de extrema derecha, que tienen un perfil potencialmente terrorista. Sin embargo, muchas de esas “buenas personas” que aplauden a los opinólogos e influenciadores desinformados, creen que las feministas exageramos o que, hasta cierto punto, es cierto que los hombres están perdiendo derechos.

Al tiempo que se expanden estas organizaciones de hombres misóginos y resentidos, que buscan venganza por la ansiedad que les produce la crisis de propia masculinidad, el acoso callejero es cada vez más brutal y los femicidios aumentan, incluso en países con niveles de violencia muy bajos, como Bélgica y Francia. Frente a este escenario las instituciones estatales e internacionales no pasan de tibios gestos de compasión con las víctimas.

Por esto me enferma que ahora parezca necesario discutir sobre estos asuntos con cuidado de no ofender a los hombres (el hashtag de not all men, o no todos los hombres me parece realmente patético). Es decir, la hipersensibilidad masculinista ha llegado a tal extremo, que ahora algunos hombres se creen en el derecho de exigir estar en el centro de atención cuando se estén discutiendo en el ámbito público, temas relativos a la violencia machista y al sexismo. Es como si estuvieran pidiendo que se les haga un homenaje porque ellos no les pegan a las novias o esposas y además, saben cómo servirse su propia comida.

Vamos a ver: por supuesto que la raíz del problema está en la socialización de género. Pero hasta tanto un hombre no haya reflexionado acerca de su propio proceso de construcción de la masculinidad y no haya aceptado que a través de esa socialización internalizó conductas que violentan a las mujeres (así sean sólo las formas de agresión menos obvias), ese hombre es parte del problema. (Ver el informe Global Study on Homicide 2019, o mi columna anterior donde cito algunos de los datos de ese estudio).

Y no me digan que nos falta mucho por hacer, como si recién estuviéramos descubriendo cómo opera el sexismo y cómo funciona la jerarquía social de género centrada en la masculinidad hegemónica. ¡Ya llevamos siglos en esto! En este momento sólo existe una opción: CERO tolerancia a la misoginia. CERO. En el siglo XXI ninguna otra alternativa es aceptable.

La sociedad costarricense debe comprender esto de una vez por todas: En materia de derechos humanos, en general, y en particular, en el campo de los derechos de las mujeres, cuando no estamos avanzando, terminamos retrocediendo.

[1] Sí, ya sé que se me puede acusar de recurrir al pleonasmo por decir “influencer ignorante”

[2] https://www.youtube.com/watch?v=lPLdrFCAZKM

[3] https://www.splcenter.org/fighting-hate/extremist-files/ideology/male-supremacy

GABRIELA ARGUEDAS

@maga72