“Pobreciticos”: equidad antes que crecimiento

Pensemos, por un instante, abstrayéndonos del perenne apetito que tienen las crisis por las cuestiones inmediatas y consintamos que después de todo esto tendremos que seguir viviendo. Bajo esta inversión de paradigma no deberían parecernos tan sexy las dogmaticas recetas de los gurús de la ortodoxia que, dicho sea de paso, han demostrado su resoluta e ignominiosa oquedad; veterotestamentarias estatuas de bronce, lejanas e inútiles, que hablan solo por influjo de ecos y resonancias sectarias.

No debería, y en efecto no me lo parece, ser prudente pensar en los ajustes económicos post-crisis, si antes no ponderamos los efectos de la crisis sobre la desigualdad: la recesión no es, ni lo será, igual para todos.

No sin cierto asco, veo que algunos participantes del debate público reverberan y se deshacen, atendiendo esencialmente a una lógica antropofágica, en consideraciones a propósito del crecimiento y la reactivación, marginalizando adrede los agresivos efectos que la recesión podría tener de forma estructural en la consolidación y profundización de la inequidad.

Después del año 2008, los estudios sobre el desarrollo de la desigualdad en el ingreso han sido cada vez más comunes, para muestra la obra de 2014 de Piketty, que marco un hito, al menos, para revivir el debate y dotar nuevamente de relevancia al ligamen entre las crisis y la desigualdad en la distribución del ingreso.

Si bien, como muchas otras cuestiones en ciencia económica, este ligamen ha sido particularmente elusivo en cuanto a lo determinante de sus conclusiones, la rotunda flagrancia y la ostensibilidad fáctica del afianzamiento de la desigualdad como consecuencia directa de las vicisitudes económicas no permiten siquiera afirmar que no exista tal relación; no sin que se nos caiga la moral por pedazos.

Habiendo analizado un panel de 24 países (bastante prolífico considerando que  el periodo de análisis abarca desde 1880 a 2012) Lieke Baeten, de la Escuela de Economía de la Universidad de Roterdam, examinó la experiencia empírica y las relaciones entre las crisis (de diversa naturaleza) y sus efectos directos sobre la desigualdad en la distribución del ingreso. Concluyó que, y cito textualmente, “como predicen pesquisas anteriores, en efecto la investigación encuentra fehaciente evidencia para afirmar un detrimento en la distribución del ingreso luego de la ocurrencia de las crisis” (Baeten, 2016).

Entonces, me pregunto ¿con qué cara alguien podría aventurarse a afirmar que los pobres no sufren, “porque la gente que es pobre, es pobre, pero aquí quien está padeciendo más es el sector formal de la economía”?

Antes, desde esta columna, se ha mostrado, contrariamente, la propensión marginal al desempleo del amplísimo sector de la población que se encuentra en la informalidad, un porcentaje que podría engrosar el dato del desempleo hasta llegar a duplicarlo (en los escenarios más optimistas), propensión que es más grosera entre los quintiles de menores ingresos.

No. No se vale... ¿Entonces los pobres deben sacar sus pañuelos para los “pobrecitos” empresarios petroleros o los dueños de acciones de las aerolíneas que “están en una intranquilidad terrible”? No lo dudo. Pobreciticos, les pregunto ¿qué sienten?

La crisis les pesa más a unos cuantos, pesa más sobre los hombros de los usuales perdedores, el desempleo tiene un componente fortísimo sobre la recurrencia en la pobreza, especialmente para los hogares monoparentales de jefatura femenina, para las personas empleadas dentro de la informalidad, personas a las que estructuralmente se les ha empujado hacia la liminariedad y la marginalidad, personas que posiblemente observarán cambios en sus patrones consumo, tendiendo hacia la frugalidad en el muy corto plazo, personas distantes al sistema de salud, personas lejanas al acceso a la justicia, la gente de la otra Costa Rica, los de los microemprendimientos de los hogares que absorben en promedio un 60% del empleo informal y general en promedio un 25% del empleo permanente año a año, sobre todo de trabajadores con pocas calificaciones.

Esa Costa Rica de a pie, la que paga impuestos, no la que forma parte de ese sacrosanto bloque de exenciones que representa entre un 2% y 3% del PIB y que constantemente amenaza con empezar a despedir o con largarse si los invitan a pagar (una especie de décimo círculo del Infierno para los que viven de su pletórica teta).

Una Costa Rica minúscula, en la que los hogares de mayores ingresos ganan hasta 12 veces más que los más pobres. Aun así algunas voces pedían impuesto “solidario” (e inconstitucional) sobre los salarios, sin pensar que por cada 5% de impuesto al salario, tanto en el ámbito de lo público como en lo privado, el ingreso bruto de los hogares de los quintiles I y II cae hasta en un 23%; pero, eso sí, rechazan de plano y arrugan la cara con la idea de que estas oprobiosas acumulaciones de riqueza den siquiera un poco de sí, en medio de esta circunstancia de excepcionalidad.

Ojalá la disminución fuese de un 3%, considero personalmente que es un cálculo optimista; reitero lo mencionado en artículos anteriores: la afectación podría ser de hasta un 4,15%, y esto solo considerando la hondura directamente asociada con la depresión turística.

Más que una batería taxativa de medidas de reactivación (necesaria por supuesto, y sobre la que se trabaja diariamente), son los criterios de discernimiento los elementos más determinantes para separar la paja del trigo, para entender si la solidaridad es verdadera o es retorica. La tan laureada moratoria de créditos, por ejemplo, es más bien lesiva si no realizamos un ejercicio de control de legalidad, pensando en la ya antes proscrita actividad de agiotaje y usura (artículo 21 del Pacto de San José, artículo 46 de la Constitución Política, artículo 63 de la Ley N°7476 o Ley de la Promoción de la Competencia y Defensa Efectiva del Consumidor y artículo 243 de la Ley N° 4573 o Código Penal), cuando se capitalicen intereses sobre intereses o cuando se guarde silencio y continúen  descaradamente oponiéndose a la iniciativa de colocarle topes a las tasas de interés usurarias.

La incertidumbre demanda de nosotros especial atención, seguir pensando en el crecimiento bien puede ser una trampa, debemos aprender a diferenciar entre cuáles sectores pueden, en efecto, crecer y cuáles  otros requieren de la canalización de la inversión, debemos reconstituir y revalorizar la amplísima capacidad de dinamización que tiene la redistribución y la producción doméstica, como se ha venido sugiriendo y como ya están aplicando los holandeses.

Discernir sobre la aparente solidaridad pasa por evidenciar la precaria mentalidad de quienes, en condiciones normales (y aun con potencial expansivo), nunca participaron de la construcción de lo que nos es común (que hoy nos salva, como la salud universal) y siguen, aun en medio de esta crisis, sin dar un solo cinco.

La paradoja de la moralidad fiscal es que, si bien las crisis siempre dejan ganadores y perdedores, unos son más ganadores (y más oportunistas) que otros y, por supuesto, unos más perdedores que otros.

LUIS CARLOS OLIVARES

luigyom@hotmail.com