10 lecciones sobre la desigualdad en el planeta

Desde el pasado 3 de diciembre está disponible el “Reporte Mundial sobre la Desigualdad”, elaborado por el Laboratorio Mundial sobre la Desigualdad, una institución adscrita a la escuela de Economía de Paris que tiene como propósito promover la investigación sobre las dinámicas de la desigualdad en el mundo. El primer reporte fue presentado en el año 2013, luego de un ejercicio de recolección y tratamiento de la información disponible (en aquel entonces) para más de 33 países, bajo el auspicio de Facundo Alvaredo, Anthony Atkinson, Thomas Piketty, Emanuel Saez y Gabriel Zucman, todos reconocidos autores y autoridades en el tema de la desigualdad.

El informe del presente año tiene un componente especial: el impacto de la pandemia en la profundización de la desigualdad; pero no se limita a ello, sino que, como ya es costumbre, también hace un repaso por la problemática transversal que se subtiende a lo largo de una serie de tópicos adyacentes como son la desigualdad en perspectiva de género, el ingreso disponible, la frontera del tiempo, la desigualdad entre países o el impacto del cambio climático en las desigualdades en la distribución de la riqueza.

Ese amplio espectro de posibilidades hacen del ejercicio un punto de observación imprescindible para los formadores de política pública y para el caso costarricense en específico aun más, sobre todo a la luz de un cúmulo de hechos incontrastables como son que 1) Costa Rica es el país más desigual de la OCDE según los paneles de datos de dicha instancia, 2) que somos el noveno país más desigual del mundo, según el Banco Mundial (página 104 del informe “Taking on inequality” de 2016) y 3) que este año alcanzamos la cifra más alta del coeficiente Gini (medida más popular de la desigualdad) de los últimos diez años.

Pero ¿qué datos deben observar los formadores de política pública y tener en consideración para hacer un planteamiento eficiente de soluciones? Pues bien, de la

lectura y el análisis del reporte se extraen al menos 10 lecciones sobre la desigualdad en el planeta:

En América Latina el 10% más opulento, ostenta casi el 60% de la riqueza total disponible, en promedio. Esto da cuenta de un proceso de concentración de la riqueza producida que se perpetúa en el tiempo y provoca que un alto porcentaje de la población quede excluida de la participación en democracia, en términos generales. Esto se manifiesta en dificultades en el acceso a la salud, a la educación, al trabajo, a la garantía de aplicación de los derechos humanos y, sobre todo, a perspectivas de un mejor estilo de vida. Costa Rica no escapa de esta tendencia pues la quinta parte más pobre de la población, vive con menos de 2 dólares al día.

La desigualdad promedio nos dice poco o nada de las desigualdades estructurales: la mera observación del dato promedio de la desigualdad esconde las realidades geográficas, de género, laborales, de logro educativo y otras, que se dan a lo interno de los países. En Costa Rica, por ejemplo, la pobreza extrema en la región Central es menor al 5%, pero en la región Brunca es el 10%.

La concentración de capital se ha vuelto dañina: medido por la riqueza privada de los hogares, los grupos familiares del 10% más rico, ostentan más de 77% de la riqueza total.

La región más desigual del planeta es la región MOAN (medio oriente y África del Norte), sin embargo, es pasmoso saber que en nuestro país hay cantones como Belén o Montes de Oca que tienen índices de Desarrollo Humano al nivel de los países nórdicos y otros como Talamanca o Alajuelita, tienen índices de desarrollo similares a los del África Subsahariana.

Las desigualdades globales son similares a los niveles del siglo XX, en el punto más alto del imperialismo occidental: La distancia entre la riqueza disponible entre los países pobres y los ricos es similar a hace más de 100 años, el

optimismo en el progreso humano está infundado, sobre todo si le damos primacía a un tipo de sociedad antropofágica. Piketty dijo recientemente que “estamos en una situación (global) similar a la que condujo a la revolución francesa”.

Los multimillonarios globales han capturado una porción desproporcionada de la riqueza total disponible, desde el 95 dicha porción ha pasado de un 1% de la riqueza global a un 3% (estamos hablando de no más de 3 personas). Hay que decir que, desde el punto de vista simbólico, se ha vuelto inmoral: ¿para qué colonias en el cielo si en la tierra hay quienes se mueren de hambre?

Las diferencias relacionadas al género tienen un progreso muy lento: las mujeres tienen apenas poco más del 30% de la riqueza disponible. De esto no escapa nuestro país, en el que el desempleo o la remuneración, son variables que siguen exhibiendo hondas diferencias en favor de los hombres.

Dar cuenta de las desigualdades en las emisiones de carbono es esencial para revertir el cambio climático: en promedio una persona emite 6.6 toneladas de dióxido de carbono, al año. Eso es el promedio, pero hay un 1% en el top de los emisores que concentra el 17% del total de las emisiones.

La riqueza pública ha decrecido y la privada ha aumentado: lo cual es lo mismo que decir que buena parte de la riqueza disponible está en manos privadas, lo cual implica que hay mucho menos disponible para programas sociales. En nuestro país esto ha tenido un reflejo claro: recortes en los programas sociales abruptos, pero se han amplificado las prerrogativas de los grupos de interés, la evasión y la elusión cada día se ejercitan con más opacidad, lo cual nos lleva a la última lección.

Es imprescindible pensar en la óptima redistribución de la riqueza: claro está: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre; sin embargo, vale la pena considerar que los rezagos en la productividad de los países, están aderezada

por las carencias de grupos específicos, de ahí que la desigualdad realmente importe. En nuestro país el sistema tributario tiene casi nula incidencia en la redistribución de la riqueza: antes y después de impuestos, la medida apenas presenta un cambio de 0.01% y sigue la misma tendencia del mundo, que durante los últimos 40 años ha puesto el peso del financiamiento vía impuestos sobre salarios y no sobre impuestos progresivos a las grandes corporaciones.

Es necesario un revisionismo de los mecanismos que está perpetuando la elusión y blindando de impunidad la evasión: cada 4 años en nuestro país, se podría hacer una reforma fiscal del 3% del PIB con solo reducir a la mitad la elusión y la evasión y sin aprobar un solo impuesto nuevo; ahora bien, claro está, esto no implica que deba prescindirse de realizar una verdadera reforma fiscal con carácter progresivo.

Las lecciones son claras, lastimosamente Costa Rica sigue un patrón harto similar a la tendencia mundial. Esto se agrava si ponemos en perspectiva que, de la batería de propuestas electorales, salvo uno o dos candidatos, se exhibe una palmaria ausencia de soluciones claras y directas para enfrentar el problema de la desigualdad.

Habrá quienes dicen que a desigualdad es una característica natural de nuestra sociedad y que hasta es beneficiosa para la conservación de un esquema de incentivos; nada más absurdo: si nuestra sociedad premiara con opulencia a ciertos sujetos, es decir, si la concentración de riquezas desmesuradas fuera una señal de progreso humano, nadie estaría en desacuerdo con los imprescindibles aportes al género humano de las estrellas de cine o del deporte. Es absurdo, repito.

Debemos observar estas lecciones a la luz de una moralidad laica y universal, en la que el norte más claro es el bienestar de todas las personas, no menos que eso.

LUIS CARLOS OLIVARES

Economista, especialista en Análisis de Efectividad de Políticas Públicas para el Desarrollo.
Docente universitario e Investigador académico.

luigyom@hotmail.com