Coronavirus político
LUIS MORA RODRÍGUEZ
En estos tiempos de cuarentena forzada, salta a la vista un fenómeno político interesante. La tensión entre libertad individual, solidaridad colectiva, intervención del Estado y "libre mercado" se vuelve más evidente y aparece ante nuestros ojos, literalmente, como una cuestión de vida o muerte.
Así, si hace algunos días, ciertas voces se atrevían a sugerir que el tema del coronavirus era una "cortina de humo" para distraer del reciente escándalo de UPAD, hoy parece claro que la gestión gubernamental, en la línea de una imposición del Estado como actor central en la crisis sanitaria, se revela como la mejor arma de contención y deja en silencio a los habituales "comentaristas" y opinólogos locales.
La validación de este manejo no significa, por supuesto, un apoyo absoluto y acrítico. De repente encontraremos que el accionar fue demasiado lento o poco coordinado. Sin embargo, es necesario y preciso en los tiempos que corren, tratar de mirar más allá, puesto que lo que el manejo estatal revela es la importancia y la centralidad misma de lo político. Y este espacio de la decisión, de la escogencia en la acción y de la práctica, se concretiza en los servicios públicos, la institucionalidad y los actores que han manejado la crisis, imponiendo un límite a las libertades individuales en nombre de la salud de la comunidad.
Ciertamente, las herramientas de la biopolítica han sido utilizadas para controlar a la población, y el Estado, como elemento central de la vida cotidiana, se ha hecho cada vez más presente, a través de instituciones que, una vez más, demuestran su carácter estratégico. En este sentido, valga subrayar cómo los elementos de la vida social que más han sufrido las políticas de privatización (salud y educación), son las que finalmente más músculo han de sacar en estas circunstancias.
Quizás esta crisis nos permita reflexionar sobre la validez y la solidez de nuestro pacto social. Un pacto bastante maltrecho y venido a menos, donde una gran parte de la población está, de facto, excluida. La movilización para detener la propagación del virus, el llamado a medidas colectivas e individuales, con miras a proteger a los más débiles, es tal vez la oportunidad de observar las cosas que se pueden lograr como comunidad.
Varios puntos se conjugan en este sentido. En efecto, la irrupción de la pandemia ha volcado todos los supuestos sobre los que hemos estado construyendo sentido social. La competencia, la velocidad, la productividad aparecen de repente como un holograma del éxito y como una vía poco segura para la sobrevivencia. Puesto que hay que afirmarlo fuerte y claro, el virus es, tanto en su pasaje del animal al humano, como en su dispersión mundial, un signo claro de un sistema enfermo. Me refiero al sistema capitalista y a su insaciable depredación ambiental y social.
El virus subraya dos cosas paradójicas y nos remite a una alternativa que tendremos que afrontar a futuro. Por un lado, el freno a la hiper-producción, al consumo desenfrenado, a la carrera por el éxito y la riqueza. Confinados en nuestros hogares, viendo cómo la distancia social se instala, el trabajo se ralentiza, las urgencias disminuyen, experimentamos un tiempo distinto, y tal vez, la posibilidad de imaginar otra temporalidad, un reparto equitativo del trabajo, un matiz de la importancia que acordamos a lo material, e incluso, un planeta menos contaminado.
Pero por otro lado, observamos cómo la amenaza de un fallo en el sistema es aún más tenebrosa que la muerte de miles de seres humanos. En unas horas, la Reserva Federal de Estados Unidos inyectó 1,5 billones de dólares en los mercados, con el fin de evitar "alteraciones inusuales", destruyendo una vez más el mito de la autorregulación del mercado y tirando por la borda la idea misma de solidaridad, en un país que tiene, al menos 30 millones de personas sin seguro de salud. En Inglaterra, la decisión política ha sido la apuesta por una inmunización colectiva, con el fin de no perturbar el ritmo de los negocios, y a sabiendas que los eslabones más débiles del tejido social quedarán en el camino.
En medio de estos dos aspectos navegamos, seguros ya que no habrá ninguna vuelta a la "normalidad", pero en la incertidumbre sobre cuál de estas dos opciones prevalecerá.
LUIS MORA RODRÍGUEZ
@lucaskranach