Coronapuntes
CARLOS UMAÑA
Vengo llegando del supermercado. Compré lo básico: cervezas, atunes, café, cigarros, aceite, huevos, etc.; los compré incrédulo, con excitación y terror. A mi alrededor los carros de las familias y parejas -poca gente sola, no es tiempo de soledades- repletos. El 98% con cosas básicas; el exotismo del producto que disimula lo cotidiano queda en último lugar, no es su turno, es momento en cambio de salvar lo cotidiano, ser conservadores. El 2% restante son veinteañeros recien ingresados a la U, que espíritu adolescente mediante, burlan cualquier sospecha de muerte; ni siquiera llevan carros, las birras en la mano. Tosí un par de veces y otro también lo hizo, y otra en el pasillo 7 estornudó, las miradas sobre nosotros, la “paranoia” -no sin razón- a tope. Y bueno, entre tanto, me desinfecté las manos con el alchohol puesto para todos y todas a la entrada, metí las compras al carro y algo desorientado, empezar a ennumerar cosas, pensamientos saltones:
El temor a morir horizontaliza.
El coronavirus es lo real, desborda los aparatos de saber tecnocientíficos y en buena medida los marcos de realidad con los que interpretar. Aquellos y aquellas que han salido por años en las pantallas a saberlo todo, no se atreven a asomar ni aproximadamente el fin de esto. La ciencia como recurso infalible ha sido fracturada, y, no obstante, toda la confianza la depositamos, por supuesto, en su capacidad para resolver la situación
Los representantes de gobierno se acercan temerosos al virus. Sin linterna, en trillo escabroso y oscuro. Hay quienes, como Pedro Sánchez, ha decido hablar hoy de los tiempos que vendrán, anunciando el fin, algún día… de “esto” ¡Volvió la idea de un futuro al menos! En nuestros lares centroamericanos, haciendo semblante de premonitor, Bukele encarceló a millones advirtiendo que: todo esfuerzo que parezca exagerado ahora, se recordará como insuficiente en el futuro. Nayib no es el presidente de El Salvador, es el salvador. Y en Zapote, bueno, un regaño, “vean que ustedes son muy descreídos y luego andan buscando a quien echarle la culpa”, dijo el presidente.
Hay un renacer insospechado, difícilmente imaginado con anterioridad, de la defensa sentimental del Estado Social de Derecho. Hace poco, a las 10 pm hora de Barcelona, se escucharon en la ciudad miles de aplausos en agradecimiento al personal de la sanidad pública, lo mismo en Madrid ¡Conmovedor! Lo público, lo común, que se ha conservado a fuerza de lucha resplandece como necesario ¿Y cómo no? Que pasado de moda defender la FANAL, el ICE y la CCSS, nos tuvimos que desfasar -dice Agamben es ese el ejercicio de ser contemporáneo, desfasarse sin entrar en la cárcel nostálgica- para recuperar al menos por un instante la idea de país.
La salud privada al igual que la tecnociencia ha sido fracturada. El virus muestra la careta que lejos del fetiche de su fachada aséptica línea blanca-plateada, siempre ha tenido la empresa de la salud: la ganancia por delante y el servicio, eso sí, por supuesto, el servicio high, por detrás y con cláusulas.
La irrupción del virus nos recuerda la contingencia de la historia. Aquellas generaciones que habían adoptado la incredulidad como herramienta para acercarse a la historia, o más precisamente habían consumido el producto fukuyamista del fin de esta, están agitadas, ansiosas ¡Ataque de pánico!
Los voceros de la conspiración son el espejo de quienes creen señalar. Ambos lados saben todo. Escuchar el todo es hacer juego al totalitarismo.
Tanta distopía hemos consumido en las producciones hollywoodenses, que la homologación imaginaria de lo que sucede es habitar una película. Ya lo decía Žižek, nos es más fácil imaginar el fin del mundo, que un afuera al capitalismo.
El “nosotros”, si se hace un análisis de su aparición en las últimas horas en redes sociales, puntuaría alto en frecuencia de uso ¿Cómo lograr que esto sea extensivo en el tiempo? ¿No solo un instante?
Ante la inmediatez, las cuarentenas en otras partes del mundo, y las restricciones que ya llegan aquí, hacen pausa.
Existe también una fascinación por los tiempos de excepción, los asomos mínimos de apocalipsis.
La izquierda señala con vehemencia y odio a los liberales privatizadores. Lejos de una preocupación por la experiencia del común, se entrevé el síntoma de siempre de quienes cargan con sí la idea de revolución: tener razón y mostrar a los otros su estupidez.
Tal como han mencionado ya Žižek y Alemán, ante la recesión inminente en materia económica tenemos un capitalismo animista. Se les trata, a los mercados, como a otro cuerpo enfermo, nervioso, a rescatar, etc. Y aquí ya de entrada hay una salida de la situación que no camina con las esperanzas -exageradas- de que esto de lugar a una alternativa ¡Ni siquiera es imaginable aún! Hay que recuperar al mercado.
Las garantías individuales en Europa están suspendidas.
Prudencia. De latín prudentia y pro videntia es decir, el que ve por adelantado.
27 casos. Los bares llenos y los caminos a la playa repletas.
CARLOS UMAÑA
Carlos_uma59@hotmail.com