2020

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No puedo escribir nada que se asemeje, ni remotamente, a un mensaje de alegría y optimismo por el año que recién inicia. Tampoco de gratitud o de reflexiva satisfacción con el año que ya terminó.

La evasión no se me da con facilidad. Tampoco me sirven esas recomendaciones de encuentro espiritual con alguna forma de divinidad. Y mucho menos la esperanza en que puedan llegar el hombre y la mujer nuevos. 

El optimismo no es lo mío. Pero mi pesimismo actual no se debe sólo a mi disposición a ver el vaso medio vacío. En esta ocasión, es el aplastante peso de la realidad lo que me impide encontrar alguna hendija por donde pueda asomarse un esbozo de positivismo.

El siglo XXI, hasta el momento, una estafa. Es lo opuesto a lo que yo había imaginado, cuando era una veinteañera. Iniciando mi vida como estudiante universitaria, a principios de los años 90, jamás hubiese pensado, ni en mis peores pesadillas, que el siglo XXI comenzaría con un ascenso brutal del fanatismo religioso, del anti-intelectualismo, el rechazo a la evidencia científica y la rearticulación del fascismo. 

Gracias al movimiento anti-vacunas y a las condiciones de brutal deterioro socioambiental, los primeros 19 años del siglo XXI han estado marcados por el retorno de enfermedades que en el XX se habían erradicado o casi neutralizado. Las tecnologías de comunicación están siendo utilizadas para la manipulación a través de mentiras y miedo, con una efectividad que habría hecho inmensamente feliz a Goebbels.

La humanidad está acabando con la vida. Y ya no hay ningún margen de interpretación posible. Este infierno lo ha creado nuestra especie.

Entre neoliberales (yo les llamo neo-feudales, porque ya el neoliberalismo quedó atrás y lo que estamos viviendo es una re-feudalización, más descarnada aún, porque hoy contamos con tecnología que era inimaginable hace unos siglos… es más, ¡era inimaginable hace unos años!), terraplanistas, nuevos profetas que se hacen millonarios estafando a la gente ingenua y políticos que conectan misiles con la biblia, es imposible no sentir un absoluto y asfixiante horror.

Pero yo siento, sobre todo, enojo. Y me recorre toda la médula espinal. Todo lo que está sucediendo es resultado, principalmente, de las decisiones de una minoría. Un conglomerado de élites ha abierto unos caminos que van hacia el abismo y han cerrado casi todos los demás, arrastrando al resto de la humanidad en el proceso. Sin embargo, y en esto quiero ser enfática, esa realidad no nos exime (a nosotros, los que no estamos el grupo de los desposeídos y esclavizados) de nuestras responsabilidades individuales.

En todo caso, desde hace unos meses vengo pensando en este enojo que siento todos los días. Y he llegado a la conclusión de que si yo tuviera 20 años en este momento, estaría mucho, muchísimo más enojada aún. Cuando yo era joven pude experimentar la sensación de imaginar un futuro abierto, un futuro que emocionaba. El futuro era, además, algo posible. ¿Qué es hoy el futuro? ¿Cómo se imagina el futuro alguien que tiene 15 o 20 años?

Frente a un escenario tan desolador, hay quienes creen que solo tenemos dos alternativas: el nihilismo o el autoengaño. A pesar de que esas son opciones muy tentadoras, no pienso que sean las únicas. Creo que hay otra posibilidad: la valentía. Dicho de otro modo: la disposición de morir con las botas puestas. Hacer algo desde ese minúsculo margen de acción que las personas comunes y corrientes tenemos. No, esa no sería una actitud ingenua o ilusoria, ni es solo una escapatoria para mitigar la culpa clasemediera judeocristiana. 

Me refiero a esa dignidad que se encarna en el sujeto que ejerce el margen de agencia moral que le queda, por mínimo que sea, en situaciones de atroz anulación de la vida, como las que Tzvetan Todorov describió en su libro Frente al límite, luego de entrevistar a sobrevivientes de los campos de concentración nazis.

Aún podemos enfrentarnos al mundo que tenemos, al mundo que somos, a esta sucesión de tragedias que es el siglo XXI, haciendo honor a quienes tuvieron la dignidad de hacer lo correcto, no lo heroico, sino lo correcto, en situaciones desgarradoramente adversas. 

GABRIELA ARGUEDAS

@maga72